El Cangrejo Azul y la María Mulata en amenaza crítica

Foto Puche 2015/ Monumento al Cangrejo Azul Parque del Cangrejo -  Barrio Crespo. Lo que nos queda.
Foto Puche 2015/ Monumento al Cangrejo Azul Parque del Cangrejo – Barrio Crespo. Lo que nos queda.

LA DANZA DEL AMOR PERDIDO

El canto de bullerengue de la María Mulata se extingue en su agonía al lado de la Marcha del Amor perdido de los cangrejos azules, cantos que fueron sinónimo de alegría y paisaje natural de la vieja Cartagena, donde fueron famosas las marchas interminables de los cangrejos azules en la antigua vía de Mamonal, los barrios de Ceballos, Zapatero, Bosque, San Isidro Alto y  Bajo, Crespo y Marbella, entre otros, donde  el cangrejo era parte obligada del inventario de los patios; “Recuerdo  cómo en los patios de tía Rosiris y de las De Aguas, en la calle Segunda del Mamón del barrio El Bosque, los cangrejos asomaban sus tenazas y su cuerpo regresando asustados a la cueva en busca de seguridad”, también “Era común  el sobresalto producido por un cangrejo oculto en cualquier lugar de la casa, en un rincón, en las sábanas de la cama, en el baño,  en la bacinilla o en la terraza de la casa, culturalmente se había aprendido a convivir con ellos, lo mismo que a servirlos en la mesa”.

La Danza del Amor del Cangrejo Azul fue un ritual disfrutado y degustado a la saciedad por moradores de estos barrios; con sus vidas  contribuían a la canasta familiar de miles de hogares, las delicias gastronómicas que este crustáceo permitía a la cocina criolla, lo hacían parte de la dieta alimenticia. Fueron famosos los platos típicos de arroz de cangrejo, cangrejo guisado y “cangrejo a la plancha” de la comadre Eudosía en el Bajo San Isidro, y siguen siendo famosos estos mismos platos en las vendedoras de comidas del mercado de  Bazurto, como “La Gorda, la  Flaca y su Vecina”, donde todavía se sirven. Las carretillas  y triciclos que deambulan por el centro amurallado siguen ofreciendo arroz de cangrejo o de jaiba en descomunales ollas y calderos de 10 libras en tiempos de lluvia: los tiempos del Cangrejo Azul.

EL CANTO DE BULLERENGUE

En la década de los 90 aún se podía disfrutar en abundancia de la algarabía de la María Mulata en los atardeceres cartageneros, cuando el reloj biológico del ave mítica marcaba un cuarto para la seis de la tarde, en bandadas volaban raudas a buscar su lecho nocturno, iniciando con ello su ritual del sueño, fenómeno que se convertía en una verdadera lucha a picotazo limpio, aleteo fugaz y canto de bullerengue por el derecho al espacio, cada rama, bejuco, hojarasca o nido del árbol marcado como propio por un ave que se lo ganaba con virilidad y destreza, propias de esta especie.

Su canto alegre se esparcía expedito por la vecindad, invitando a propios y extraños a gozar del espectáculo sublime de su natural ritual; cientos de aves de un negro plateado, desplegaban su plumaje elevando su canto al infinito, revoloteando colmaban en un instante su lecho de reposo, ubicándose sin dejar de gritar en su cuarto de hotel para esperar la noche, este evento se reproducía en cada amanecer  reafirmando su marca al territorio, antes de salir por los vericuetos de la ciudad en busca del sustento diario, para que otras especies incluida la humana, supieran quien era el dueño de ese tramo del ecosistema urbano.

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