Cuando se habla de víctimas hay que tener cuidado de no hacer la del cíclope, que es dejar de ver los fondos de la victimización, por quedarse sólo en los hechos victimizantes.
El Proyecto Víctimas es una plataforma de visibilidad asombrosa, con numerosos relatos, cifras y videos, realmente impresionantes. Pero es un proyecto tímido que no llama a las cosas por su nombre. Al ser una multimedia, su clave de navegación son las categorías que dispone. Desde allí se lee la apuesta de la revista Semana que lo ha realizado, y lo claro al respecto es que decidieron usarlas todas (masacres, desapariciones forzadas, bombas, atentados, etc.), menos las articuladoras, que son muy importantes.
Hablemos del ejemplo más claro. En la categoría de “asesinatos selectivos”, podemos encontrar los casos de Jaime Pardo Leal o de Bernardo Jaramillo, cuando lo que corresponde allí es hablar de genocidio. ¿Cuestión de términos sin importancia? Más de diez años duró Rafael Lempkin, el abogado y lingüista que elaboró ese término, haciendo cabildeo en las Naciones Unidas para que se reconociera como nombre del crimen que da cuenta de una política premeditada de aniquilamiento, y la imposibilidad de su comprensión como consecuencia de la guerra.
La necesidad de hablar de genocidio en el caso de la Unión Patriótica no es un asunto banal. No se entiende el fondo de la estrategia que alimentó de manera decisiva al conflicto armado en Colombia, que se ejecutó con la excusa de su existencia, sin entender la serie de planes que llevaron a la destrucción de este partido, su carácter como crimen de lesa humanidad (al menos), y no como mera suma de asesinatos selectivos.
Las consecuencias de esta mirada recortada son múltiples, y corresponden a un mismo marco de interpretación de la historia reciente del país, que también está inscrita en la Ley de Víctimas. Se dice en el Proyecto Víctimas: “el conflicto armado ha dejado un saldo…”, o “las víctimas del conflicto armado”, y las categorías que usan van todas bajo el título “Crímenes de la guerra”, como si lo que ha ocurrido pudiera entenderse fundamentalmente como consecuencia de una lógica de confrontaciones. Desde allí, es obvio que no cabe el genocidio contra la UP. Pero más allá, y esto es verdaderamente grave, no cabe tampoco una mirada articuladora que nos permita entender qué relación hay entre las masacres y el desplazamiento que han sufrido millones de personas, con la acumulación de poder político y económico en las zonas abandonas forzosamente, es decir, el fondo de la victimización en Colombia que hoy corresponde reparar.
El Ángel de la Historia que simboliza al olvido, no es un ángel ciego, sino uno que ve escombros regados, aislados, donde se tendría que ver la articulación entre el sufrimiento de las víctimas y el modelo de país impuesto a sangre y fuego. No se puede seguir creyendo que el asunto se reduce a la interpretación constitucional de la Ley de víctimas, negando las implicaciones de un marco donde se juega la batalla política por hacer de la verdad una potencia de transformación y de enfrentamiento de los enemigos de la paz que siguen mandando en muchos lugares, interesados en torpedear el proceso de la Habana, para ejecutar más planes de acumulación violenta en impunidad.
El esfuerzo es destacable. Pero hay que ir más al fondo.
José Antequera Guzmán
Jose.antequera@gmail.com