Leo una valla publicitaria, ubicada en la “glorieta de las vacas” de Montería, que resume lo que es una sociedad en crisis, que abre espacios a la dictadura de extrema derecha: “Yo voto por el que diga Uribe”. La frase, frívola, dogmática y banal, invita a votar sin un mínimo de esfuerzo intelectual, dándole la espalda a la realidad, como si el candidato en cuestión fuera una especie de mesías; invita a votar de acuerdo a intereses personales y pareceres de otros, sin ningún soporte. Quien colocó la valla no le interesa que la gente piense, reflexione ni haga análisis crítico, solo le interesa que voten por quien Uribe diga y punto.
A ese extremo hemos llegado en esta sociedad en la que las muchas personas asumen una posición, una ideología o un modo de pensar y actuar sin tener en cuenta el pasado ni el presente, sin pensamiento crítico. Ese mensaje panfletario resume la durísima realidad de nuestro tiempo y nuestra cultura. La sociedad en la que nos ha tocado vivir. Una sociedad en la que muchos (valga decir no todos) se limitan a repetir lo que otros dicen. Y los medios de comunicación privados, en ese sentido, le han hecho un daño enorme a la sociedad, porque han asumido el papel de “educadores” de la opinión pública”.
Hoy muchos académicos, incluso, se limitan a repetir lo que dicen los medios de comunicación sin un análisis crítico reflexivo, los hechos son analizados en forma ahistóricos y descontextualizados; en tanto que la opinión pública, en un altísimo porcentaje, es manipulada y conducida emocionalmente y conceptualmente por los medios de comunicación privados que han convertido la noticia en una diversión.
Quienes colocaron esa valla en Montería saben que estamos anclados en una sociedad cargada de instrumentos mediáticos (incluidas las vallas) en la que la opinión pública es un receptor maleable, sin capacidad de respuesta ni de réplica, cada vez más homogenizada, atomizada y manipulada.
Quienes colocaron la valla, con esa frase embrutecedora saben y aprovechan el que estemos anclados en una sociedad vulnerable y, hasta cierto punto, resignada, es decir, “la sociedad de lo inevitable”. Porque la gente (vale decir no toda la gente) está construyendo un imaginario colectivo cargado de resignación. “Eso no lo evita nadie”, “Contra eso nadie puede”, “Eso no lo podemos cambiar”, “En Córdoba y Montería, ahora los políticos y gobernantes roban, pero hacen”, son apenas algunos de los vocablos de ese imaginario perverso y atenazado por ideologías que andan algarete, dispersas y cuyo único norte es el sometimiento sistemático de la opinión pública, de la gente del pueblo y de la sociedad en general.
Específicamente, en nuestro entorno local, la situación es mucho más preocupante, porque vivimos inmersos en una sociedad resignada y anestesiada, la sociedad a la que el nobel de literatura Mario Vargas Llosa, llamó “La civilización del espectáculo”, es decir, de los light, en la que lo que interesa es el espectáculo del día a día. El sexo light, sin amor y sin imaginación; la violencia apocalíptica; el fútbol elevado a la categoría de espectáculo único y universal; y, en Montería, la rumba o la “jarana sin sentido”. Estos son los temas que ocupa muchas de las mentes de jóvenes y adultos, de hombres y mujeres, que se han vuelto escépticos, en medio de una sociedad cargada de incertidumbre, que los aísla. Y de eso es que se aprovechan quienes colocaron esa valla perversa, deprimente, insultante y embrutecedora, porque esa valla y esa frase es un insulto a la inteligencia y a la dignidad de los monterianos, porque nos considera seres estúpidos, heterónomos, es decir, incapaces de pensar por nosotros mismo; seres que viven según reglas que le son impuestas. Propongo, como respuesta a quienes colocaron la valla, atrevernos a pensar y decidir con autonomía e independencia crítica y reflexiva. Con inteligencia.
Autor: Ramiro Guzmán Arteaga