La presencia de semilla de maíz manipulada genéticamente le está quitando cada día más espacio a los cultivos de maíz natural e influenciando en la gastronomía y la cultura criolla en el departamento de Córdoba.
Una de las leyendas más notables sobre el origen del hombre americano cuenta que éste fue hecho, no a partir de una bola de barro, sino de una masa de maíz criollo.
El Popol Vuh, considerado el libro de narraciones míticas y legendarias más antiguas del pueblo Quiché (Maya-guatemalteco), cuenta que la carne, los brazos y piernas del hombre fueron hechos de masa de maíz blanco y amarillo.
El libro presenta al maíz como el más precioso legado de la creación, pues se estima que desde hace unos 7.000 años fue la base de la alimentación de los habitantes de Centroamérica, que luego se extendió por toda América Latina, Europa y el resto del mundo.
Pero hoy en América Latina el maíz en su estado natural está en grave peligro de extinción porque la semilla transgénica, única que se permite cultivar en países como Colombia, Brasil, Argentina y Uruguay, es propiedad de multinacionales, como Monsanto que, se estima, controlan el 60 por ciento del mercado de semillas del mundo.
En Colombia Monsanto empezó a realizar ensayos de campo con plantas transgénicas de algodón. En el departamento de Córdoba la semillas de maíz transgénicas empezó a introducirse en el año 2007 y desde entonces el impacto ha sido tan grande que sus réplicas se han sentido en la economía doméstica, familiar y en la cultura de los pueblos que vivían de este cultivo.
Del bollo dulce al bollo transgénico
Atrás quedaron los días en que los campesinos cultivaban el maíz con “espeque” (palo en forma de chuzo), luego lo recogían para su alimentación cotidiana y seleccionaban los granos que guardaban en los pañoles de las casas para la próxima cosecha.
Hoy las pequeñas empresas familiares que producen alimentos a base de maíz criollo, como: bollo de mazorca (dulce, limpio y colao); tamales y chichas; empanadas, buñuelos, arepas y dulces, también están en aprietos porque –dicen- “el maíz criollo casi no se consigue”.
Los testimonios parecen repetirse en todos los corregimientos del Alto, Medio y Bajo Sinú y sus réplicas se extienden hasta toda la región del Caribe colombiano.
A mí el maíz criollo me lo traen cada quince días de por allá de los lados de San Marcos (Sucre) y de El Carmen de Bolívar”, dice doña María Irene Naranjo, quien en el Corregimiento de Martínez, Cereté-Córdoba, ha dedicado 40 de sus 64 años a prepararlos y venderlos a lomo de su burrita “Manuela”, en los barrios La esperanza y Santa Teresa del municipio de Cereté (Córdoba).
¡Antes por todo esto había maíz criollo! -, exclama Irene señalando hacia el otro lado de una cerca de alambres, desde donde, a lo lejos, se divisa un extenso plantío recién recolectado de maíz transgénico.
Voces como las de doña Irene parecen multiplicarse por todo el departamento de Córdoba. La siembra de maíz genéticamente cada día llena más surcos y golpea la cultura de los pueblos y la economía familiar.
En el antiguo corregimiento de Mocarí, hoy comuna 9 de Montería, se encuentran las familias que tradicionalmente han vivido de la producción del bollo dulce: Ariciria, Ibáñez, Gómez, Berrio y Peña.
Los de Mocarí siguen siendo los mejores bollos de Montería; sin embargo, hoy – al igual que todas las familias que viven de este producto – deben prepararlo con algunas de las especies de semillas híbridas (entrecruzamiento de semilla nativa con transgénica).
“Lo que sucede es que antes el maíz criollo (nativo) lo sembrábamos hasta en el patio de la casa”, recuerda doña Elena Peña Mercado quien en compañía de su hermano Marciano Molina Peña, preparan y hacen hasta 200 bollos diariamente que son vendidos en los barrios de Montería.
Daniel Nieto explica que desde el 22 de marzo de 1994 organiza y realiza el Festival del Bollo Dulce Mocaricero, junto con María del Socorro Ramos Pestana, “para no dejar perder la tradición de la cultura del maíz nativo”.
El maíz criollo entró por lo que antiguamente era el puerto de Mocarí, ubicado a cinco kilómetros al norte de Montería. Los comerciantes lo traían en grandes embarcaciones que bajaban por el Sinú desde los municipios de Tierralta y Valencia, al extremo sur de Córdoba. Los comerciantes dejaban el maíz y embarcaban ganado en una ruta que seguía hasta salir a la desembocadura del río Sinú, en la antigua Bocas de Tinajones, y luego por el Mar Caribe hacia Cartagena.
Desde Mocarí la semilla de maíz criollo se expandió hacia Aguas Negras, Las Babillas, Sevilla y otros corregimientos de Montería que habían sido adjudicadas como parcelas por parte del INCORA y que luego fueron adquiridas por terratenientes que hoy cultivan transgénico.
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Ramiro Guzmán Arteaga
Comunicador Social-Periodista, Magister en Educación, docente de la Universidad del Sinú -Elías Bechara Zainúm de Montería
ramiroguzmgmail.com