Acudiendo al deseo, sin duda en el sí se cimentan nuestras aspiraciones y buena parte de nuestros sueños. Pero la realidad parece caminar en sentido contrario. Las más recientes encuestas, que muy poco se diferencian de las que se han venido publicando desde que el proceso de la Habana comenzó, son consistentes en mostrar que mayoritariamente hay incredulidad, desconfianza y pesimismo alrededor de este proceso. La última de ellas, bastante contradictoria, dice que votarían por el sí el 67,5% pero a renglón seguido señala que el 51,6% estima las negociaciones van por mal camino y el 77,5% desaprueba que a las Farc se les permita participar en política.
Si bien estas encuestas consultan básicamente la opinión urbana, lo cual podría relativizar los resultados de las mismas, lo cierto es que, serán los grandes centros urbanos, tan lejanos a los efectos de la guerra pero tan manipulados por los enemigos de esta negociación, quienes decidirán el resultado final.
El proceso ha entrado definitivamente en su etapa final y por los cálculos que se hacen, nos encontraríamos a menos de tres meses de estar definiendo a través de plebiscito, el futuro de este gran esfuerzo por dar por terminado el conflicto armado más antiguo del continente. De allí, que la preocupación no sea menor: Cuando desde hace tres años hablábamos del peligro de que se perdiera en la osada propuesta de la refrendación, al no darse cambio importantes: los tiempos se estrechan y las posibilidades de modificar el estado de opinión adverso también se hace menor.
Uno de los tantos problemas, que merece destacarse por su notoriedad en la coyuntura, radica en que las estrategias que viene utilizando el gobierno y la casi totalidad de los amigos del proceso de paz, han sido poco eficiente con respecto al modus operando de sus enemigos. Cuando los primeros han caído en el equívoco de que los resultados en las encuestas de opinión obedecen a que no se ha hecho pedagogía adecuada y suficiente sobre unos acuerdos considerados complejos; sus opositores, no han cesado en descalificarlos no desde un ejercicio reflexivo sobre sus contenidos, sino, desde la permanente movilización de las emociones más negativas en la sociedad. Los beneficiarios de la guerra y defensores a ultranza del autoritarismo hoy recogen los frutos de muchos años de incentivar el odio, alimentar la confrontación y de utilizar todas las formas de lucha que les sea útil sin ninguna reserva legal, ética y política. Las semillas sembradas ayer, hoy son alimentadas con denuedo.
El Centro Democrático y la Procuraduría como bastiones de la estrategia del odio, muy rápidamente se dieron cuenta que profundizar la imagen negativa del Presidente Santos permitía trasladar esa carga negativa al proceso de la Habana. De esta manera, era preciso, no desaprovechar ningún conflicto con el gobierno y mucho menos, los no infrecuentes desaciertos en su política social y económica y en eso han sido exitosos. Bien vale la pena resaltar al respecto, el aprovechamiento que se hizo de los recientes paros agrarios y camionero y el escándalo desatado por la supuesta cartilla de educación en género que debería hacer parte de la revisión de los manuales de convivencia escolar ordenados por la corte constitucional. La estrategia es, pues, bien simple aunque poco considerada por los amigos de la paz, acentuar la mala imagen de Santos como gobernante y como persona, desbroza el camino para DESLEGITIMAR su política más importante: Las negociación con las FARC-EP.
Vistas las cosas de esta manera, enderezar esta situación adversa no parece tan simple dado los tiempos con que se cuenta y las dificultades para que converjan las voluntades. Sin duda hay que hacer pedagogía de cada uno de los acuerdos pactados ¿pero como romper esa simbiosis de la cual se aprovechan los enemigos de la negociación que se adelanta? Se insiste en que la participación en el proceso de refrendación será más emocional que racional y hoy más que nunca se hace perentorio que emerja una figura de carne y hueso que condense las mejores reservas morales de la sociedad y sobre todo que garantice la credibilidad sobre el cambio que advendría en materia de democracia e inclusión puestos en marcha dichos acuerdos. Craso error haber imaginado el gobierno que el expresidente Gaviria cumpliría dicha misión y no haber pensado en alguien que le disputara por lo que es, los espacios de opinión de Uribe, neutralizara su estrategia de odio y sobre todo, moviera la conciencia de ese 50 o más por ciento de colombianos(as) que se mueven entre la indiferencia y la desconfianza.
¿Será posible enderezar el orden de las cosas existentes? La guerra tiene una figura creíble: Uribe, la Paz una figura difusa y ambigua de la que se desconfía: Santos.
José Girón Sierra
Observatorio de Derechos Humanos – Instituto Popular de Capacitación