El escritor Alfredo Molano Bravo recuenta los días en que un grupo de guerrilleros y campesinos asentados en Marquetalia (Caldas) salieron huyendo hacia el Cauca, de donde surgieron nuevas repúblicas independientes y nacieron las Farc, hace 50 años.
El Ejército se tomó Marquetalia el 18 de mayo de 1964. Más allá de las fotografías en primera plana de los diarios y de las condecoraciones por servicios distinguidos, los militares no supieron ni cuándo ni cómo se les había escapado la guerrilla. El entonces coronel Matallana, que había comandado el asalto, declaró que por las noches se oían estallidos de bombas que a la luz del día resultaban minas que, según su versión, habían podido ser activadas por los animales de la selva. El oficial estaba perdido. Lo que había era un laberinto de trochas que no llevaban a ninguna parte, como lo confesó siendo general, salvo una que conducía a otra por donde se replegaron Marulanda y sus hombres. “Era una trocha ancha, estructurado su piso… oculta a la observación aérea… una obra con una magnitud verdaderamente estratégica. Además, con gran acierto, ellos concibieron la trocha de tal manera que no salía propiamente del puro Marquetalia, sino de bien adentro de la selva”. Y llevaba a Riochiquito, una región que Charro Negro, Ciro Trujillo y Marulanda venían preparando como retaguardia desde el comienzo mismo desde los días de El Davis. Ciro Trujillo, Mayor Ciro, fue uno de los primeros guerrilleros liberales que incursionaron en la región. Había organizado en el año 50 el comando de El Pajuil, desde donde marchó con su gente hacia El Davis. Cuando el Ejército entró, en el año 52, Trujillo se refugió en Villarrica y regresó al sur del Tolima en los días que Charro Negro y Marulanda fundaban Marquetalia.
Riochiquito es una zona de Tierradentro, Cauca, territorio de los indígenas paeces o nasas. Un pliegue de la falda del nevado del Huila, donde llegaron también Charro Negro e Isaías Pardo, ambos de sangre pijao, a organizar un comando en Símbula, en las goteras de Riochiquito. Cabe recordar que esa región fue un campo de sangrientos enfrentamientos entre los paeces y los pijaos antes de la conquista española. Por esa razón, sin duda, los guerrilleros al principio no fueron bien recibidos por los indígenas. Con ayuda de colonos blancos y de un indígena que llegaría a ser comandante, Laurentino Perdomo, los forasteros hicieron mejoras en medio de la selva, sembraron maíz y caña, y aprendieron a cocinar la cancharina, una arepa de maíz y panela. Poco a poco fueron llegando otros campesinos que huían de la violencia en Tolima cuando Rojas Pinilla ilegalizó el Partido Comunista. Debieron ser muchos, porque pronto apareció una tienda, después un billar, una escuela, y así las bases de un poblado. Monseñor Enrique Vallejo, prefecto apostólico de Tierradentro, informado de la punta de colonización que se establecía, y sabiendo su origen y su propósito, presionó al Gobierno para que la sacara; un tal Miguel Valencia, alias Renco, fue utilizado para hostigarla. Rechazado por las guerrillas, entró el Ejército, se apoderó del pueblo que estaban trazando los guerrilleros y lo incendió. Se bloqueó la región. No entraban mercancías ni salían productos. Desde Marquetalia llegó la Comisión de los Treinta, compuesta por guerrilleros que no habían entregado las armas a Rojas Pinilla, comandada por Marulanda y Charro. El historiador inglés Malcolm Menzies afirma que Tirofijo aprendió a leer en esa Comisión. Fue otro intento de autodefensa, ya que los guerrilleros concentraron su fuerza en sembrar comida para burlar el bloqueo, pero también organizaron a los pobladores como sindicato agrícola.
