Por Víctor Solano Franco*
Especial para El Quinto
Texto publicado gracias a una alianza con el portal elquinto.com.co
La reciente confrontación entre Gustavo Petro y Donald Trump tiene todos los ingredientes de una telenovela política global: egos inflados, micrófonos abiertos, pulgares inquietos y una peligrosa mezcla de orgullo nacional con cálculo electoral.
Mientras algunos defensores del presidente colombiano sostienen que “es el único que no se le ha arrodillado a Estados Unidos”, otros, más escépticos, creemos que lo que se vende como dignidad es, en realidad, un berrinche diplomático cuidadosamente coreografiado.
Petro sabe perfectamente con quién está peleando. Trump no es precisamente un estadista de guantes blancos: es impulsivo, reactivo, hormonal y adicto al espectáculo. Tentarlo públicamente, con declaraciones provocadoras sobre el narcotráfico o la política exterior, no es un error de cálculo: es una estrategia para ganar visibilidad internacional y reconfigurar la narrativa doméstica. El presidente colombiano no está discutiendo con un líder extranjero: está conversando con su audiencia interna, buscando consolidar la idea de un David tropical enfrentando a un Goliat imperial.
El problema es que las consecuencias de esa retórica van mucho más allá de un intercambio de trinos o titulares. La tensión con Estados Unidos no es simbólica: es estructuralmente peligrosa para una economía como la colombiana, que depende en un 35% de sus exportaciones hacia ese país. Pensar que se puede reemplazar de la noche a la mañana ese mercado es una ilusión peligrosa. Cada nuevo destino comercial exige procesos largos de homologación de normas, certificaciones y trazabilidad.
Y ahora, con la decisión de Trump de incrementar los aranceles a los productos colombianos, el panorama es aún más crítico. Nuestros compradores en ese mercado verán los productos nacionales menos atractivos o incluso imposibles de adquirir, lo que los llevará a buscar proveedores en otros países. Cuando Petro, por vanidad, intenta presentarse como un líder que se inmola por la soberanía nacional, en realidad termina inmolando a miles de familias que hacen parte de la cadena productiva colombiana. Esa cadena rota genera desempleo, pérdida de ingresos y, finalmente, el detrimento del bienestar de millones de colombianos.
Los gobernadores y alcaldes del país ya empiezan a levantar la voz —como lo reporta Infobae— para pedirle al presidente que gobierne Colombia antes de jugar a la geopolítica global. Y no les falta razón. Mientras Petro se enfrasca en debates ideológicos con Washington, el Tren de Aragua, las disidencias de las FARC y el ELN siguen avanzando sobre el territorio nacional. Las economías ilegales florecen y la seguridad ciudadana se deteriora, mientras la narrativa del enemigo externo sirve como cortina de humo para ocultar los fracasos internos.
En política, las formas importan tanto como los resultados. Petro podría ejercer una política exterior digna sin convertirla en un espectáculo de confrontación. Defender la soberanía no implica dinamitar relaciones históricas que han sostenido el comercio, la cooperación en seguridad y la estabilidad regional. La verdadera dignidad se demuestra gobernando con eficacia, no con berrinches en redes sociales. Y ojo que esta posición no debe interpretarse como una apología o siquiera una defensa de Trump. No, por el contrario, el mandatario estadounidense es extremadamente necio, arrogante y con muchas torpezas. Los colombianos estamos en este momento en el peor de los escenarios con alguien como el ultra derechista Trump en EEUU y alguien como el izquierdista Petro en Colombia.
Quizás Petro crea que este pulso con Trump lo posiciona como un líder rebelde y autónomo ante el “imperio”. Pero lo que en realidad proyecta es un país cada vez más aislado, más débil económicamente y más confundido políticamente. Si algo necesita Colombia en este momento no es una guerra de tuits, sino una diplomacia inteligente que abra mercados, atraiga inversión o, por lo menos, garantice estabilidad.
Porque la soberanía no se defiende con discursos incendiarios, sino con resultados que dignifiquen al pueblo al que se gobierna.
*Comunicador social y periodista.