Por José Aristizábal
Colombia vive por estos días dos fenómenos extraordinarios. El uno, la irrupción de Francia Márquez y el triunfo seguro de la fórmula Petro-Francia en la primera vuelta. El otro, la expectativa por saber si las mafias del paramilitarismo, tan firmemente posicionadas entre las élites económicas y políticas que manejan el país, van a aceptar ese triunfo, si van a entregar su poder ejecutivo y una buena parte de su legislativo (con todo lo que esto implica en millones de dólares y su total impunidad) o qué van a hacer.
La candidatura Petro-Francia es un caso extraordinario de esos en que el todo es muchisísimo más grande que la suma de las partes. La irrupción de Francia va a profundizar la votación a su favor hacia abajo, hacia los nadies, los excluidos, los empobrecidos y la gente sana y decente que está mamada del desbocamiento de la violencia y la corrupción. Porque ella incorpora las insubordinaciones de las mujeres, de los jóvenes, los indios, los negros, y quienes luchan por frenar el extractivismo y el calentamiento del planeta. Esas insubordinaciones necesitan saltar de la resistencia a la distribución de siquiera una parte del poder para parar la matazón del liderazgo social, hacer la paz y seguir trabajando por sus autonomías. Y la unión de esa fórmula, catapulta esas insubordinaciones. Ganarán suficientemente el 29 mayo.
Ante esta realidad ¿qué está preparando el régimen de esas mafias paramilitares? ¿Qué van a hacer? Que se roben las elecciones no será nada nuevo; ese es su vicio. Lo grave son dos cosas: ¿A qué precio? Y ¿qué pasará entre ese robo y su necesidad de ganar a como dé lugar en la segunda vuelta?
A las élites económicas y políticas que aún no están tan comprometidas con esas mafias les cabe pensar si serán cómplices de fenómenos similares a los del 9 de abril de 1948, los cuales serían la condena a un Estado fallido por otras dos generaciones más. No es una simple especulación: ya comenzaron las amenazas. Y a las grandes mayorías del país nos corresponde prepararnos para las dos acciones extraordinarias que reclaman esos dos fenómenos extraordinarios: la primera es un triunfo más que suficiente, tan abrumador, contundente e imparable, que les sea imposible desconocerlo; la segunda, una desbordante movilización pacífica nacional e internacional y una desobediencia activa, nunca antes vistas, para defender en plazas, calles y barrios la democracia de abajo y el inicio del cambio.