María Gamboa, directora de Mateo, una película que cuenta una historia sobre el arte, la dignidad y la resistencia frente a los violentos, habló con Reconciliación Colombia sobre el poder que tiene el cine para hacer visible el dolor que muchas comunidades colombianas han sufrido a causa del conflicto.
Mateo es un joven que vive en Barrancabermeja. Su tío es un hombre poderoso en la región. Tiene dinero y todos le temen. Mateo se está formando a su lado en el mundo criminal. Aunque estudia en el colegio, en donde está a punto de perder el año, ya gana más dinero que su mamá. Ella le recibe lo que él le da, aunque sabe que su origen es bastante dudoso. Hasta que Mateo tiene que ir a clases de teatro, por obligación, y ahí su destino comienza a cambiar.
María Gamboa, directora de Mateo. |
Esa es la historia central de Mateo, la película dirigida por María Gamboa, que se exhibe en estos días en las salas de cine del país.
Es una historia de ficción, pero la realidad se cuela en todas sus escenas.
Barrancabermeja, en donde transcurre la película, fue víctima de los abusos de los paramilitares. Jaime Peña, uno de sus actores, fue una de las 12 primeras víctimas que viajó a La Habana para reunirse con los negociadores del Gobierno y las Farc. El dolor que él y su esposa expresan en la película es real, es el que sintieron por perder a su hijo en la masacre de 1998.
“El dolor necesita encontrar un reconocimiento”, dice María Gamboa, directora de la película, que es fruto de un largo trabajo de investigación y un trabajo muy intenso con los actores naturales que participaron en el proyecto. La película ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Cartagena y en el Festival de Cine de Santander y fue seleccionada por la ONU para apoyar su campaña ‘Respira Paz’.
Para María, la importancia de la película está en que se cuenta no desde el punto de vista de los criminales, sino desde el de las víctimas y está construida de una forma en que quien la ve puede encontrar muchos elementos cotidianos para identificarse con lo que ellas vivieron.
Es un nuevo camino para el cine colombiano. En medio de narcos, sicarios, sapos y prostitutas que se han apoderado de nuestras pantallas en el cine y la televisión, Mateo muestra lo que María define (citando al padre Francisco de Roux) como el poder de la dignidad.
Esta fue su conversación con Reconciliación Colombia:
La película se hizo después de una larga investigación en Barrancabermeja. ¿Cómo llegó a esta historia y por qué le llamó la atención?
Antes de irme a Barranca, dirigí una serie de tv que se llama Revelados. Fue un semestre dedicado a la prevención frente al conflicto armado, que hicimos con la OIM. Al estar viajando por diferentes partes del país encontramos que para prevenir que los jóvenes entraran al conflicto armado, las pequeñas manifestaciones artísticas sí podían ser muy importantes. Por ejemplo, jóvenes en Siloé que tenían un club de baile o de teatro encontraban algo importante que los podía ayudar para no entrar en pandillas. Pero era tan rápido todo (uno viajaba y hacia una nota en un día), que todo era un poquito obvio: las preguntas y las respuestas eran obvias
Después escuché al Padre Francisco De Roux, que es mi gran héroe colombiano. Yo ya sabía de él, lo conocía de antes, pero lo oí hablar en el Festival de Santa Fe de Antioquia sobre el poder de la dignidad. Y al escucharlo supe y sentí que en lo que él estaba describiendo en el Magdalena Medio había una sabiduría sobre la reconciliación y sobre la construcción de paz y yo necesitaba entender qué era lo que él estaba hablando. Él hizo un gran énfasis, como lo hace siempre, en la dignidad. Y yo sabía que para encontrar verdaderas soluciones de paz tenía que ir a una zona de conflicto. Solamente ahí se pueden encontrar. En Bogotá seguramente sí hay personas que saben del tema, pero las personas que han atravesado un conflicto armado y lo han tenido que vivir de manera más inmediata que las personas de la ciudad tienen una sabiduría sobre el ser humano que yo quería entender cuál era.
La película está hecha, en su mayoría, con actores naturales que viven en la zona y en muchos casos han sido víctimas del conflicto. ¿Qué aprendió de ellos?
Jaime Peña, uno de los actores de la película, fue una de las primeras 12 víctimas que viajó a La Habana. Él, Myriam, que interpreta a la mamá de Mateo, y el mismo Mateo, decían: es que esa o ese hubiera podido ser yo.
La gente entendía y reconocía su historia en el guion. Lo que importaba era generar confianza para que ellos se pudieran sentir cómodos. Lo que yo siempre estaba buscando es que ellos pudieran conectarse con la escena y volverla suya.
A veces hubo retos fuertes. Por ejemplo, don Jaime y su esposa Marleny perdieron a su hijo en la masacre del 98 en Barranca y ellos hacían el papel de una pareja que pierde a su hijo en la película e incluso hay una escena en una funeraria.
A mí sí me asustó en un momento. Pensé: “yo que estoy haciendo, estoy loca, cómo los pongo a revivir esta situación”. Hablé con ellos y me dijeron: “no hay problema. Nosotros hemos hablado de esto muchas veces y la verdad a nosotros nos ayuda”. Ya mirando para atrás, creo que fue algo muy especial. Hubo un momento en que Marleny se conectó con lo que le ha pasado y ella estaba viviendo ese momento. Eso pasaba mucho en la película.
