El 10 de marzo de 2000, el Bloque Héroes de Montes de María desplazó a las 245 familias que componían Mampuján, un corregimiento al norte del departamento de Bolívar. La pastora del pueblo, Alexandra Valdés, que es la escogida por las mujeres de su comunidad para contar lo que pasó ese día por el misticismo de su versión, afirma que a las seis de la tarde de ese acalorado viernes más de 100 hombres armados y vestidos de camuflado llegaron en camiones al corregimiento. Tocaron de puerta en puerta y convocaron a la gente en la plaza.
Allí separaron en filas a hombres y mujeres y anunciaron que tenían la orden de matar a todos por guerrilleros. “Dijeron que no dejarían vivos ni a los perros, que nos mocharían las cabezas y que jugarían fútbol con ellas”, cuenta Alexandra. Hacia las diez, mientras se preparaba para ver cómo asesinaban al primero en la fila, dice haber visto sobre los montes decenas de ángeles cogidos de la mano. Inmediatamente, según ella, uno de los comandantes recibió una llamada y cuando colgó pronunció el milagro que le devolvió la vida a los mampujaneses: “Se salvaron. El que no quiera morirse recoja lo que pueda y desocupe ya el pueblo.”
Las casi 1.800 personas que salieron de Mampuján en la mañana del día siguiente jamás volvieron a su pueblo. Huyeron a Marialabaja, la cabecera municipal, y vivieron por dos años hacinadas en los espacios que la Alcaldía les cedió. Allí sufrieron la estigmatización de los marialabajenses y los pormenores de la desocupación.
En 2002 se reubicaron a seis kilómetros de Mampuján en un terreno que un sacerdote italiano les donó y todavía esperan volver algún día a su tierra. Las casas que abandonaron hace catorce años hoy son ruinas consumidas por la maleza. La iglesia parece un templo fantasma y de la escuela solo queda un muro en pie. Sin embargo, ante tanta desolación, las mujeres hallaron en el tejido la manera de sanar el dolor producido por el desplazamiento.
Su historia con el tejido comenzó a principios de 2004 cuando la falta de dinero desató una ola de violencia intrafamiliar sin precedentes en la comunidad. Para esa época a los hombres les costaba mucho emplearse en labores que supieran realizar dado que arar la tierra no era una opción en el nuevo Mampuján, y las mujeres en un esfuerzo por detener esa violencia asumieron el rol de proveedoras del hogar.
Varias mampujanesas inspiradas por Juana Ruiz, una joven de 26 años que comenzaba a perfilarse como la líder comunitaria que es hoy, montaron restaurantes y servicios de comida a domicilio en los que el pescado frito, el arroz con coco, y la ensalada tricolor, las sacaron de apuros.
Los frutos de ese esfuerzo no tardaron en aparecer y al poco tiempo la estabilidad económica alcanzada hizo que la violencia en los hogares bajara. Sin embargo, para Juana faltaba algo. El dolor que la noche en que solo Dios, según ella, pudo salvarlos seguía vivo. Las mujeres lloraban inconsolablemente cada vez que recordaban la vida en el viejo Mampuján y para algunas el duelo era tan fuerte que iban con frecuencia al caserío abandonado para recordar épocas felices y sentir algo de paz.
Desde ahí Juana se propuso conseguir atención psicosocial para las mujeres de su pueblo y después de algunos meses encontró en la organización menonita Sembrando Paz el aliado ideal. En agosto de ese año Teresa Geiser, una psicóloga estadounidense vinculada a la organización, llegó al nuevo Mampuján para enseñarles un particular método de superación del trauma y aumento de la resiliencia denominado quilt.
Infortunadamente, esta técnica de costura europea, conocida en Latinoamérica como acolchado y basada en la superposición de telas para crear diseños geométricos, no tuvo el efecto sanador que Juana, Alexandra y 29 mujeres más esperaban. Según ellas, aunque el quilt las relajaba, fallaba al momento de curarlas porque para sanar había que recordar la tragedia. De allí surgió la idea de plasmar lo que vivieron sobre tela para sacar el dolor y con el primer tapiz que fabricaron les bastó para saber que la tristeza y la sed de venganza con que habían cargado por años podían desaparecer.
Ese tapiz, al cual bautizaron Día de Llanto, narra lo ocurrido en Montes de María el 10 y 11 de marzo de 2000. Las más de 20 figuras que lo componen retratan la incursión paramilitar a Mampuján, el desplazamiento de sus habitantes y los 12 campesinos que fueron masacrados horas después en la vereda Las Brisas.
Desde entonces los tapices fueron el remedio más efectivo para el dolor de las mampujanesas. Las reuniones que hacían a diario para tejerlos funcionaban como espacios de terapia en los que se desahogaban y empezaban a superar el trauma. Las sonrisas reaparecieron en sus rostros y recordar el viejo Mampuján pasó de ser una tortura a convertirse en un motivo más para volver.
Con la experiencia, cuenta Juana, “las mujeres descubrieron que cuando la persona tiene el dolor fresco piensa que recordar el hecho violento la lastima y entonces prefiere esconderse de él pero con el tejido pasa todo lo contrario porque para sacar ese dolor es necesario sentirlo de nuevo”.
Las tejedoras de Mampuján, que hoy día son 15 heroínas a las que la comunidad y en especial los hombres admiran, han replicado esta técnica de sanación con mujeres en distintos lugares del país. Once de sus tapices recorren permanentemente los museos y las bibliotecas de la capital, mientras que Día de Llanto reposa en casa de Juana como el símbolo con el que la catarsis mampujanera empezó. Ahora su sueño más cercano es retornar al viejo Mampuján antes de que termine el año y elaborar un tapiz que pueda llamarse Día de Alegría.
Tomado de: http://www.reconciliacioncolombia.com/historias/detalle/269