«¿Cuánto tiempo más habrá que pensar en términos económicos y no humanos? Habrá que deshacernos en lo furtivo y en lo pasional, solo éstas podrá traer nuevas historias.» Alejandro Neita
No hace mucho terminé de leer la novela la Caverna de José Saramago y como generalmente ocurre con sus escritos una serie de divagaciones filosóficas y sociales me han asaltado. Un libro que fue como una tormenta de rayos y truenos retumbando en mis arcillosas paredes del pensamiento. A quienes no lo han leído los invito de especial manera a que se impregnen de sus letras insidiosas, paganas y rebeldes a los encierros modernos.
En primer lugar, el tema principal de la obra: la preocupación siempre vigente de la transformación desenfrenada de todo el aparato social y económico. En segundo lugar: la invitación de Saramago a vivir en primera persona, a través del personaje principal de Cipriano Algor, las inquietudes, los vacíos, las ausencias, los reemplazos de la historia, particularmente de su historia y, junto a ella, el modo y los espacios de vivir en la casa de la alfarería en un pueblo periférico de una ciudad cualquiera, como esta. Aquí pone varios temas gruesos: la recreación artificial del mundo, la desposesión del trabajo y el intelecto como únicas cualidades humanas y, por ende, la dependencia de lo ajeno, llámese éste capital, relaciones sociales hegemónicas, estructuras sociales, instituciones etc. Como lector puedo decir que una de las cosas más fascinantes de un libro es precisamente internalizar el ambiente, las condiciones o características de los personajes, pensarse en la otredad en los mismos ojos del protagonista o personajes secundarios y confundirse uno mismo con las sensaciones, sentimientos y ambivalencias, es romper desde las letras la propia subjetividad. Finalmente, coloca en la mente del lector la imagen fulminante del fracaso de la humanidad, una alegoría pesada y vibrante que retumba en ecos desde el momento de su descubrimiento: los estatutos de piedra los he llamado yo, que vienen acompañados de todo el contenido y simbologías del libro, me refiero, por supuesto a nosotros en la caverna debajo del Centro, esa calamidad disfrazada de tentación, desarrollo y progreso. A esta imagen le sobreviene inmediatamente, como contraposición, las esperanzas de los personajes del libro (Cipriano, Marta, Marcial, Isaura, y el mismo Encontrado) y las del autor, supongo: la decisión de libertad, producida por la consciencia de su estrechamiento causado a su vez por el enjambre de negaciones, aniquilaciones y asimilaciones de un modo de trabajo que pasa a ser la vida y la historia misma de Cipriano y su familia. Pues bien, quiero referirme al libro pero sin dejar de hacer apuntes a la realidad tal como está en estos momentos.
La transformación desenfrenada del aparato social y económico conlleva al desmantelamiento de modos y estructuras sociales que parecen desencajar en las necesidades creadas por ese nuevo estado de cosas, y así mismo consume aquellas formas de vida ajenas a su inmanencia, como lo hace una avalancha de nieve cuando se desliza por la montaña atragantándose todo a su paso. Se crea así un imán hegemónico que va asimilando a las personas y/o modos de vidas que estén dispuestas a seguir con el orden planteado, las nuevas caracterizaciones y directrices postuladas. ¡Claro! La primordial condición es tener la capacidad adquisitiva y mental suficiente para hacerlo, de lo contrario se los exilia y margina, aún más a aquellos quienes no están de acuerdo, a las que rechazan sus movimientos gelatinosos, es decir, la gran mayoría de personas que no tiene más que ofrecer sino su existencia desarraigada; aquí me refiero, entonces, a la tensión entre el crecimiento de los límites del Centro y Las Chabolas pauperizadas: una dinámica de asimilación y exclusión constante en donde se imponen barreras sociales y reales; las de cemento pero también las de especialidades, técnicas, modas y actualizaciones desenfrenadas. El libro así nos lleva a traspasar de unas páginas, de las palabras, a nuestros alrededor más inmediato.
El Centro conlleva a la creación de perspectivas de vida que obedecen a un conjunto de prohibiciones y mandatos: no debes ir por ahí indagando cosas, le dicen a Cipriano cuando éste decide establecerse allí, en un pequeño apartamento, con el yerno y su hija; las disposiciones del tiempo se manejan dentro como vivencias artificiales; prácticamente entrar en ese circuito es vivir según el Centro lo disponga. Las Chabolas por su parte son los cinturones de exclusión y pobreza que son apartadas cada vez más de ese mundo extremadamente tecnificado y artificial personificado en el Centro, un margen destinado a la supervivencia; están regladas por lo que se les puede permitir hacer, un caos controlado, y por el engaño porque sobre éstas cae el peso ideológico de la civilización en términos de que son éstas donde se producen los males sociales y por el peso de ley quien entra a poner el orden televisado.
Ahora bien, para no dañarle a alguien el libro anticipando situaciones o desenlaces, diré solamente que la desaparición de un modo de vida causado por los cambios en toda la estructura económica supone nuevas composiciones de las actividades económicas, y la utilización del trabajo y el capital.
Detrás de esta preocupación de la transformación desenfrenada del aparato social y económico se encuentra la alarma estética de Saramago, es decir ¿sobre qué confusos y aparentes placeres se viene construyendo la sociedad? Es la pregunta de fondo del autor.
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Mario Alejandro Neita Echeverry
Politólogo de la Universidad Nacional