Para nada. Así piensan millones de colombianos. Este es un sentir derivado de la indignación que producen los eventos permanentes, diarios y cotidianos de corrupción y descaro en que se ven envueltos los congresistas. No hay ninguna sorpresa en ello, así ha sido por mucho tiempo. La Constitución de 1991 no logró corregir los vicios que venían de antes. Estamos ante una enfermedad endémica, una enfermedad tropical. Dos escándalos en los últimos veinte años muestran el deterioro tan bárbaro de nuestro congreso y sus integrantes: el Proceso 8.000 y la parapolítica.
En el primer caso un número grande de parlamentarios comprados por el narcotráfico; en el segundo doscientos congresistas investigados por la justicia por nexos con el más oscuro aparato criminal de los últimos tiempos, más de sesenta han sido condenados. Hay que decirlo, demasiados congresistas han sido delincuentes y bandidos.Y cuando no están envueltos en escándalos mayores, legislan en interés propio, buscan contratos para sus amigos, piden ‘contribuciones’ económicas a los empleados de las administraciones municipales, departamentales y nacional que consiguen puestos gracias a sus ‘favores’, o se llenan los bolsillos de plata por su posición privilegiada, entre muchos vicios. Aparte de esto brillan por lo opacos y grises que son en el desempeño de sus funciones legislativas. Hay una paradoja básica en la práctica política colombiana: los que son buenos para conseguir votos por lo general son muy malos para cumplir con los cargos públicos que logran con sus votos. Y los que podrían desempeñar esos cargos con sobradas competencias son muy malos consiguiendo votos.
El ejemplo clásico de esta paradoja es la historia del leal escudero de un cacique político, que es líder de barrio o de pueblo, que va aprendiendo el oficio de los votos y las campañas políticas, que pasa por un concejo municipal, una asamblea y que cuando ya tiene una influencia sólida en una región, salta a la Cámara de Representantes; un ascenso que se alimenta de compromisos y financiaciones oscuras. De esta manera resulta un congresista con una formación académica muy pobre, sin entender la real dimensión de su nuevo oficio y empeñado fundamentalmente en mantener su poder y privilegios, lo que logra una elección tras otra. Por otro lado, a lo largo y ancho del país quedan relegadas centenares de personas muy capacitadas, tanto por sus estudios como por su trayectoria profesional, para ejercer la función de legisladores, pero muy poco hábiles para lograr votos, ellos son los congresistas que debieron haber sido y nunca lo fueron. Un ejemplo de esto son las listas de Antanas Mockus que se “queman” de elección en elección. Es un pesar que personas como Hernando Gómez Buendía, Salomón Kalmanovitz y José Fernando Cardona no hayan llegado al congreso en el 2006. ¿Quién ha sido tal vez la mejor representante a la cámara en el último período? Ángela María Robledo, con un origen atípico en la política, mucho más cercana a los nombres citados que a los “barones electorales”.
A pesar de este panorama tan deprimente e indigno, el congreso y los congresistas son vitales para que exista una democracia. Sin parlamento solo funcionan las dictaduras. El origen mismo de la institución tuvo como finalidad limitar los poderes absolutos del rey Juan de Inglaterra en el siglo XIII.
Más allá de la enorme molestia que produce la práctica política y parlamentaria en Colombia, una mirada más serena al tema nos indica que el congreso es supremamente importante y por ende el rol de los congresistas fundamental. El congreso hace las leyes que rigen la vida en sociedad y regulan el ejercicio del Estado y los límites de este; supervisa y controla al gobierno evitando o denunciando sus malas decisiones o acciones; representa las diferentes regiones del país y los variados intereses que legítimamente coexisten en la sociedad y la economía; elige a determinados altos dignatarios como los magistrados de la Corte Constitucional, el procurador y el contralor, también interviene en el juzgamiento de altos funcionarios empezando por el presidente de la república.
Es una quimera pesar que el congreso que elegiremos el próximo 9 de marzo será mejor que el que tenemos, que es bien malo. Sin embargo, podremos al menos lograr que algunos buenos candidatos lleguen y muestren que algo diferente sí es posible.
Columna Ricardo Correa Robledo ricardocorrearob