Foto: Juan Camilo Buitrago
Esto no es una elegía sino un reconocimiento al arte de narrar desde el viaje a pie, al que no muere porque quedan sus palabras resonando. Ya Fernando González nos lo había enseñado con su método sociológico de pensar caminando y de observar el caminar de la gente, sus afanes, sus ímpetus: el gran mulato que reluce entre tanto eunuco. Alfredo Molano Bravo (1944-2019) nos develó en la linea de Fernando González un personaje auténtico, con rostro propio: el campesino. Y narró la saga de los pueblos antes que la épica de los héroes y los mártires. Nos sedujo con una mirada fresca, descarnada y poética. Dejó entrever la Colombia rural que solo se aprende viviendo la cotidianidad de sus comunidades, comiendo en sus casas, durmiendo en sus suelos.
Quedaron narradas en sus crónicas la cuestión agraria y la lucha campesina por acceder a la tierra y por no perder la conquistada, la hazaña del colono abriendo frontera agrícola y la del cocalero así mismo arrancándole cada vez más tajos a la selva. En esa trama llegó a la historia de las Farc desde adentro, es decir, caminando y padeciendo con ellos la amenaza de los bombardeos. Todo esto sin que medrara el estigma oficial y el calificativo de “amigo del terrorismo”. Molano se exilió pero regresó para seguir develando el meollo del conflicto social y armado en la voz de quienes lo padecen en sus territorios.
El caso es que no es triste su partida porque murió con las botas puestas. Y del corazón. Fue un poeta de la tierra a su manera. ¿Y qué es un poeta en este trópico atravesado por el dolor y la pasión? “Nada”, dirá Barba Jacob dando alaridos por toda américa. “Una llamita al viento”. Sopla viento, sopla, y que arda la rebeldía que Molano inspiró en nuestros corazones.
Entonces lo que expreso es gratitud por esa pluma. Para Molano este verso de Rimbaud: “La mano que conduce la pluma, vale tanto como la que conduce el arado». La elegía sí la hace el hijo, Alfredo Molano Jimeno, en un texto memorable publicado ante la muerte de su padre (El Espectador, Noviembre 3 de 2019):
“Y de qué más ibas a morir, padre mío, sino del corazón, de ese corazón grande en el que cupimos muchos. Ese corazón con el que escribiste 20 libros y miles de columnas. Ese corazón noble que te llevó a luchar por los campesinos de este país a lomo de mula o al anca de un caballo. Ese corazón pleno, tan viejo de latir, con el que sembraste un pedazo de ti en quienes te quisimos y admiramos. Buen viaje, papá, vete tranquilo que aquí quedaron tus semillas.”
Gracias Molano por sembrar en cada escrito una carga de emotividad, de sabiduría, de rabia, de sentido histórico, de campo y campesinos, de lucha, de paz y más lucha por la paz.