Sr. Juez
Se me acusa de haber marchado en las calles, como otros miles y miles de estudiantes y obreros, pobres como yo, y que no tenía derecho de hacerlo. Si esto es un delito creo que, cuanto menos, deben indicarme exactamente a cuál de los delitos corresponde mi conducta en el código penal. Estoy arrestado hace días sin poder comparecer ante una autoridad competente y no veo en esta audiencia tampoco nada de justicia. Invoco ante ustedes justicia, señor juez y señor fiscal.
Nada de cuanto he hecho va contra la ley penal ni la moral pública. No veo en mi detención sino un acto de venganza de las autoridades policiacas y penitenciarias. No estoy ante unos jueces sino ante unos enemigos y debería callar porque no confío en su justicia arbitraria. Pero, sin embargo protesto por este acto de venganza, así sea unos pocos instantes de viva voz y mientras me callan por medio de este escrito. No soy leguleyo ni estudié leyes lo que no falta para saber dónde acaba la ley y donde es la violencia institucional la que se hace cargo de lo demás.
Ser estudiante marchante no es solo ya un indicio de culpabilidad de cien delitos si no la prueba reina para ser golpeado, encerrado, maltratado y silenciado en esta sala. Todos los esfuerzos que haga yo o mi abogado serán en vano y no me devolverán los maltratos de que he sido víctima. No solo soy inocente sino impotente. En esta sala no se juzga a todos por igual, repito, no creo en mi acto criminal y solo sostengo que hay una venganza solo por marchar. No estado nunca armado y he escogido un camino erróneo al confiar en ustedes.
Todo esto es más que un engaño del poder que arrastra a miles de nosotros, como pobres estudiantes y pobres obreros, a la misma comedia, al teatro que escenifica los poderosos frente a los débiles. Ustedes arrastran a miles de nosotros a una justicia sin rostro, sin alma; nos llevan a un matadero que sacrifica primero nuestros derechos elementales, luego nuestra dignidad con los peores de los tratos y luego hasta nuestra vida. Ustedes no comprenden, o se hacen los ciegos y sordos, ante nuestros sufrimientos y la de nuestros familiares, madres y hermanos, amigos, hijos, novias. Ustedes nos arruinan la reputación y destruyen nuestras esperanzas de un mejor mañana.
Con este régimen del terror policiaco y carcelario, matan la Colombia mejor. Nos acusan en estas bancas que sentimos como sillas eléctricas, como atados y silenciados por una mordaza. Esto es, si quieren, como una revuelta de los esclavos de Colombia, pero no para destruir sino para construir todo de nuevo, desde las bases de la justicia, el amor, la comprensión, la equidad y la vida común.
Son millones más los que estamos en estos socavones, en esta otra orilla de los desempleados, sobrexplotados, proletarios. Hay una línea divisoria nítida entre el Palacio de gobierno (una pocilga llena de marranos), los brutales gremios de Fedegán, Asobancaria, Fenalco, Caracol, RCN, Semana (que se escribe con esvástica) y nosotros.
Ustedes señores jueces, son los instrumentos de la venganza contra los pobres, los empobrecidos de esta pandemia, los miserables de ahora y de siempre. Por eso marchamos en las calles, por esos protestamos, por eso alzamos la voz de la indignación: contra los grandes y poderosos e intocables poseedores que no bajan a las calles ni si quiera, por cobardía y comodidad, a decirnos que somos unos envidiosos, llenos de rencor. Para eso los tienen a ustedes, para inocularnos, por medio de esta audiencia de legalización de la detención, el antídoto contra el perro rabioso. Somos los esclavos de ustedes y nos tratan como sus esclavos.
Pero no estamos pintados en la pared, y a veces hasta hablamos y hasta marchamos y hasta somos capaces de decirles algunas verdades que nos cuestan la vida. Sí señores, aquí hay una guerra, una guerra social que ustedes tienen contra nosotros, una violencia a diario, con sus salarios de mierda y con sus abusos en toda línea. Sabemos lo esclavos de Colombia, que con un mes de salario de nosotros no alcanza para una invitación a almorzar en sus clubes.
Sentimos todos los días la humillación de ir en el transporte pública de mierda, mientras los vemos pasar en sus camionetas blindadas, sin sufrir el cosquilleo, el toquecito, los malos olores, las esperas para que pase el bus, cuando pasa a reventar. No esperamos de ustedes clemencia, que nunca en doscientos años de independencia la han tenido; por eso salí esta vez, a romper no vidrios sino el silencio infamante. Claro ustedes no escuchan, ni sienten sino por sus bolsillos, sus cuentas en Panamá. Porque el exministro Carrasquilla no sabrá cuanto costaba una docena de huevos, pero seguro que sí el metro cuadrado en Boca Ratón.
Porque aquí hay millones de pobres, millones de gente con hambre desde que nace hasta que se muere, y ustedes nos llaman vándalos, ladrones, pillos. Viéndolo bien así, señor juez, usted es solo un opaco y gris empleado de esos magnates y el verdugo de este pobre estudiante, que no ha dejado de decir lo que tenía que decir. Me mandó a callar. Callé porque me muelen luego a palo, pero aquí decidí escribirle a esos esclavos, a un estudiantado y un proletariado, que se cansó de la guerra que nos hacen.
No somos animales salvajes, solo hombres desesperados, pero aun con alma. Somos los que dese las cuatro de la mañana nos bañamos en sudor para que ustedes; a los que tímidos e hipócritamente les decimos, buenos días doctor, mientras lo que deseamos es gritarles “no sea hijueputa”. Pero nos callamos, nos inclinamos, y ustedes se comen el cuento de nuestra humildad, de nuestra humillación a cada instante. Hasta soportamos la palmadita cómplice, como otra patada en el trasero. Así que la guerra la hacen ustedes todos los días contra nosotros; una guerra de explotación, de violencia, de humillaciones. Pero no crea usted juez, que no sabemos por qué marchamos, pero también por qué nos detienen.
Tan frescos todos, nosotros a la cana y usted a cobrar un salario de burócrata cómplice Pero no crean: marchamos por nosotros y nuestra Colombia desangrada. Sabemos que los de arriba (la oligarquía la llamaba el negro Gaitán) solo se preocupa por las calificadoras de riesgo, mientras nosotros nos preocupamos porque de noche no llueva tanto para que la gotera nos deje dormir, por comprar el huevo del desayuno que es la única proteína del día, cómo saltarnos las bardas de trasmileno a la madrugada, no por malosos, sino porque no tenemos como pagarlo, porque no se nos caigan los zapatos, pues tenemos las medias rotas, por hacernos un préstamo al corrientazo (“se lo pago, en la quincena, mano”), porque definitivamente no tengo para pagar el pin para presentarme a la Nacho (sin pensar que mi hermano está embargado por el Icetex), por mil cosas más que no aburro de contar para que no se pongan a llorar. Sr. Juez. No se compadezca.
Nosotros tenemos cómo hacernos valer por nuestros medios. También sabremos protestar tras las rejas. Los de arriba sabrán utilizar sus saqueos a nosotros, y nosotros no tememos a que nos despojen de la conciencia, de la libertad, de la dignidad, que tiene un valor impagable y un precio que ustedes jamás podrán comprarnos.