Por Walter Aldana
Desde la escuela primaria nos enseñaron que el foro de la democracia estaba en el Capitolio Nacional, sede del Congreso de la República, y que nuestra democracia delegataria en los “padres de la patria” de Senado y Cámara determinaba que la negociación, la aprobación o la negación de las leyes transcurrieran por ese recinto, como fuente única y segura del interés nacional, guía de los protagonistas políticos.
Esta forma de actuar llevó a que, para mal o para bien, las decisiones que afectan a los ciudadanos y ciudadanas quedaran secuestradas por los intereses partidistas hasta mediados del siglo pasado y, luego, por las castas políticas que ejercen esa actividad, encabezadas por unos cuantos apellidos.
La élite colombiana, conformada por la suma de poderes financieros, económicos, sociales y políticos, en alianza con la iglesia Católica, y haciendo uso de sus grandes medios de comunicación, se reconoció cómoda en esa realidad; el Frente Nacional [1958-1974] fue la máxima expresión de la concentración del poder político de los partidos tradicionales Liberal y Conservador, cuyas diferencias de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se redujeron a que unos vayan a misa a las 8 y los otros, a las 9.
Ante esa realidad de concentración de poder, los sectores populares han recurrido a utilizar la herramienta de la movilización social: desde las Bananeras [1928], pasando por las luchas en las calles del “negro Gaitán” en los años 40, el paro cívico del 77, las marchas campesinas de mediados de los 80. La movilización ha sido la forma de ejercer la exigibilidad de los derechos a la tierra, al acceso a los servicios públicos, al respeto al medio ambiente, como protesta, pero también para procurar el acuerdo.
Ante la defensa del modelo privatizador neoliberal por buena parte de representantes y senadores, la “fuerza ciudadana”, las ciudadanías libres, intentan la construcción de nuevos paradigmas [justicia social, paz total y justicia ambiental] en el marco del “escenario de la democracia” que de pequeños nos enseñaron. Pero al ver que ese camino no permite las reformas necesarias, busca retomar la calle para presentar sus propuestas, discutirlas, enriquecerlas y obtener el mandato del constituyente primario.
La oposición al cambio y a las reformas [no nos dejemos engañar, NO es sólo a Petro] ha empezado tímidamente a usar las calles para defender su modelo aperturista. Nosotros, con doctorado en movilización social, mantenemos viva la llama de la rebeldía y de la dignidad impulsando los nuevos paradigmas.
Adalides de la oposición al cambio: Bienvenidos al, para ustedes, nuevo escenario de la democracia: ¡las calles!