Por José Aristizábal G.
Llenaron el país de odios, cocaína, paramilitares y sicarios; despojaron a sus padres y abuelos de sus parcelas y los expulsaron a las periferias urbanas al hambre y la miseria; les negaron educación, dignidad, trabajo, su ciudadanía, sus derechos y les enseñaron a drogarse, a matar, a traficar; les cercenaron su futuro, sus opciones. Y ahora se rasgan las vestiduras porque ellos explotan y se rebelan.
Saquearon y se robaron el país, los departamentos, los municipios, el suelo, el subsuelo, su biodiversidad, sus riquezas; establecieron en unos territorios regímenes de terror; convirtieron en regla violar y traicionar la Constitución y los Acuerdos de Paz. Y ahora, desde su cinismo recalcitrante, a esos muchachos que antes los ponían a sicariar y a menudear la droga, les llaman vándalos porque tiran una piedra o defienden con sus cuerpos a los manifestantes ante los antidisturbios.
Y cuando ya tuvieron copado casi todo el Estado y pretendieron condenarlos a una perpetua resignación frente a la muerte; cuando se regodeaban celebrando darle la última puntada a su impunidad; cuando el engaño y la opresión se hicieron insoportables, he aquí que ellas y ellos salieron de los nadies y los ningunos, de los que sudan y sufren, de los abajos más profundos e ignorados, y dijeron entre cánticos: aquí ponemos nuestros pechos al frente y estamos dispuestos a morir por defender la legitimidad y la dignidad de quienes protestan.
Ellos y ellas no son solo ellos, recogen la vitalidad y diversidad de la multitud que se manifiesta y quiere un cambio, han arrojado un chorro de luz sobre el racismo, el patriarcado y las miserias de esta sociedad, y son precisamente quienes le están quitando su máscara a los vándalos/bandidos/águilas negras, y mostrando con sus escudos otros caminos.
Lo que ellos y ellas y el Paro revelan es que, siempre, aún bajo el confinamiento de la pandemia y la represión más feroz, sí son posibles la lucha, la desobediencia, el levantamiento. Que sí existen actores, sujetos y muchas potencialidades que se hacen fuerza y movilización para voltear este país. Que sí hay cómo insuflar el ánimo de la población cambiando las tristezas y dolores en cánticos, alegría y entusiasmo. Que sí es posible enfrentarse a ese monstruo que han conformado los imperios de la cocaína, las rentas oscuras, la podredumbre y la ilegalidad pícaramente disfrazados de democracia. Ellos revelan cómo las potencias de la autonomía, la autoorganización y la solidaridad pueden vencer el terror y el autoritarismo; que sí es posible el parto de la esperanza y las alternativas; y de donde brotan las chispas de los nuevos relatos.
Y con una mirada más profunda, nos develan que el orden social oligárquico-mafioso de las últimas décadas es una ignominia y un escándalo para Colombia y para la humanidad y que ha llegado la hora de encontrar otros paradigmas de transformación política, económica y social.