*Carlos José Herrera Jaramillo
Este primer aniversario del inicio de conversaciones en La Habana ha sido realmente movido. Y cambiante. De tal manera que, a raíz de los mismos hechos, unos expiden certificado de defunción tanto al proceso de paz como a la reelección de Santos y otros piensan que una eventual firma o un avance sólido a fin de año catapultará tanto la reelección que la hará invencible.
Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre. Las urgencias políticas y los intereses particulares suelen simplificar la realidad para acomodarla al discurso. Se toma uno u otro elemento cierto, se lo extrapola y la realidad queda explicada por unas pocas frases. “El presidente sí negocia con los terroristas en La Habana pero no con los campesinos”. “A ellos les van a dar hasta curules gratis y a los campesinos nada”. “Las protestas son justas (lo que las legitima) pero están infiltradas” (lo que las deslegitima). Y así sucesivamente. Es entonces cuando cada uno de los árboles impide ver el bosque. Tal vez haya que podar algunos de ellos para entender lo que el paisaje entero nos está mostrando.
Una vez más: ¿qué se negocia en La Habana?
En La Habana se está negociando el fin de un conflicto armado de casi medio siglo. Eso lo negocian el grupo insurgente y el Estado. Se trata, en última instancia, de buscar un arreglo que permita a las FARC entrar dignamente al escenario político no armado y al Estado y a la sociedad dignamente recibirlas.
Por eso será imprescindible que la justicia, la verdad, la reparación y las garantías de no repetición, así como el DDR (desarme, desmovilización, reintegración) estén presentes y de manera clara y que cumplan, al menos en general, los estándares internacionales sobre la materia.
Para que eso pueda ocurrir, el mundo se ha inventado algo de lo que en el país se ha hablado mucho el último año: la justicia transicional. Un sistema de justicia político, es decir, pactado; temporal, es decir, para la transición; y no universal, es decir, para quienes se van a reinsertar. A partir de allí, la retórica del debate político será infinita: para unos la justicia transicional será un boleto hacia la impunidad y la desintegración nacional; para otros lo único sensato que permitirá pasar con dignidad la página de la violencia. Y en medio, miles de argumentos.
Lo único claro, es que en la justicia transicional se puede hacer casi cualquier cosa. Casi. Se la estirará tanto como sea necesario (que las partes la acojan con dignidad) y se limitará tanto como lo exigen los estándares internacionales. En adelante, el rasero fundamental para medirla es que logre legitimarse. Que el país y la comunidad internacional la acepten, aunque lo hagan con matices. Como dice con claridad Louise Arbor hablando del balance entre justicia y paz: “Si todos los involucrados –las partes en La Habana, el Congreso, la Corte Constitucional- trabajan juntos y logran formularlo, mi impresión es que los actores externos se echarán para atrás. Si se tiene un acuerdo exitoso en La Habana, si el Congreso aprueba la legislación, si la Corte declara esta legislación constitucional, ¿quién se va a levantar desde La Haya, Ginebra o Nueva York para decir que eso no es suficientemente bueno?”
¿Qué tanto se ha avanzado en La Habana?
Se ha avanzado mucho. Pero eso no quiere decir que el éxito esté garantizado. Sólo muestra una tendencia y nuevos niveles de probabilidad. Las FARC nunca habían aceptado que negociaban el fin del conflicto armado. A lo sumo dialogaban sobre muchas cosas. Pero firmar que podían acabarse como guerrilla nunca. Eso es muy importante. Nunca habían aceptado que había víctimas de su accionar. Ahora, a pesar de las mediaciones que han adoptado, lo aceptan. Y aceptan que debe haber reparación. Que digan que no son los únicos es apenas obvio, entre otras cosas porque es cierto. Y además, han dicho que su propuesta de Asamblea Constituyente no es un inamovible. Hay preacuerdo sobre el tema agrario, el mismo tema que hoy sacude al país. Todo eso no es de poca monta.
Vistas así las cosas, se disminuye el riesgo de pedir al proceso nada distinto a lo que puede y debe dar. Es obvio que las FARC tenderán a que lo que se firme sea lo más cercano a una aceptación irreversible de su programa. Y es obvio también que el gobierno intentará que se firmen cosas lo más alejadas posible del programa de las FARC.
Una vez más, habrá en medio una muy fuerte disputa política. Entre las partes que negocian, entre todos los sectores políticos y en muchos sectores de la sociedad. Muy fuerte. Las partes se dirigirán con frecuencia a sus respectivos “públicos internos”, y los sectores políticos los utilizarán política y electoralmente. Otra cara más de unas negociaciones altamente conflictivas. Y al final, se llegará a un punto intermedio, inacabado, es decir, imperfecto.
Sólo queda pendiente una pregunta: ¿cuándo empezará a notar el país que las partes que negocian en La Habana serán irremediablemente aliados políticos en la defensa del acuerdo al cuál se llegue? Hay muchos temores y reservas de las partes al respecto, pero sería sensato irlo pensando. Y prefigurando.
