¿Paz con mermelada?

El Presidente Santos no ha querido entenderlo. Y el Candidato Juan Manuel menos. Así diga lo contrario. Porque las explicaciones sobre la existencia de nuestro conflicto armado están en el corazón del sistema político y electoral. Y aunque cierta izquierda insista en argumentar el alzamiento armado en las odiosas desigualdades económicas y sociales, las evidencias empíricas demuestran las razones políticas que animan la confrontación militar que nos acecha. Por ello es un contrasentido prometer la paz y al mismo tiempo resucitar o consolidar a punta de mermelada estructuras clientelistas tradicionales, las mismas que han cerrado históricamente el régimen político, como ocurrió en las recientes elecciones parlamentarias.

Insisto. El alzamiento armado siempre ha tenido que ver con la naturaleza del sistema político y electoral. Las FARC surgieron como respuesta violenta al excluyente pacto del Frente Nacional que repartió por igual el poder político a liberales y conservadores. El ELN se configuró reuniendo a jóvenes disidentes del Movimiento Revolucionario Liberal, líderes estudiantiles y sindicales o cristianos como el cura Camilo Torres, todos ellos desencantados de las vías legales para la lucha política. Y el M19 debe su nombre precisamente al fraude electoral de 1970 que le dio la victoria al conservador Misael Pastrana Borrero, para cumplir el acuerdo de las élites en la repartija del poder. Sistemática exclusión siempre acompañada de variadas y violentas formas de represión. O de la cooptación del disidente y el opositor político. El clientelismo y la politiquería se consolidó como el mecanismo de reproducción de estas relaciones de poder político. Y las estructuras políticas tradicionales se apropiaron de un aparato público dominado por el patrimonialismo y la corrupción.

Precisamente las experiencias de paz de nuestra historia reciente han buscado romper este cierre del sistema y superar estas exclusiones. Las FARC ensayaron su transformación en movimiento político con la UP, liquidado a sangre y fuego. El M19 firmó un pacto de paz ilusionado con una reforma política electoral que el Congreso bipartidista hundió en diciembre de 1989. Aún así se decidieron por la desmovilización y propiciaron una Asamblea Constituyente que no alcanzó para sellar la paz con las demás guerrillas. El EPL, el Movimiento Quintin Lame y el PRT acordaron desarmarse para vincularse con sus propios delegados a la Constituyente en curso. Y hace 20 años, la Corriente de Renovación Socialista selló un acuerdo para transformarse en movimiento político legal. En todo los casos el gasto ha corrido por cuenta de las guerrillas. Se vinieron a conquistar un espacio en la política en medio de la impresionante expansión del paramilitarismo y de sus macabras alianzas con las estructuras políticas tradicionales. O compitiendo en franca desventaja en materia de financiación de las campañas, de acceso a los organismos electorales o a los medios de comunicación.

Santos nos sorprendió gratamente a quienes creemos en una solución negociada de la guerra interna. Los diálogos con las FARC en la Habana y los que se han anunciado con el ELN alimentan la ilusión de un punto final a este conflicto costoso, inútil y degradado. Y los equipos negociadores han asumido su tarea con seriedad y responsabilidad. Ilusiones amenazadas por el propio gobierno. Porque firmar un acuerdo para traer a las actuales guerrillas a la vida civil y a la lucha institucional, al tiempo que se le entrega el Estado y el presupuesto público a las clientelas tradicionales o se contemporiza con la permanencia de fenómenos de ilegalidad en la política es una verdadera impostación. Como la que hizo el propio Presidente cuando lideró la aprobación de una Ley de Víctimas y Restitución de Tierras y le entregó el Ministerio de Agricultura, el ICA o el INCODER a sectores políticos y económicos enemigos de esas causas.

El Presidente y candidato debería preguntarse qué incentivos podrían tener para abandonar las armas quienes luego tendrán que enfrentarse al dinero y el poder burocrático del Ñoño Elias y Musa Besaile en Córdoba. O de los Gnecos en el César. Todos ellos consentidos por él mismo. Y todos ellos comprometidos en su reelección. La grosera utilización electoral de la paz termina en su propia negación. Porque la paz con mermelada es sencillamente insostenible.

Antonio Sanguino

Tomado de: http://www.kienyke.com/kien-escribe/proceso-de-paz-con-mermelada/