Por Ricardo Sarasty
Atendiendo la realidad bien se puede observa en todos los pueblos que el miedo y el poder no han estado al servicio de los más débiles.
En la tradición popular se ha instaurada la imagen del lobo como prototipo del depredador. Es el lobo el malvado que no solo persiguió hasta el cansancio a los tres cerditos, el mismo a quien Pedro el mentiroso invocó para que llegara a comerse las ovejas sin compasión alguna ante la angustia del niño embustero, como dicen que no la tuvo en el momento de devorar a la niña que jugueteaba por el bosque camino a la casa de su anciana abuelita, victima también de la ferocidad de este ser que siempre está al acecho, insaciable. Pero las tradiciones, los mitos, las costumbres y las leyendas o el folclor como se denomina, atendiendo al significado del anglicismo, no remiten más que a unos arquetipos culturales que no necesariamente corresponden a la realidad. Detrás de ellos se encuentra el tabú o temor impuesto para lograr la obediencia pasiva, el dominio sobre el otro que también se va a representar a través del tótem.
Atendiendo la realidad bien se puede observa en todos los pueblos que el miedo y el poder no han estado al servicio de los más débiles. La regla común ha sido convertir a los marginados en fuente de donde emanan todos los peligros por los cuales son ellos el miedo contra el cual hay que levantar barreras y armarse para evitar que lleguen hasta donde los supuestamente sanos e indefensos seres habitan, sin causar daño. Por lo que es casi una herejía proponer invertir el sentido de las leyendas para buscar una manera de ver diferente las situaciones y poder considerar como más cercano a la realidad el suceso durante el cual no es el lobo el monstruo de los cuentos que comete el atroz ataque en contra de las caperucitas, de los honrados y trabajadores cerditos o del triste embustero Pedro. Como simple ejercicio de diversion, o sea de ver desde el revés todo lo narrado, por qué no suponer que el lobo como nativo del bosque que lo es no hace sino andar por ahí a sus anchas, tranquilo, donde todos lo conocen y él conoce a todos. Allí por lo tanto nada le es ajeno y comparte con los otros habitantes lo que ha de serles útil para vivir.
Para poner a pensar en qué tan real es el tener al lobo como el arquetipo del terror pensemos en la caperucita como si fuese el invasor al que un buen día se le ocurre abrir un camino por la mitad del bosque porque es una ruta que le evita dar la vuelta y así llegar más fácil y rápido a donde su abuelita. Poco o nada le interesa el impacto ambiental causado por la vía puesto que el abrir la nueva senda implica intervenir el ecosistema, atentar en contra de la biodiversidad y por lo mismo poner en grave riesgo la supervivencia del lobo. Ante lo cual el lobo protesta, organiza a los demás habitantes del bosque y realiza acciones para su defensa. Solo que caperucita no es cualquier candorosa niña, ni su mamá y mucho menos su abuela. Todas ellas forman parte de la llamada clase dirigente de la comarca, sus familias son propietarias de los predios cercanos al bosque, al cual en conjunto con el leñador le han ido talando los árboles y de esa manera han agrandado los potreros donde pastan sus ovejas, mientras los tres cerditos poco a poco se apropian de los terrenos en donde encuentran rentable construir edificios de apartamentos, condominios y hoteles. Lo que los lleva a unirse a caperucita ya que tienen un enemigo común. Así en conjunto adelantan la campaña de desprestigio del lobo y nadie mejor que Pedro el mentiroso para lograrlo a través de sus informativos.