Siria se debate entre un conflicto armado, un riesgo de intervención internacional y una oleada de violencia oficial. El problema central es que el escenario pareciera no tener alternativas: la movilización pacífica ha disminuido notablemente su utilidad, la oposición sigue fragmentada, y la lucha armada peca de cometer abusos. La violencia oficial contra civiles es el pan de cada día. De Homs a Idlib, pasando Daraa y Hama, la Cuarta División al mando de Maher Al-Asad, hermano del presidente, ha ido “limpiando” las ciudades.
La Siria de hoy no es sólo culpa de Al-Asad, también son responsables las políticas neoliberales, las redes clientelares, la política de partido único que copiaron al socialismo realmente existente, los gobiernos autoritarios de la región que le dieron legitimidad, la protección ciega del gobierno de Moscú, etc. Asad ha tenido 12 años y los cambios que ha hecho han sido para peor: corrupción, persecución a la oposición e implantación de una política neoliberal de privatización, y disminución en subsidios y ayudas estatales.
La llamada comunidad internacional sigue estancada: ante el bloqueo de China y Rusia en el Consejo de Seguridad, el resto de la ONU y de la Liga Árabe no ha traducido sus reclamos en hechos reales. Salvo la atención a refugiados en Turquía, el fracasado modelo de Observadores Internacionales, y alguna ayuda militar soterrada para los rebeldes, no hay ningún hecho relevante por el que la comunidad internacional pueda sentirse orgulloso. La última esperanza estaría en manos de Kofi Annan, Enviado Especial de la ONU para establecer un canal con el gobierno sirio. El plan de la ONU, es en muchos aspectos el mismo de la Liga Árabe que ya Al-Asad burló previamente.
Siria se debate entre un conflicto armado, un riesgo de intervención internacional y una oleada de violencia oficial. El problema central es que el escenario pareciera no tener alternativas
Al-Asad, claramente, no va a emprender un diálogo nacional ni va a realizar las reformas necesarias. Tampoco va a procesar ni a condenar a los criminales de guerra de las filas del ejército. El referendo sobre una modificación constitucional del 26 de febrero y el llamado a elecciones legislativas para el 7 de mayo tienen el mismo problema: no resuelven la violencia actual. Ambas medidas, que hubieran sido bienvenidas antes de marzo de 2011, ahora son sólo una trampa para buscar legitimidad en un contexto en el cual hasta el valor simbólico del derecho está deteriorado.
Por su parte, la oposición es suficiente para cuestionar el régimen pero no para tumbarlo; como en la Gran Revuelta siria de 1925, el Ejército Libre Sirio corre el riesgo de fracasar por tres razones: su debilidad militar, sus divisiones internas y la falta de claridad sobre sus objetivos. No obstante, el respeto por su lucha no puede estar supeditado a la existencia o no de unidad en su interior.
Es cierto que la ecuación geopolítica nos lleva a incluir la relación Siria-Irán, pero es perverso querer juntar las dos agendas: una cosa es defender a los civiles de Siria y otra muy diferente es convertir a Siria en una plataforma contra Irán. Estas falsas dicotomías son el discurso de quienes piensan todavía en términos de la Guerra Fría.
En algunos sectores de la izquierda mundial se repite un discurso tan oportunista como contradictorio basado en mentiras: que es una guerra por petróleo (la producción de Siria no es relevante), que todos los rebeldes son hombres de la CIA o de Al-Qaeda, que no hay motivos para que la gente proteste contra el gobierno, que ser pro-palestino obliga a ser pro-Asad, etc. La Rusia de Putin entonces ahora es “buena” porque protege a quien habla mal de los Estados Unidos, negando que sin base social y sin injusticias, jamás hubiera prosperado la revuelta siria. En esta ecuación no aparecen las víctimas civiles, y quien rechaza a Asad es visto como un “idiota útil” al servicio del “imperio”.
Pero la suerte está echada para Al-Asad. Sin duda su gobierno caerá, el problema es cómo, cuándo y a qué costo. Dicho escenario futuro está siendo estrechamente vigilado por las tres agendas regionales no árabes: Turquía, Israel e Irán. Allí se decide, parcialmente, el futuro de las revueltas árabes y el puesto de Irán en la región. El pulso de liderazgo regional entre Turquía, Arabia Saudita e Irán se juega en Siria. Y el camino de la lucha armada, usado contra Gadafi, se prueba ahora contra Al-Asad.
A nivel regional, el petróleo de Irán está en juego y las vías del 40% del petróleo mundial. Ahí es donde entra la agenda de las grandes potencias que usarían a Siria como plataforma contra Irán. Y como éste último tiene en curso un programa nuclear, es ahí donde aparece Israel. Es cierto que quieren atacar a Irán y la caída de Siria facilitaría las cosas, pero eso no es un argumento que convenza a los rebeldes ni hace a los rebeldes agentes de la CIA.
La estupidez de Al-Asad aumenta el riesgo de que las revueltas sean secuestradas por Occidente al empujar, como en Libia, a que los rebeldes tengan el dilema de «alquilar el alma al diablo» o de morir sin conseguir nada. La mentira de la «conspiración» es esencialmente la misma que usaron Mubarak y Gadafi. Es torpe creer que nosotros somos más inteligentes que los árabes porque sí vemos que es un «complot de occidente», pero ellos -que ponen los muertos- son incapacez de verlo. ¿De verdad los opositores no tienen voz propia y son simples títeres del «imperio»?
Podemos preguntarnos, para terminar, cuál análisis es más determinantes: si los de la geopolítica siria o la agenda interna de la oposición. Mirar solo desde la agenda internacional nos podría llevar a convertir a la población siria en un peón del ajedrez internacional que, como tal, bien podría ser sacrificado en aras de proteger otros reyes. Pero mirar solamente la agenda interna podría hacernos perder de vista las consecuencias regionales de un cambio de gobierno. Lo complejo es que las dos agendas a veces parecen enfrentadas.
/ Víctor de Currea-Lugo, PhD*
*Profesor de la Universidad Javeriana. Colaborador de El Espectador. Premio Latinoamericano de Periodismo “José Martí”. Su último libro es: Las revueltas árabes: notas de viaje” Le Monde Diplomatique, 2011.