Conflicto y posconflicto: ¿uno después del otro?
Si en La Habana se está negociando el fin del conflicto, es obvio que lo que venga después debe ser llamarse, a falta de una definición mejor, posconflicto.
Pero ni el conflicto se acabará el día que se firme, ni el posconflicto empezará al día siguiente. Ahora tratemos de entenderlo. Si quisiéramos utilizar una figura matemática, bien podríamos decir que la fase inicial y la firma misma de los acuerdos, es “algebraica” . Se trazan las ecuaciones y se firman orientaciones, direcciones, por lo general imprecisos o, más que imprecisos, generales. En el postconflicto, la operación se torna “aritmética” : las variables adquieren valores concretos y las incógnitas se despejan.
Ambos períodos son, por definición, profundamente conflictivos: cualquier alcance que lleguen a tener, en cualquier momento, no estará exento de fuertes y profundas luchas políticas, en lo que debería constituir, de lograrse hacer de manera institucional, una especie de macro entrenamiento para lo que deberá ser la sociedad futura cualitativamente democratizada.
En otras palabras, el posconflicto también será altamente conflictivo. Y lo que hemos visto estas semanas no es otra cosa que un adelanto de lo que viene una vez se firmen –si se firman- los acuerdos.
Entornos
Siempre que se gesta un movimiento social en un país, exprésese como se exprese, hay que mirar hacia el exterior. Buscar el contexto en el cual se ubica. Ese contexto no determinará lo que pasa en el interior de cualquier nación, pero sin duda incidirá. Y en diferentes medidas ayudará a explicarlo.
Y los tiempos que vivimos son los tiempos de las primaveras . De las primaveras árabes que sacudieron el Magreb y destrozaron dictaduras de décadas, por cuya inestabilidad nadie apostaba mucho hasta hace poco. De los indignados . Del 15M español. De los parques turcos. De las calles griegas. De los estudiantes chilenos (y, para ser justos, también de los estudiantes colombianos). De los brasileros que, saliendo de uno de los gobiernos más eficientemente incluyentes de los que se tenga memoria , en medio de un pre mundial de fútbol y en los albores de la visita de un papa latinoamericano exigieron, con rigurosidad asombrosa, nuevas y cualitativas reivindicaciones.
Pretextos
Hasta aquí, el elemento internacional. Pasemos al nacional. Es decir, de los entornos a los pretextos.
Cuando se vuelvan a historiar los últimos cincuenta años de Colombia, ya sin las efugios del conflicto armado, terminaremos de descubrir una cosa que hoy se empieza a vivir en toda su dimensión: al desaparecer la guerrilla no se arreglará automáticamente nada, lo cual será una prueba de que siempre se le atribuyeron, desde diferentes ópticas, muchas propiedades mágicas. Pero sin duda habrá desaparecido un inmenso pretexto histórico. Los campesinos, los obreros, o “la gente”, para hablar en términos más contemporáneos, ya no tendrán ante sí la excusa –tan común en los años sesenta o setenta- del Robin Hood que se rebelaba en su nombre y las eximía de apropiarse directamente de su propio destino. Quizás una explicación de la poca fortaleza de las opciones de izquierda que realmente agruparan amplios sectores sociales. No existirá más el pretexto de estigmatizar cualquier movilización con el sambenito de la “infiltración” subversiva. Ya no se podrán achacar todos los males del país al conflicto armado interno o a la “amenaza terrorista”, aunque ciertamente dicho conflicto haya causado males.
Desaparecido el pretexto, la losa que cubría muchas cosas se levantará. Y el tránsito de un planteamiento algebraico a uno aritmético se tomará las calles, en busca de que las incógnitas se despejen.
La agenda del posconflicto ya está aquí
Algo va de plantear “soluciones al problema agrario” a responder las preguntas de hoy, que ya no son las de la propiedad privada o no sobre la tierra. Son más concretas y por tanto más profundas: ¿Decide el país tener una política de desarrollo de una economía campesina? Europa y Estados Unidos lo definieron en su momento. Les cuesta una parte sustancial de su presupuesto. Y lo consideran un tema de seguridad nacional. Así de importante. ¿Se sustentará la seguridad alimentaria sobre esa base? ¿Habrá, por tanto, muchas zonas de reserva campesina? ¿Precios de sustentación? ¿Regulaciones para los precios de los insumos? ¿Transformaciones en la política crediticia? ¿Regulaciones a las diferentes etapas de intermediación comercial, muchas de las cuales el único valor que agregan es el encarecimiento del precio final del producto? Y eso ni siquiera significa que se deban acabar los TLC, porque también es cierto que dinamizan, en el campo del comercio, algunos renglones que no son despreciables. Pero sí que hay que transformarlos. Ni siquiera que se propugna una economía minifundista. No. Ya no es la discusión del “modelo junker” contra el “modelo farmer”. El latifundio puede ser muy útil en algunos renglones. Pero las preguntas anteriores habrá que contestarlas.
