El retiro intempestivo del partido comunista de las filas del Polo Democrático Alternativo sugiere interesantes interpretaciones.
La simple disgregación final de las cohesiones políticas pegadas con almíbar que han caracterizado a esa alianza electoral que es el Polo no satisface. Desde su nacimiento a mediados de 1930, la historia del PCC es la historia de sus alianzas. Desde entonces el PCC ha hecho acuerdos con agrupaciones independientes y sectores democráticos de los partidos liberal y conservador, tal como ha ocurrido en el movimiento sindical clasista. La diferencia con el lance actual estriba en que en todas las anteriores experiencias de coalición propuestas por el PC fueron sus aliados circunstanciales quienes optaron por apartarse de la obra común al final y a veces en plena experiencia electoral unitaria, cuando los resultados de las urnas no arrojaban cargos de representación popular o ellos eran muy pocos. Entonces cundía el desánimo de los aliados, el partido volvía a reducirse a su militancia y empezaba a idear nuevas formas de coincidencia con otras agrupaciones.
La novedad es que ahora quien se despide es el partido. En épocas un tanto lejanas los candidatos presidenciales de las alianzas comunistas estaban tan apartados de las prácticas comunistas que en sus intervenciones públicas confundían la celebración del aniversario del partido colombiano con la correspondiente a la revolución soviética, o le pedían que se les permitiera encabezar lista para organismos legislativos porque necesitaban completar el tiempo laboral exigido para reclamar la pensión de jubilación. Ahora es el partido quien se ve obligado a retirarse de un proyecto unitario en franca descomposición política, quizás para no continuar confundido con las sospechosas o comprobadas prácticas delictivas de personajes como los Moreno Rojas, el personero del Polo, Rojas Birry, o los senadores Jesús Bernal y Jaime Dussan. Que no son todos los que están, ya que es bien conocido que en esa alianza no son pocas las dispersas agencias electorales, más interesadas en mantenerse en sus emprendimientos que en propiciar cambios democráticos del país.
¿Por qué el PC se demoró tanto en tomar esa decisión? ¿Qué acontecimiento súbito lo llevó a semejante determinación en plena preparación de un “congreso ideológico” convocado para debatir la crisis del Polo y sanear sus políticas? ¿Por qué, luego de reiterar tantas veces que las acusaciones contra los dirigentes polistas eran calumnias de la reacción, ahora se van del baile de los que sobran?
Personas allegadas al drama polista afirman que hay un motivo central: las perspectivas políticas de la izquierda cambiaron a partir de los nuevos hechos: el mayor grupo guerrillero, las Farc, suspende por completo el secuestro por motivos de extorsión económica, devuelve a los últimos prisioneros militares que retenía y afirma estar listo para entablar negociaciones con el gobierno en procura de un acuerdo humanitario que ponga fin al conflicto armado interno.
Como tal suceso ocurre en una coyuntura caracterizada por la proliferación, en los últimos dos años por lo menos, de agrupaciones sociales y movilizaciones de población identificadas con esos mismos propósitos de paz, los comunistas sintieron que no podían quedarse por fuera de semejante fenómeno. Además del derrumbe ideológico y moral del Polo entre la masa de sus electores, al partido de raíz leninista no le convenía de ninguna manera prolongar más el aislamiento de esa enorme masa de campesinos pobres y medios, despojados de sus tierras y sus haberes, víctimas como nadie de la guerra y ahora hostigados por la alianza entre los empresarios paramilitares de la palma y los novedosos megaproyectos del capital multinacional.
Y fue del seno de tales movilizaciones de donde salió el llamado que finalmente convenció al PC: o vienen a acompañarnos ahora mismo, o se quedan por fuera.
Pero hay más…
/ Álvaro Delgado