Como parte de la política de pacificación de Lleras Camargo (1959), llegó a Riochiquito una comisión encabezada por el padre Reinaldo Ayerbe Chaux, según documento publicado por José Jairo González en su libro El estigma de las Repúblicas Independientes. El cura quedó admirado con los “lindísimos sembrados de maíz y fríjol” y, sobre todo, con los colonos organizados “por hombres de fila del Tolima”. “En todo este personal no encontré ni crueldad, ni sevicia, ni maldad. Hay un fondo maravilloso de rectitud, de sinceridad y de bondad que deseo pregonar”. Y remata el hermano del general Ayerbe Chaux, perteneciente a una de las familias más aristocráticas de Cauca: “Hay propiedad privada y completa independencia en la administración de dicha propiedad. El trabajo comunitario, como me explican los jefes, fue necesario para poder sustentarse en el tiempo de la guerrilla. Actualmente cada cual tiene su parcela y trabaja para sí … Esa gente tiene labranzas que abrir y prefiere el trabajo campesino a vivir asalariada y pendiente de un patrón”. El jefe de los “hombres de fila” era Ciro Trujillo, alias Mayor Ciro. El VIII Congreso del Partido Comunista —diciembre de 1958— había recomendado: “La lucha por el poder se debe concebir como actividad de las masas en diferentes frentes; no únicamente como acción guerrillera. Dejen quietas las armas. Incluso en descanso pueden continuar siendo elementos de disuasión frente a la reacción y a la injusticia”. Charro Negro asistió a las sesiones del Congreso. Un año antes había sido lanzado al espacio, por la entonces URSS, el primer satélite, el Sputnik. Ciro fundó la Unión Sindical de Trabajadores de Tierradentro y Riochiquito, organización que carnetizó a sus miembros —lo que en realidad equivalía a emitir registros civiles—, distribuyó parcelas a los excombatientes, construyó escuelas y abrió caminos. Marulanda y Ciro acordaron una relativa y estratégica independencia de los dos movimientos de autodefensa con mandos separados y normas de convivencia propias. Fue un período de paz incómoda, porque ni monseñor Vallejo ni la Fuerza Pública dejaron de vigilar los desarrollos de esta singular —hasta entonces— colonización, que a pesar de todo nunca pudo integrar bien indígenas y campesinos. Los directorios liberal y conservador de Belalcázar, centro político y religioso de la región, le escribieron al gobernador de Cauca diciéndole que “la benévola tolerancia con que han sido tratados los antisociales de Riochiquito ha determinado la absoluta falta de protección de los vecinos de Tierradentro y como consecuencia de ello el que se haya garantizado la impunidad a la cuadrilla de Ciro Castaño”. Informes de inteligencia dieron cuenta de que se trataba de una “organización comunista cuyo número de hombres se considera en 1.000 con una organización y disciplina casi perfectas, de los cuales 500 se hallan en actividad y 500 en receso. Están armados con ametralladoras y fusiles, tienen uniformes y un equipo de transmisiones cuyo sistema se desconoce”.
La paz de Lleras fue rota en dos puntos: en Gaitania, con el asesinato de Charro Negro a manos de Mariachi, y en un violento enfrentamiento que tuvieron las autodefensas campesinas, al mando de alias Teniente Antonio, en el páramo de Moras. Marulanda y Ciro se prepararon para la ofensiva del Gobierno contra las que comenzaron a llamarse repúblicas independientes. Ciro expulsó de la región a quienes fueran desafectos a la recién fundada Unión Sindical de Trabajadores de Tierradentro y Riochiquito.
El entonces capitán Valencia Tovar, pariente del poeta Guillermo Valencia —el gran enemigo de Quintín Lame— y del presidente Guillermo León Valencia —que preparaba la invasión a las repúblicas independientes—, tomó contacto con Mayor Ciro en abril de 1964, cuando estaba a punto de iniciarse la ‘Operación Marquetalia’. Su objetivo fue: “Neutralizar Riochiquito mediante una aproximación de acciones psicológicas y cívico-militares, y buscar un entendimiento sobre la base de desmovilización y desarme”. Encontró a Riochiquito “bastante cultivado en combinación con extensiones selváticas, y partido por quebraduras profundas”. Llegó en un helicóptero; Ciro no salió al encuentro previamente convenido, pero el capitán conversó con un dirigente del sindicato a quien felicitó “por haber organizado la comunidad agraria que todos estábamos