El proceso seguido con ETA en los últimos años, que permitió que dicha organización abandonara definitivamente la lucha armada, no es propiamente un proceso de paz clásico, en la medida en que en la etapa final no hubo negociación ni, por tanto, acuerdo de paz. Fue una decisión unilateral motivada por la suma de varios elementos, fundamentalmente tres: la presión policial, el hastío de la sociedad vasca y la enorme presión de la izquierda abertzale para quitarse de encima el estigma de la muerte y posibilitar su participación política desde una nueva perspectiva de respeto a las reglas de la democracia.
En los procesos convencionales, tras el acuerdo de paz suele seguir un proceso de desarme, desmovilización y reintegración (DDR). En el caso vasco, este esquema no era posible, por el carácter y modo de operar de la organización, de tipo terrorista, y como he señalado, por no existir un acuerdo negociado.