Las ofensivas militares han opacado las negociaciones por la finalización del conflicto armado: el ruido de las armas, los atentados a la infraestructura y los discursos del odio han vuelto a inundar los noticieros y la vida pública del país. No han valido el acuerdo de una Comisión de la Verdad ni el anuncio de un “sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición”.
Lo que entraba las negociaciones de La Habana, las hace lentas y genera tanta incertidumbre es el forcejeo sobre la verdad y la justicia, que allí se libra. Los grandes jerarcas de las Fuerzas Armadas, del empresariado y de la clase política colombiana se niegan a aceptar que, al lado de los crímenes y responsabilidades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, también se analicen sus propios crímenes y responsabilidades. Los militares no admiten la aclaración y el juzgamiento de las torturas, atropellos, asesinatos, desapariciones, falsos positivos y despojos de tierras propiciados por ellos. Los empresarios se niegan a reconocer que financiaron a los paramilitares y han tenido nexos con los políticos corruptos y las economías ilegales. Y los jefes políticos no transigen en que se destapen sus relaciones con las mafias, los paramilitares y esos parapolíticos que se tomaron el estado en tantas regiones para ponerlo a su servicio.
Unos y otros saben que han hecho parte del conflicto armado, también lo han atizado y tienen rabo de paja. Y validos de su poder y su dominio en los medios de comunicación, manipulan la información sobre las conversaciones, confunden a la población sobre sus logros, las sabotean y no les importa ponerlas en peligro.
Este pulso, esta polémica, nos ayuda a entender que la paz es mucho más que la firma de un acuerdo entre el gobierno y las organizaciones guerrilleras o el mero silenciamiento de los fusiles. Que ella significa superar 50 años de violencias, de economías ilegales, de despojos de tierras, genocidios y crisis humanitarias, de degradación de la conflictividad, de alianzas perversas entre crimen y política, armas y votos, de utilización del estado en las regiones al servicio de la ilegalidad . Y que, por lo tanto, no puede ser un problema sólo del gobierno, las Farc y ahora el uribismo, que se sube al carro. La magnitud de los problemas que se entrelazan con la construcción de la paz es tan grande que se requiere la participación del conjunto de la sociedad.
Pero la izquierda colombiana no ha entendido aún las implicaciones que la paz tiene en los distintos problemas de nuestra sociedad y su papel fundamental para la transformación del país. El potencial de cambio que esta alberga. No se ha volcado a fondo a trabajar por la paz ni ha hecho de ella su apuesta principal. Embebida en sus peleas internas, subdivisiones y egolatrías, deja pasar la coyuntura. Inmersa en los tejemanejes de la coyuntura preelectoral, la paz se le resbala por entre los dedos.
El pulso que se libra en La Habana nos concierne a todos. Es necesario un golpe de timón, un gran sacudón en la izquierda y los movimientos sociales para que se metan en la paz como el asunto más importante que tenemos los colombianos. Es indispensable que el ELN ponga sus capacidades en este forcejeo. El encuentro por la paz que se está convocando para el 22 y 23 de julio ha de ser un gran campanazo que resuene y repercuta en la más amplia movilización. Si no somos capaces de hacer parar la guerra y sacar ahora la paz adelante, ¿de cuáles cambios y transformaciones vamos a seguir perorando?