Y ni qué decir si pasamos al campo, por ejemplo, de la educación. Hemos logrado avances inmensos en cobertura en los últimos veinte años, pero todavía el sistema educativo público se levanta sobre la deficiente estructura de la doble jornada. ¿Avanzaremos de verdad, y de tajo, hacia la jornada única? ¿Y sobre la calidad educativa? ¿Se iniciarán intervenciones masivas sobre el conjunto de la institucionalidad educativa, como se ha hecho en otras partes, para transformar radicalmente la calidad? ¿Qué posición tomarán los docentes al respecto? ¿Y los padres de familia? ¿Y los empresarios? ¿Habrá una política audaz que realmente masifique el ingreso a la educación superior? ¿Y qué se hará con la cadena de intermediaciones lucrativas de la salud? ¿Y con la defensa de la minería tradicional artesanal? ¿Y la minería delincuencial? ¿Y la gran minería? ¿Y el mínimo vital de agua? ¿Y el mínimo vital de transporte, que se empezó a abrir paso en Brasil?
Podríamos hacer una larga lista de temas de fondo que están por definirse en el país. Ninguno de ellos se definirá de manera precisa en La Habana ni en el lugar donde se hagan las negociaciones con el ELN. Es presumible que las FARC y el ELN intentarán presentarse al país como los posibilitadotes de que esa agenda de fondo se discuta. Y que el gobierno dirá que no es así, que muchos contenidos de esa agenda (aunque la mayoría más tímidamente) ya estaban en la agenda nacional. Bienvenida esa disputa. Entre otras cosas porque terminará siendo necia si todos los interesados en proclamar la paternidad de la misma no se aplican juiciosamente a desarrollarla.
Crisis de representación y nuevos liderazgos
Un penúltimo elemento, que todo el mundo tiende a soslayar : Catatumbo, el paro agrario, las movilizaciones del gremio cafetero, los movimientos mineros están mostrando una nueva realidad: se gesta (o ya se ha desarrollado) una crisis de las representaciones tradicionales. Los gremios están siendo sacudidos. Su accionar rutinario no alcanza para dar respuesta a las nuevas realidades y no será fácil encontrar el acomodo. Los nuevos liderazgos son todavía incipientes y poco formados y allí, por tanto, también habrá una disputa. Pero no sólo los gremios están en problemas: también lo están (o estarán) los partidos políticos y los sindicatos. Nadie escapará a las tribulaciones de la nueva realidad. Y esto hace especialmente rico el panorama en una época electoral que ya se ha abierto. Las viejas formas de trazar puentes hacia la opinión pública y el electorado tendrán más limitaciones que antes y todavía no se avizoran las necesarias novedades y audacias en el discurso político.
Un camino complejo, conflictivo y con resultados imperfectos
Nada de lo anteriormente descrito será un camino de rosas. Los nuevos movimientos sociales que luchen por responder algunas de las preguntas que estarán planteadas pueden no llegar a obtener la altura necesaria como para incidir en las inevitables tensiones que se generarán al dirimir asuntos tan fuertes. Los sectores privilegiados tampoco responderán, necesariamente, con guante de seda. Los problemas de seguridad en el campo seguirán, porque existirán bandas criminales y similares y porque quienes expropiaron no devolverán las tierras con facilidad. Los problemas de la seguridad en las ciudades se incrementarán y habrá que, desde ya, implementar políticas preventivas en estos terrenos.
Y así en muchos campos.
Los diez o veinte años de postconflicto estarán siempre acompañados de tensiones permanentes. Cada reforma alineará bandos en pro y en contra y será, al tiempo que un escenario de conflicto, una prueba sucesiva y permanente de la solidez que vaya alcanzando la ampliación de la democracia y de la tolerancia frente al debate político.
Por eso, hacia el horizonte de la reconciliación deberá avanzarse con paso firme. Buena parte del arte estará en la construcción de escenarios (nacionales, regionales y locales) que permitan la construcción sólida de los cambios que podrán legitimarse en todos los niveles. Y, nunca debe olvidarse, en la legitimidad que alcance cada uno de los pasos que se den. Eso será lo que hará que el proceso de reconciliación que se construya sea realmente sostenible.
En síntesis, una reconciliación compleja y conflictiva, con resultados imperfectos, construida con sentido prospectivo, es decir, imaginando desde ya cada uno de los escenarios, construyéndolos desde ahora y aceitando una negociación permanente que permita que ruede el engranaje de una sociedad en permanente democratización.
*Ph. D. en estudios de Paz, Conflictos y Democracia. Ex miembro de varias comisiones negociadoras de paz del gobierno nacional. Actualmente, miembro de la coordinación académica del Doctorado en Paz y Gestión de Conflictos Univalle-Universidad de Granada-Asociación Iberoamericana Universitaria de Posgrados.