Por Walter Aldana
Hace más de un año dejé de ver los noticieros de RCN y Caracol, de escuchar la W, Blu radio, y otros que tienen un libreto “tipo”: se concentran en desvirtuar lo que hace el presidente Gustavo Petro; con odio se expresan de sus acciones, no informan nada de lo positivo, su trabajo investigativo se orienta desde el inicio a condenar, actuando como juez y parte.
Las faltas a la ética periodística, que establece los deberes de presentar al televidente u oyente las dos caras de la noticia, de garantizar el derecho constitucional de presunción de inocencia mientras no haya condena judicial y de diferenciar con claridad entre información y opinión, ha motivado a miles de colombianas y colombianos a apagar el televisor o la radio o a cambiar de canal en los horarios de noticias. Excepción a este comportamiento de los medios de comunicación son los noticieros de Radio Nacional, RTVC y Noticias Uno, que informan con independencia.
Es claro que buena parte de los medios de comunicación son funcionales a los grandes poderes económicos y financieros, actuando como su caja de resonancia. Pretenden aprovechar el bajo nivel de cultura política en la sociedad para inducir a las y los ciudadanos a admitir como ciertos los mensajes que quieren implantarnos en el subconsciente, incluso llegando a irrespetar a la primera autoridad del país.
En el fondo se trata de una confrontación entre dos paradigmas, dos modelos económicos: el neoliberal, basado en la privatización, la apertura económica y la reducción del Estado, en detrimento de la producción nacional y de las políticas sociales, versus el humanista, que privilegia la producción nacional de bienes y servicios, la justicia social y ambiental y la paz total, que fue respaldado en las urnas en junio de 2022 por más de once millones de votos por Gustavo Petro, quien asumió el papel de timonel de la recuperación nacional.
Pretenden hacernos creer que el problema es Petro, olvidando que la mayoría de los millones de personas que le acompañamos en su elección somos conscientes de estar enfrentando en tan solo cuatro años, una herencia de más de 200 años de ejercicio corrupto del poder, de secuestro de la política por los apellidos y por los grandes intereses económicos, de altos niveles de pobreza absoluta y groseras desigualdades sociales, y de deterioro de la democracia. Cuatro años en los que la frase de “construir sobre lo construido” no podrá aplicarse para mantener el statu quo, por lo que sólo tendrá sentido en relación con aquellas políticas públicas que guarden relación con la tarea de dignificar la existencia material de la población, en particular los más pobres y olvidados. Cuatro años en que el cambio consiste en dejar de considerar a las personas como cifras estadísticas o como “usuarias”, para tratarlas como sujetas de derechos y artífices activas de las políticas pública.
No caeremos en la trampa de culpar al primer mandatario de los errores y actos de corrupción que hagan algunos de sus funcionarios. QUIEN LA HAGA… QUE LA PAGUE, cero impunidades. Pero tenemos igualmente claro que el interés de la oposición es cabalgar sobre esos actos para pretender deslegitimar la apuesta de hacer de Colombia una potencia de la vida. El proyecto progresista y reformista en Colombia seguirá siendo impulsado en recintos de la democracia, entre ellos… la calle.