dispuestos a apoyar” y recibió “quejas amargas contra las autoridades y gentes armadas del Cauca”. Unos días después regresó el alto oficial. El Mayor apareció en un caballo blanco y revólveres a la cintura. “Era bajo, fornido, tez oscura y torso ancho”. Se quejó de que “el Gobierno no se asomara si no a echar bala y a matar campesinos”. Valencia le propuso trabajar en compañía haciendo escuelas y puentes con la dirección del Ejército y mano de obra local. El alto oficial regresó a proponerle al Gobierno que “Riochiquito quería vivir en paz, pero Tirofijo lo forzaba a secundar sus embestidas feroces. Si se le daban 20 carabinas Cristóbal de repetición y 300.000 pesos, él se comprometía a matarlo y así asegurar la paz de todos”. En efecto, la escuela se construyó mientras Mayor Ciro decía: “Nos están dando el dinero para que les construyamos no una escuela, sino el local para alojar al Estado Mayor de Tierradentro… pero se van a quedar con un palmo de narices porque cuando venga la agresión, lo primero que va a arder es ese local”. Guaracas dice que “Ciro fue tan fiel, que todo lo que conversaba con Valencia lo consultaba con el movimiento”. En la última visita de Valencia Tovar, según su relato, Mayor Ciro le reclamó los fusiles y el dinero. “Es una decisión del Gobierno y no del Ejército”, respondió el oficial, que presumía que una vez entregadas las armas, Ciro podía secuestrarlo para impedir la ofensiva militar. No obstante —escribió Valencia—, las obras prometidas no se suspendieron y se nombró coordinador al coronel Petronio Castilla, mientras el Plan Meteoro contra Marquetalia tenía lugar. Marulanda y su gente saldrían de la región por la antigua trocha abierta por los indígenas paeces. Así lo cuenta Miguel Pascuas, que luego sería fundador del Sexto Frente de las operaciones militares y que vive hoy en Cuba: “Después de muchos combates salimos hacia el comando de Ciro Trujillo en Riochiquito. Eso significaba ocho días por trocha para llegar hasta allá, pasando por el Símbula. Ya asentados por esos lados, veníamos intermitentemente a Marquetalia a pelear unos días y otra vez regresábamos a Riochiquito. Ahí generalmente, promediando, entre ida y vuelta y los ratos de pelea, nos gastábamos 20 días, pero cuando montábamos emboscadas y la tropa enemiga demoraba en pasar por el lugar preparado, el tiempo de espera se nos alargaba hasta por un mes, pero no nos regresábamos sin pelear, había que pelear”. Esa trocha, verdadera ruta de la cancharina, fue la correa de transmisión entre estos movimientos campesinos armados y la cuna de todas las demás repúblicas independientes.
A mediados del año 65, el grupo de civiles armado por el Ejército y auspiciado por monseñor Perdomo, al mando del nombrado Miguel Valencia, mató a siete personas en el Cocuyal, entre las que se encontraban un hijo y un sobrino de Mayor Ciro, quien le escribió a Valencia Tovar: “A mi hijo Abacup lo remataron de 17 machetazos después de herirlo con un tiro de fusil en la espalda. Cuando llegué ya era tarde, se había desangrado”. La inteligencia militar identificó a todos los criminales, pero nunca los persiguió. No era el único grupo paramilitar socorrido por el obispo, quien, se dice, encabezaba comisiones armadas; sobre el Símbula actuaba Apolinar López con notoria persistencia. Con todo, Ciro conservó la calma e incluso acordó con el Ejército patrullar con su gente el camino de Cocuyal a Riochiquito. Sin embargo, el 10 de septiembre se produjo un combate y el 15, según Jacobo Arenas, “ocho aviones a reacción acometieron violentamente con nutrido bombardeo y ametrallamiento”. El Ejército desembarcó tropa de siete helicópteros muy cerca del pueblo y Ciro dio la orden de incendiarlo. El 17 escribió Jacobo: “Sobre la región apenas se nota una leve neblina de humo azul”. La población civil había sido evacuada unas semana antes “con fardos y líchigos a cuestas: niños, perros, gatos, mulas, vacas y gallinas e incluso en el hombro de Anita Ortiz, una lora”, y se concentró por los lados de Mazamorra. En esos días entraron a la zona de guerra los cineastas franceses Jean Pierre Sergent y Bruno Muel, acompañados por Pepe Sánchez, y filmaron los bombardeos y combates de la guerrilla. Sería una pieza histórica de la época. Tratando de sacarlos del área cayó en una emboscada Hernando González, que había llegado a Marquetalia un año atrás.
