6 razones por las que a Colombia NO se la tomará el ‘castrochavismo’ si gana el SÍ

Foto: Paz FARC-EP
Foto: Paz FARC-EP

Que el país está profundamente polarizado desde el primer gobierno Santos es fácil de intuir, pero el ejercicio del voto es el que se materializa de manera más clara esta polarización, así lo indicaron los casi 4 puntos porcentuales que le llevaba Juan Manuel Santos a Oscar Ivan Zuluaga tanto en primera, como en segunda vuelta en las elecciones de 2014.

Con el plebiscito, se pondrá a prueba nuevamente esta polarización y se activará el medidor de quién ha venido ganando fuerza desde entonces. Sin embargo la paz es un proyecto de país que trasciende las pujas de apenas dos bandos políticos, no merece ser reducida a eso.

Por eso hablemos de lo que nos preocupa; es la primera vez que estamos tan cerca de la paz, después de mas de 50 años de conflicto armado, tener miedo es apenas normal, tenemos miedo de fracasar, de que la guerrilla de las FARC reincida en la vía violenta, que no alcancemos a saber toda la verdad, que no se haga justicia, que no se repare a las víctimas, que se tomen represalias sobre los que dejen las armas, pero sobretodo que hayamos olvidado tejer los hilos del tejido social que tal vez pocas veces en la historia hemos conocido.

Todos, miedos bien fundados de un proceso como este. Pero aprovechándose de estos miedos que son además preguntas que nos hacemos porque en verdad queremos construir un mejor país, algunos sectores se han encargado de desinformar y desviar nuestra atención a posibilidades irrisorias en un escenario de posconflicto para jugar con ese miedo. Al país se lo tomará el “castrochavismo” una categoría inventada, porque ni en Cuba ni Venezuela se han tomado el poder por la vía armada, ni se habla de tal “modelo” o “ideología”, un concepto carente de significado pero paradójicamente repleto de prejuicios.

Por el panorama de dos fuerzas políticas tradicionales en puja por el poder y la historia política de Colombia, podemos pronosticar con un muy bajo margen de error que esto es muy improbable. Si tenemos que detenernos en este despropósito para darle un parte de tranquilidad a los colombianos, lo haremos.

1. Dominio de clases tradicionales en el poder

Desde 1850 cuando se crearon los partidos Liberal y Conservador, Colombia se ha movido por estas dos vertientes hasta el día de hoy. Cuando digo vertientes no me refiero a asuntos ideológicos, sino a quienes conforman estos partidos tradicionales, especialmente en cargos de elección popular de especial importancia. Llevamos casi doscientos años con los hijos de los hijos de quienes tuvieron las riendas de este país cuando todo empezó, nuestro actual Presidente y su Vicepresidente son una muestra de esto (nietos de Eduardo Santos y Carlos Lleras Restrepo, respectivamente) .

En estadística no es suficiente decir que por un comportamiento tendencial el futuro pueda tener el mismo rumbo, por suerte no, sin embargo hoy no vemos visos significativos de que el poder de esta clase política se apague.

2. En el Congreso la izquierda es precaria

Que quienes tengan las mayorías del Congreso sean el Partido de la U y el Centro Democrático puede engañar a simple vista a quien no conozca la historia de esos partidos. Ambos fueron facciones de los tradicionales, hijos de políticos que se forjaron una carrera política en el Liberal y Conservador, a la larga movilizando los mismo asuntos que estarían posicionando en esos partidos. En suma, sólo le han hecho gastar plata a la Registraduría y atomizado el sistema electoral. Además para curarse en salud les siguen sus partidos matrices en el tercer y cuarto puesto de representatividad en el Congreso.

3. La última vez que una parte de las FARC hizo política los asesinaron sistemáticamente

La experiencia de la Unión Patriótica, un partido producto de la desmovilización de FARC en el gobierno de Belisario Betancur, fue uno de los capítulos más desesperanzadores para el país, alrededor de 3.500 militantes y políticos de este partido fueron asesinados entre 1985 y 2002, periodo que duró la existencia del partido, gran parte de quienes sobrevivieron abandonaron el país.

