Por Beatriz Vanegas Athías*
Este texto es tomado de ElQuinto.com.co y se publica gracias al acuerdo entre dicho portal y la Corporación Nuevo Arcoiris.
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Todavía me sigo emocionando cuando paso por algún lugar donde alguna vez fui feliz. Creo, en consecuencia, que, así como a mí me sucede les ocurre a miles de seres que tienen el coraje de caminar sin ir mirando el teléfono móvil. Creo, entonces, que aún hay lugar para la memoria y para detener el ruido y el estrépito que parecen ser protagonistas de estas dos primeras décadas del siglo XXI.
Los lugares también están en los libros y en las películas, por lo que releer y volver a ver es regresar a los sitios de las ideas y de los hechos que narran un libro de cuentos, de ensayos, o una película.
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Hay un genocidio disfrazado de guerra que seguimos por X, por Facebook, por Instagram, por Whatsapp, Tik-tok y por cuanto medio virtual sea. Cada siglo un genocidio en nombre de la paz para corroborar la sentencia de Hobbes: “Acuerdos, sin la espada, son solo palabra”. El genocidio ocurre como una tradición, como una costumbre creada por la fallida humanidad.
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Desde hace dos años, Colombia, un país acostumbrado a ser una dimensión desconocida en Latinoamérica en cuanto a violación de los derechos humanos, asiste por primera vez en doscientos años de República al primer gobierno de izquierda. Un presidente exguerrillero, zambo, de clase humilde, pero inteligente con la palabra y la sensibilidad es impensable para un país gobernado desde Bogotá por blancos y ricos. Todo el arribismo de una clase media que se odia y desea estar al nivel de quienes siempre los han utilizado se ha aliado para frenar la industrialización, el cuidado de la tierra, del bosque, de las aguas, los montes y los animales; la educación gratuita y la salud eficiente, además de la utópica reforma agraria que ha avanzado más en estos dos años que en los últimos treinta.
Una oposición sin ideología y sí con muchas pérdidas en sus negocios fraudulentos aparece como el emperador del cuento: va desnuda, mientras los medios de comunicación también muestran su encuerez cuando adulan la desfachatada y evidente posición de esos politiqueros que arropan su desnudez con la bandera de un fascismo mafioso.
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Hay escritos en verso cuya luminosidad poética se percibe mejor en el texto en prosa que debe ser. Escoger el género en el que se escribirá, en estos tiempos líquidos e híbridos en el que se pretende asistir a la muerte de éstos, es como escoger un amigo, una idea en la cual creer, un camino claro por el qué transitar, una prenda preciosa de vestir. Entender que todo género literario lo es porque es poético determina la grandeza de la autora y su posible autenticidad, porque como dice Susan Sontag: “La máscara es el rostro”.
*Escritora, profesora y editora.