Más tarde concluiría Jacobo, en su “Diario de Campaña”: “Todo indica que nuestra táctica fue burlada, que nuestro dominio del terreno, que conocemos como las manos, no corresponde a la táctica nueva del Ejército (que) va ocupando los puntos débiles sin lucha… nos ha ganado ayer con la inteligencia antes que con la fuerza del número y de las armas”. Con todo, Marulanda rompió el cerco y concentró a su gente —más de cien hombres— cerca de Inzá, Cauca, un pueblo de intensa actividad comercial, con Caja Agraria, cuartel de Policía y distante del teatro de guerra. El 26 de septiembre los guerrilleros montaron un retén en la carretera a Belalcázar. El primero en pasar fue un bus escalera que transportaba unos presos guardados por un piquete de Policía. El combate fue muy corto y murieron dos monjas que iban en el bus. La guerrilla se tomó Inzá, robó la Caja Agraria, atacó a la Policía y se adueñó del armamento. Jacobo y Marulanda, en el atrio de la iglesia, se echaron sendos discursos explicando las razones de su lucha. Recordaron que el Indio Quintín Lame había hecho lo mismo en 1916. Pocas horas después, cuando aún los insurrectos no habían acabado de asaltar los almacenes, llegó a Inzá en un helicóptero el capitán Belarmino Pinilla. “Yo pedí apoyo de fuego, porque cuando aterricé la cola de la columna guerrillera estaba entrando al monte. Yo iba con el general Currea Cubides y él pidió los T-33; llegaron tres aviones, pero no bombardearon porque de Bogotá la Presidencia de la República no lo autorizó. Si lo hubiera hecho, habría muerto mucha población civil”. El bombardeo no fue sobre el pueblo de Inzá; la película de los franceses muestra que sí lo hubo en la cordillera, tal como Guaracas lo dice: “Donde acampamos, aparecieron los aviones bombardeando”. El general Pinilla afirma que en ese asalto estaba ni más ni menos que el Che Guevara, que iba bajando hacia Bolivia”. Para Guaracas, la muerte de las religiosas fue un problema de repercusión nacional. “Como si le hubiéramos echado fuego a una caneca de gasolina”. La respuesta del Ejército fue inmediata: ocupar Riochiquito para destruir las guerrillas comandadas por Marulanda y Ciro Trujillo, cuidando de “obtener la cooperación necesaria de la población civil para evitar su éxodo”. Las presiones de los políticos caucanos y la voz indignada del vicario de Tierradentro por la muerte de las monjitas hicieron cumplir la invasión militar a Riochiquito, “un conglomerado apacible de agricultores dominado por la guerrilla”, como escribiría más tarde el general Valencia Tovar. Guaracas pensaba algo parecido: “La oligarquía terrateniente del Cauca pedía una intervención militar contra la zona agraria de Riochiquito”. “Se había cumplido por fin lo inevitable”, remató Valencia Tovar.
El Secretariado de la Resistencia —Marulanda, Ciro, Yosa— convocó una conferencia para analizar las invasiones de Marquetalia, Riochiquito y las que esperaban sobre el Guayabero y El Pato. Los comandos más importantes estuvieron representados y se reunieron en un lugar de Cauca, donde definieron planes operativos de lo que dio en llamarse Bloque Sur, que adoptó el Programa Agrario como bandera política. La conclusión más importante fue sin duda la citación de una nueva conferencia que tendría lugar en el río Duda. En las “profundidades de ese cañón” Jacobo Arenas instaló, entre el 25 de abril y el 5 de mayo de 1966, la Segunda Conferencia del Bloque Sur que creó las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), con un secretariado ejecutivo a la cabeza, un estado mayor, un reglamento y una estructura jerárquica.
De allí salió un plan militar nacional operativo, cuyo principio Marulanda resumió así: “Ahora volveremos a buscarlos en la orilla del río de donde un día nos sacaron, volveremos a buscarlos en la montaña de la cual un día nos hicieron salir a la huyenda, volveremos a buscarlos en la región de la que un día nos hicieron correr”. Jacobo y Marulanda fueron enviados a El Pato y el Guayabero, desde donde desplegaron fuerzas por los ríos Guaviare y Caquetá, y sobre el pie de monte que ya habían abierto las columnas de marcha llegadas de Villarrica, y los colonos expulsados por las guerras de Marquetalia, Natagaima y Riochiquito. Poco a poco esa colonización fue derramándose a lo largo de las aguas que desembocan en el Orinoco y el Amazonas. En esta zona selvática —aún hoy selvática, en particular la hoya del río Papamene, donde murió Pedro Antonio Marín— se formó gran parte de los comandantes que abrirían frentes en el occidente de Cundinamarca, el norte de Tolima, el noreste antioqueño, el oriente de Huila, el sur de Cauca, el Magdalena Medio, los Llanos Orientales, Urabá y Perijá.
Las llamadas repúblicas independientes se habían salido de madre y habían formado un ejército. Si se quisiera saber hasta dónde están las Farc, bastaría saber si la gente come cancharina. Ciro Trujillo fue enviado al Quindío para operar sobre el Valle y sobre la zona cafetera, pero en 1966 fue estruendosamente derrotado porque, según Marulanda, “todo el mundo sabía dónde vivía la guerrilla, qué hacía la guerrilla, cuáles eran sus planes, cuáles sus contactos”. En la acción quedó muerto alias Arrayanales, un guerrillero tan fuerte como su nombre de guerra.
Tomado de: http://www.elespectador.com/noticias/nacional/ruta-de-cancharina-articulo-499801