La violencia que desató la apertura política a este partido fue un conjunto de represalias tomadas por paramilitares y agentes del Estado, muchas veces en complicidad. Y pensar que nos asusta que al país se lo tome el castrochavismo y no que algo como esto se repita.

4. Las guerrillas desmovilizadas no tuvieron logros políticos remarcables

Con la desmovilización del M-19 se formó posteriormente la Alianza Democrática M-19, un movimiento político, que incluso, llegó a ser constituyente de la Carta del 91. Uy, ¡que cerca tuvimos el castrochavismo!. Pero no, en el 94 las 12 listas inscritas por el M-19 no lograron las curules necesarias para hacer parte del senado, la votación total fue de apenas 30.000 votos. En otras palabras, incluso los primeros 100 senadores de la época obtuvieron, ellos solitos, más votos que este movimiento político.

Si lo que les preocupa es las FARC, echémosle un vistazo al desempeño de la UP. Sí, cuando recién salió a flote la UP logró 5 senadores, 9 representantes, 14 diputados, 351 concejales y 23 alcaldes. Nada mal para haber empezado, pero el asesinato sistemático de sus miembros frustró la idea de que tomaran más fuerza. Las regiones donde tuvo participación significativa fueron Bajo Cauca, Magdalena, Chocó, Arauca y Urabá ¿qué tendrán en común? Ah si, abandono del estado. ¿Entonces no existe la más mínima posibilidad de que hayan sido votos ganados a pulso y con una vocación de verdadera representatividad?

Cuando el Consejo de Estado le devuelve la personería jurídica a la UP reaparece en la arena política. El Consejo Nacional Electoral no debió retirarle la personería jurídica basado únicamente en la ley de partidos y movimientos del 94 sin leer el contexto histórico por el que pasaba la UP. Esta colectividad, debía alcanzar el umbral en las pasadas elecciones de 2014 para conservar su existencia, siendo un plazo tan corto, nuevamente el Consejo de Estado da hasta 2018 para que la UP siga a flote y alcance el umbral. Teniendo la UP como muestra, con personas que hace ya muchos años no se asocian en el imaginario de los colombianos con el conflicto armado y que aún así tienen una respuesta tan débil por parte del electorado, ¿de verdad le tememos a la posibilidad de las FARC haciendo política?

5. Exguerrilleros que trabajan por el país

Navarro Wolff, Gustavo Petro y León Valencia son personajes de la vida política y académica del país que desde distintos frentes se han destacado por un trabajo sesudo y responsable. Wolff y Petro como senadores que aportaron debates de control político del país, precisamente en procura de los sectores sociales, ganándose a pulso votaciones ejemplares en el Congreso, llevando a cuestas todos los prejuicios que ser un exguerrillero traen en este país y ganándose el respeto incluso de dirigentes de derecha. León Valencia desde el ejercicio periodístico y académico ha dedicado su carrera a entender el conflicto del país. Todos hoy abanderados de la paz.

Esto sin contar con las personas de mandos bajos de las guerrillas desmovilizadas que incluso llevan trabajos de reconciliación con las víctimas en los territorios más afectados por la violencia en el país.

6. Más trabajo para la izquierda

Si bien es cierto que es un momento histórico para recoger la indignación nacional por la profundización del modelo neoliberal con las que el gobierno Santos ha puesto en desventaja las políticas sociales del país y ha atentado contra el patrimonio de todos los colombianos. La izquierda no tiene en esta una tarea fácil, la desinformación del uribismo se perfila como mejor catalizador de esta indignación. Al mismo tiempo los históricos problemas de cohesión y la dificultad de renovar la política, incluso en estos sectores, hacen cada vez más dura esta tarea.

Con el escenario así, si la izquierda no logra aumentar su impacto, si no captura el voto de opinión y el de los indecisos y de paso hace un poco de pedagogía para la paz, la eventual participación en política de las FARC solo va a significar que la pequeñísima torta que la izquierda se reparte en las elecciones va a tener pedazos más pequeños.

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