Es un momento en que ella llora en la película contando la historia junto a su esposo. Es muy impactante porque es muy difícil encontrar el límite de si ella está actuando o hablando de lo que realmente vivió.
Es que el límite es que ella no está actuando. Ella es tan transparente y tan auténtica en esa escena, y él también, que es una escena en la que uno dice aquí hay algo de verdad. Ahí hay algo que pasa natural que uno simplemente tiene que hacerse a un lado y estar agradecido. Esos son regalos de verdad y cuando eso pasa es fantástico.
El protagonista es un joven, pero las mujeres tienen un papel muy importante. ¿Como fue el trabajo con ellas?
Trabajamos con dos grupos de mujeres que existen en Barrancabermeja. Uno es Merquemos Juntos, que se ganó el Premio Nacional de Paz y el otro las señoras de la Comuna 7 del Vivero. Yo conviví mucho con ellas y sabíamos que queríamos hacer un casting con esas organizaciones. Las mujeres y las organizaciones femeninas han sido muy importantes en Barrancabermeja. Han sido constructoras de paz y ha habido mucha construcción de tejido social a través de ellas.
¿Cree que el ser mujer influye en la forma como está contada la película?
Yo me he preguntado mucho eso porque no sé. No sé si la visión de la guerra es muy distinta entre una mujer y un hombre. Seguramente sí lo es. Como que a mí no me interesaba mucho meterme en cómo era la guerra, sino meterme en cómo era la reconstrucción y yo creo que en esa medida es una visión más de mujer que de hombre.
Llama la atención que es una película que de alguna manera es sobre la violencia, pero que no tiene ninguna escena explícita de violencia.
Nosotros en el guion sí teníamos unas escenas más violentas, pero no entraron en la película porque de alguna manera se veían como si fueran de otra película. Pero incluso aunque estuvieran esas escenas violentas, siempre la mirada y la perspectiva era desde las personas que estaban en la mitad del conflicto. No queríamos contar la historia desde la perspectiva de los criminales.
Cuando yo hablaba con las mujeres, en especial con Guillermina (líder del grupo Merquemos Juntos), me contaban historias de cómo lograron desarmar a guerrilleros o paramilitares. Decían que muchas veces los conocían y había un cierto respeto a las mujeres y lograban tocarles el corazón. Esas eran las historias que nosotros oíamos.
Por ejemplo, Soledad Quintero, de Fe y Alegría, en la comuna 7, me contaba la historia de cómo agarró un guerrillero porque era la directora del colegio y había un fuego cruzado y los niños estaban saliendo. A ella le tocó coger al tipo de atrás para que la metralleta no apuntara o lo miraba a los ojos porque lo conocía y le decía: ¿qué estás haciendo?.
Eso era de lo que hablaba Pacho cuando hablaba del poder de la dignidad.
Mucha gente dice qué le aburre ver más películas de la violencia, cuando la verdad es que nuestro conflicto apenas se está empezando realmente a contar en la pantalla.
Yo creo que el conflicto del que hemos visto es más desde el imaginario que existe en las ciudades. Y creo que a mí me pasó un poquito cuando me fui a investigar y empecé a entender la guerra en las comunas, fui entendiendo que no era como las guerras que uno veía en las películas.
Entiendo que uno no quiera seguir viendo películas de conflicto cuando siempre es descorazonado y además estereotipado. Creo que al conflicto ha faltado verlo con corazón y comprensión, a partir del cine. Creo que ha sido más desde lo fantástico y desde lo excitante que puede ser mostrar sangre y matanzas y no tanto con cariño y como con dilemas reales, de personajes conflictuados.
La violencia, cuando la mostramos de esa manera no nos acerca al dolor y necesitamos entender el dolor para entender el conflicto. Para que le apostemos a la paz tenemos que entender el conflicto del otro y entender que el conflicto del otro nos puede pasar.
A veces la gente de las ciudades es un espectador de lo que ocurre en las regiones o conoce lo que ocurre allí por la televisión …
Creo que parte de la apuesta por la reconciliación no es solamente reconciliar victimarios y víctimas sino reconciliación en el sentido de entender al otro. También decirle a alguien de un pueblo que la persona de la ciudad no por eso es rica o no sufre también.
Yo creo que hay situaciones más traumáticas que otras, pero en vez de encontrar quién es el que sufrió el trauma más grande, es buscar en qué espacios nos podemos encontrar emocionalmente para empezar a tener empatía con el otro.
Hay varios directores que como usted se están interesando por estos temas. ¿Cómo ve el papel del cine para recuperar la memoria y contribuir a la reconciliación?
Yo no necesariamente creo que el cine todo tiene que ser canalizado contar eso, porque también eso agobia, pero en este momento de transición los artistas sí tenemos la posibilidad de poder ayudar a canalizar y articular sensaciones y dolor que no ha encontrado un espacio dónde expresarse.
Una de las cosas que ha sido muy linda de esta película es ver que las personas que compartieron su historia en esta película la ven materializada en algo que otras personas pueden ver. El dolor necesita encontrar un reconocimiento. Cuando hablamos de reconciliación y pedir perdón cuando se hace de verdad, finalmente ese dolor se siente validado y puede ser liberado.