Un secuestrado que le tendió la mano a su secuestrador

César Montealegre, un empresario que estuvo ocho meses secuestrado, contrato a Luis Moreno, ex guerrillero del grupo que le quitó su libertad. Ahora es su hombre de confianza.

“Por efecto de la guerra, hoy quedé sin ningún lugar.
Deambulando por las calles y mis hijos sin papá.
No queremos más violencia. Esto debe acabar.
Colombia se está desangrando. No resiste un muerto más”.
Me afectó la guerra, canción inédita de Piedad Julio Ruiz

Vivir en el Caquetá, uno de los departamentos con mayor presencia de las FARC, nunca ha sido fácil para César Montealegre. Él ha tenido que esforzarse para levantar a sus cinco hijos y ser próspero con su negocio de alimentos, en medio de un entorno difícil, en el que tuvo que sufrir un secuestro de ocho meses.

Pero eso no lo doblegó. Al contrario, le mostró una faceta que no había conocido de sí mismo. Luego de ser liberado encontró que el perdón es posible, y hoy es un convencido de que quienes lucharon en el conflicto necesitan, más que todo, oportunidades para salir adelante.

La historia de Montealegre

En 1999 César era un comerciante que generaba empleo en su finca, en donde sembraba yuca y platano, tenía criadero de pollos y codornices, y producía carne de res y de cerdo. Además, tenía contactos comerciales en todo el país.

Para esa misma época el municipio de San Vicente del Caguán (Caquetá) era epicentro de los diálogos de paz entre la administración del presidente Andrés Pastrana y las FARC, para lo cual se decretó el despeje de un área de 42.000 kilómetros cuadrados que también incluía los municipios de La Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa, en Meta.

César recuerda que ese año, JH, comandante del tercer frente de las FARC, le mandó a pedir una ‘vacuna’ de 18 millones de pesos. “Me mandó llamar y yo le dije que no tenía todo ese capital. Lo único que hacía era generar empleo. La aspiración mía en esa época era darles una buena educación a mis cinco hijo. Él me dijo que le diera lo que pudiera”.

A los veinte días, César le mandó cinco millones de pesos. “Después me mandaron llamar porque necesitaban que les sacara unos heridos. Me negué rotundamente. Al personaje le dio como rabia y los primeros días de enero mandó un poco de gente y me sacaron de mi casa, me llevaron junto con mi esposa…”

Pasaron ocho meses antes de ser liberado. “Estaban pidiendo 7.000 millones de pesos, plata que obviamente no teníamos. Nosotros no éramos los dueños de los locales. Las fincas las habíamos conseguido con entidades bancarias. Estábamos haciendo empresa, como todo ser humano, pero nos dieron ese ultimátum y ahí empezó el calvario para los dos”.

A su esposa la soltaron a los cinco días para que consiguiera el dinero. Para César la experiencia fue difícil desde el primer día. Caminaba de cinco de la mañana a seis de la tarde sin pausa. Todas las noches lo trasladaban, no había linternas y la selva se le empezaba a meter en la piel. Lo habían juzgado de ser auxiliador de los paramilitares y la orden era matarlo.

“Recuerdo que me decían: necesitamos cavar un hueco hermano porque lo vamos a matar. A pura pica y pala hice el hueco donde me iban a enterrar. Me acuerdo que al comandante que me hizo abrir la fosa, cuando yo estaba arrodillado y llorando con la pala, se le vinieron las lágrimas. El tipo no decía nada porque lo estaban mirando. Ese día me di cuenta que él era un ser humano que tenía sentimientos”.

Tierra, lombrices, pica y pala, acomodar el cuerpo, cavar, cavar y cavar la propia tumba se volvió un recuerdo que aún hoy atormenta a César.

Lo que se aprende en la selva

Antes de su secuestro, César sólo pensaba en trabajar. “Yo era de los hombres que trabajaba 24 horas y me inventaba otras 24. Me acuerdo tanto que, por allá, eso me dolió mucho”. Por eso, durante su cautiverio aprendió a disfrutar de los momentos en los que le tocaba subir a la montaña a bañarse en calzoncillos debajo de un chorro de agua cristalina.

En las Farc vio muchos niños y jóvenes reclutados por la guerra, junto con otros que se habían ido siguiendo ideales que no entendían. Encontró que muchos no sabían leer fluidamente, pero tenían libros de Marx y Hegel. Cuando subía con ellos a la montaña, César les cantaba y les hablaba. “Les hacía reflexiones sanas. Creer en el cambio, pero no así”.

