Dentro del esquema de las ciudades modernas, es común que cada una sea una pequeña representación del país solo que, con un énfasis y una característica que la hace única.
Si miramos a Nueva York, por ejemplo, vemos una síntesis de Estados Unidos, con gran cantidad de inmigrantes (tanto extranjeros, como de otras regiones del país), con una expresión cultural que intenta resumir al mundo y explotar en su propia interpretación de otras culturas; sin embargo, a diferencia de Boston o de Los Ángeles, su interés está en los negocios, finanzas, bolsa de valores, comercio y grandes firmas de abogados que mantienen a todos, si no a salvo, por lo menos ocupados. Esto determina su perfil y a su alrededor, se ha creado una cultura de mínimos entre los habitantes permanentes de Nueva York y unos acuerdos tácitos acerca de la manera como intentan alcanzar una convivencia en la ciudad.
Cuando miramos a Bogotá vemos una sociedad tan fragmentada como la de Nueva York, pero no logramos identificar ese elemento que la hace ser Bogotá; ese común denominador de quienes la habitamos.
Todos conocemos de las desigualdades, las heridas y las cicatrices de los miles de colombianos que llegan a Bogotá año a año, porque seguimos siendo un país centralista donde aún existen muchas cosas que no se pueden hacer desde la región. Pero, de lo que a veces no somos plenamente conscientes es de que, con el paso del tiempo, Bogotá, se ha ido convirtiendo en una región más, que, si bien resume las complejidades del resto del país, no cuenta con el afecto o sentido de pertenencia de quienes la habitamos. Incluso, hay quienes dicen que: “Bogotá no es un buen vividero, pero si es un buen trabajadero”, lo que expresa que es una ciudad de oportunidades, pero no amada; ni siquiera por sus raizales.
Esto nos lleva a pensar, que no hay una “cordialidad” que reestablecer en Bogotá y nos recuerda las reflexiones de los politólogos que afirman que, no existe un concepto unificado universalmente de reconciliación, debido a las fuertes connotaciones ideológicas que tiene la interpretación que cada actor pueden hacer de él. Y es allí donde surge el tema de si Bogotá debe reconciliarse o volver a construirse desde los elementos que pueden llegar a identificarla y configurar su propio perfil.
Quizá debamos mirar al mundo para conocer los ensayos, a veces afortunados y otros no tanto, de los que han propuesto procesos de reconciliación. No para aplicar acríticamente un modelo como el Surafricano, o el de cualquier país suramericano, así sean profundamente valorables, sino para retomar elementos que nos ayuden a recorrer ese camino con nuestro propio andar.
Surgen entonces elementos dispersos, con particular fuerza desde el arte y la cultura. Una colombiana que nació en otro país, nos regaló lo más cercano a un “motivo” para querer vivir en Bogotá: el festival internacional de teatro. El talento de los grafiteros, la gran cantidad de grupos de teatro y danza en las localidades y los grupos de deportes alternativos que los jóvenes crean en los barrios, son motivos que vienen tomando fuerza para convertirse en parte de ese que puede ser el distintivo de Bogotá. Pero necesitamos ir más allá y explorar en otros campos de la cotidianidad, para dibujar el perfil completo.
Y es en este punto, cuando viene en nuestro auxilio una fórmula infalible: soñar. Plantearnos la Bogotá en la que queremos vivir y desde allí, empezar a construir una idea común de ciudad, que no esté mediatizada por el símbolo del Alcalde de turno y que trascienda los períodos cuatrienales, con programas y acciones dirigidas a construir un concepto de lo público más nuestro. Una noción interesante de la reconciliación, planteada por María Paula Saffon habla de que la reconciliación debe estar basada en un ejercicio activo de la ciudadanía e implica que todos los actores sociales participen activamente en la toma de decisiones sobre el futuro de la sociedad y que lo hagan a pesar de tener visiones distintas o antagónicas.
Esto nos lleva a dos temas, ¿cómo llegar a unos mínimos acuerdos respecto al futuro? y ¿cuál es el camino para llegar a ese futuro? Dos preguntas que quedan sobre la mesa para la reflexión y frente a las cuales no caeremos en la tentación de plantear una respuesta definitiva, a manera de verdad única y concluyente. Por el contrario, queremos darnos la oportunidad de escuchar las opiniones y los pensamientos de cualquier persona a la que le interese el tema y que sienta que tiene algo que aportar al respecto. Deseamos ver como se teje el rostro de esta ciudad y acompañar a los tejedores con respeto y afecto por una construcción que nos rebasa a cada uno de manera individual.
María Cristina Arias Pulido
Programa Territorio, Paz y Desarrollo
Corporación Nuevo Arco Iris