Los temas políticos son los más inadecuados para abordarlos en una reunión de amigos o en algún encuentro familiar. Me ha pasado con frecuencia, la más reciente fue el fin de semana cuando veía noticias en la casa de unos familiares; ellos empezaron a denigrar, calumniar, vituperar bajo sus argumentos, (que eran sobre todo euforia y desavenencias sin fundamento) el actual proceso de paz con Las Farc. Yo que soy un hombre que busco apartarme de esas conversaciones porque sé lo difícil que son controlarlas en medio de los fanatismos, sin querer o, más bien, cansado de soportar sus falsas acusaciones, metí la cucharada; como era de esperarse los ánimos se sobresaltaron aunque sin llegar a desbordarse pues al final hubo algunas risas y comentarios sarcásticos, como un apretón de manos de contrincantes que respetan los argumentos del otro.
Cuando llegué a la casa me senté en mi escritorio y tuve mucho tiempo para pensar y dar por bien servida la discusión. Recordé sus argumentos: la guerrilla lo que quiere es fortalecerse, nunca va a haber paz en este país, Santos le entrega el país a Las Farc, éstas no van a entregar las armas, ese proceso va en contra de las leyes internacionales y la soberanía, etc. Y algo que particularmente me llamó la atención “ese pensamiento suyo no lo va a conducir a ningún lado, ya verá que el acuerdo no va a servir para nada”, como si tuvieran la verdad y fueran clarividentes. Es muy común por estos días escuchar esos argumentos de quienes no están a favor de las negociaciones, y lo pueden declarar a grito herido, a viento y marea, lo que me parece inaudito es ese pensamiento senil, esa idea desahuciada y agotada que aun busca consuelo en la negación de la vida y la justicia de sus verdades, me refiero a la esperanza de evitar que algo bueno se de en esos términos solamente para poder decir “se los dije”, ¡cómo se nota que la violencia ha enseñado a muchos sus arraigados instintos por el mal! La gente ha perdido la balanza con la que se llega a medir la justicia o tienden a estar en el lado más inclinado de ella. Necesitan Entender una serie de problemas.
Entender que la misma lógica del conflicto ha cambiado al igual que el ambiente internacional, que hay varias causas entrelazadas para su continuidad como el narcotráfico, los poderes regionales, la corrupción, la minería, la ambición de poder de la rancia clase política; que ningún grupo al margen de la ley puede personalizar de manera suficiente cualquiera de las causas porque algunas son tangenciales pero otras no tanto; entender que posiblemente puede que después de la firma de los acuerdos continúe la violencia pero sin un actor fundamental con nuevos escenarios en donde se habrán salvado muchas vidas y reintegradas o resocializadas otras tantas que al fin de cuentas es la sustancia de las penas, y reparadas las millares de víctimas. Como en uno de los principios de macroeconomía aplicada a la vida social el efecto multiplicador y generador de la violencia se ve distinto entre la Colombia que se está fraguando y aquella que se aleja.
Entender que la paz en Colombia ha estado herida por varias décadas producto de magnicidios, genocidios, violaciones constantes de derechos humanos, y otras tantas clases de calificativos sinónimos de muerte; y también de desigualdades sociales, despojo, arbitrariedades, secuestro del poder estatal por parte de unas pocas familias: toda clase de carencias gubernamentales y exclusión, y no solamente por el discurso de un ex presidente quien la ve con sus empecinados odios.
Entender igualmente que cualquier cambio debe ser un esfuerzo mancomunado de parte de la sociedad, que nunca podrá provenir de la firma de un documento porque de por sí estaría reivindicando la infortunada humanidad de papel, esa misma que se acuartela en los aposentos de las leyes inocuas y la pedantería de las letras sin vocación; la de los abogados, escritorios, reuniones a puerta cerrada, la de traje y no la de a pie, la de principios y empatía por el otro.
Esto nos podría llevar hacia la tolerancia y la conformación de una sociedad en paz. El entendimiento es un requisito para dejar el fanatismo a un lado y dialogar sin encresparse, es saberse dentro de relaciones únicas de biografía para dejar de hablar por los demás con la biblia bajo el brazo. Les había dicho a mis familiares que ellos hablaban desde el orgullo de las instituciones de las que habían sido parte, desde los medios de comunicación que veían, del barrio en el que vivían y aquello que leían; debí haberles dicho que empezaran a imaginarse una sociedad en paz o, al menos, con nuevas condiciones de reparación, saneamiento y consolidación territorial, la imaginación es lo único que los salvará de semejante pesimismo, pero parecen haber caído en una calle sin salida únicamente para poder tener la razón y augurar, como ave de mal agüero, muchos males más y poder ser parte de la renovación del círculo macondiano.
Recomendación. El pasado sábado salió en El Espectador el texto de William Ospina leído en el Primer Festival de Cine de Jardín, Antioquia, “solo se perdona lo imperdonable” un escrito inteligente que quema en sus letras y llama a la invención desde las artes de “una normalidad desconocida” para una Colombia pos-conflicto. (Ver El posconflicto desde el arte. El gran relato)
Mario Alejandro Neita Echeverry
Politólogo de la Universidad Nacional