240 días después de su secuestro, fue liberado. Pero apenas salió, César se encontró con una sorpresa desagradable. Su esposa había sido secuestrada. Él tuvo que volver a conseguir dinero para poder liberarla, lo que se dio luego de un par de semanas.

Además, cuando volvió a trabajar sus negocios ya no existían. Le tocó empezar de ceros. Los empleados llegaban pidiéndole las prestaciones, los comerciantes reclamando lo que les debía. “Luego me llegó el SENA, pues estaba obligado a tener aprendices. Como no los tuve en ese tiempo, me multaron con 18 millones de pesos. Hablé con el abogado, y me dijo que lo lamentaban, pero que no podían hacer nada, que esa era la ley de nuestro país. También me requirió la DIAN”.

A los tres meses de ser liberado, mientras atendía su negocio, lo mandaron llamar. Había un señor que quería hablar con él. “Cuál sería mi sorpresa. Yo sentí que me iba a morir. Era el tipo que me hizo cavar la tumba”.

El guerrillero le pidió que le aceptara una cerveza. “Compañero César, -le dijo- no crea pero yo y mucha gente lo admiramos. Perdóneme, por Dios, perdóneme. Yo no soy un hombre malo, lo que pasa es que en la guerrilla si dan una orden, uno tiene que cumplirla”.

El guerrillero le comentó que había decidido desmovilizarse de la guerrilla después de 16 años de militancia en las Farc. “Le dije que ya estaba perdonado, lo abracé y, de verdad, lo hice de corazón”.

Segunda parte. La historia de Lucho

En 2005, Luis Moreno, conocido como Lucho, un desmovilizado de las FARC que había completado su proceso de reintegración en Bogotá, volvió a Florencia para buscar las oportunidades que no había encontrado en la capital para él y su hijo de dos años de edad.

Se enteró de que César estaba buscando un jornalero para su finca. Se presentó y obtuvo el trabajo, pero no le dijo que había sido guerrillero. “A nosotros nos discriminan mucho. Cuando uno dice que fue guerrillero se le cierran muchas puertas”.

Pero tiempo después, Lucho decidió contarle que era desmovilizado de las Farc, del mismo frente que lo había secuestrado. “Yo me asusté. Pensé en quitarle el trabajó, pero luego reflexioné un poco. El muchacho me había demostrado que podía confiar en él y sabía hacer muchas cosas bien”, cuenta César.

A partir de ese momento, comenzaron a trabajar juntos. “Le abrí un espacio en la sociedad”.

Esa oportunidad fue un aliciente para Lucho. Hoy, con el capital semilla que le dio la Agencia Colombiana para la Reintegración, ACR, tiene un proyecto agrícola que César le ha dejado mantener en su finca. “Eso es lo que necesitamos los desmovilizados. Más oportunidades. No sólo un diploma y plata. Necesitamos que nos abran las puertas para salir adelante”, dice Lucho.

La historia de su vida ha llevado a César a reflexionar acerca del futuro de Colombia. “Nuestro país no cambia por la falta de oportunidades. Ni todos los guerrilleros, ni todos los paramilitares son malos porque sí. A nuestra sociedad le da pavor darle trabajo a un desmovilizado. Está ese estigma de que todos son malos. Hay que dar oportunidades. Son seres humanos”.

A él le ha costado entender por qué la gente que no ha vivido la guerra de cerca tiene conceptos y percepciones tan negativas. “Si fui capaz de perdonar a esa persona que representaba a quienes me hicieron tanto daño, por qué otros no. Hubiera sido peor que yo hubiese mandado a matar o yo mismo hubiese matado. La solución no es acabar al que nos hizo daño. La solución es que la gente ayude, genere empleo, por ejemplo”.

Hoy Lucho vive con su esposa y su hijo mayor, y está esperando el nacimiento de otro hijo. César, trabaja en reconstruir lo que perdió. Y aunque aún llora cuando recuerda su experiencia, dice que el perdón le ha quitado un peso de encima. Está convencido de que si él pudo hacerlo, Colombia también está en capacidad de seguir adelante.

Por: Natalia Riveros Anzola y José Vicente Guzmán
Proyecto Reconciliación Colombia

Tomado de: http://www.reconciliacioncolombia.com/historias/detalle/38