Por Juan Guillermo Gómez García
Los mecanismos y órganos directivos de las universidades públicas están en sus principios constitutivos viciados. Sus prácticas desde la ley 30 de educación de 1992, solo han reiterado estos vicios de forma y contenido que hacen de la democracia universitaria una simple farsa consentida. El Ministerio de Educación, en cabeza de Aurora Vergara, no solo ha hecho agravar estos vicios constitutivos, sino la jefe de cartera ha actuado con una indolencia que se asemeja a la complicidad con el pasado. Hoy, miles y miles nos preguntamos ¿para quién trabaja?
La elección del profesor José Ismael Peña como rector de la Universidad Nacional de Colombia, este pasado 21 de marzo, es además de un fraude a la democracia universitaria una alerta roja para que este tipo de elecciones no deban reiterarse en el futuro. Esta elección contradice y niega el espíritu universitario y solo invita a una reacción profesoral/estudiantil para restablecerse los derechos de las mayorías que votaron en consulta a favor, ampliamente, por el profesor Leopoldo Múnera.
Esta elección la podemos solo considerar un atentando abierto y cínico contra el Alma Mater de la principal universidad de Colombia y niega su legado histórico progresista. Legado que se ha vendido minando desde la primera Rectoría del profesor Marco Palacio en 1984 (de los rectores Ignacio Mantilla y Wassermann es mejor callar por vergüenza) hasta la actual profesora Dolly Montoya. Legado contra el que se ha organizado y planificado una verdadera operación de sabotaje de la Universidad fundada por Manuel Ancízar en 1867 y refundada por López Pumarejo en 1936.
De la Universidad Nacional que se levantó el 9 de Abril de 1948, en cabeza de su rector Gerardo Molina y de profesores como Jorge Zalamea contra el gobierno atroz de Ospina Pérez (basta observar cómo han desmantelado la casa patrimonio Jorge Eliécer Gaitán dada a su cuidado); de la Universidad Nacional que se opuso a los gobierno proyanquis del Frente Nacional, en cabeza de Camilo Torres, Fals Borda y miles más, no queda sino los recuerdos. Los buenos recuerdos que debemos hacer vida hoy.
La esperanza de recobrar el rumbo directriz de la Universidad Nacional y en general de la universidad pública colombiana, es decir, su legado de democracia, su lucha por la justicia social y su fe por una ciencia social y humana al servicio de la nación colombiana solo puede restablecerse en el rechazo y desconocimiento del nombramiento del rector Peña, al que se agrega el no menos bochornoso nombramiento en la Universidad del Valle de Guillermo Murillo (carta de Dilian Francisco Toro). Esta misma suerte, próximamente, corren la Universidad de Antioquia y la Tecnológica de Pereira (en manos del hermano del expresidente César Gaviria hace dos periodos de cuatro años).
El Presidente Petro y su bancada parlamentaria deben agilizar una reforma que garantice, ante todo, la democracia universitaria y den una ruta de confianza fundada en el primado de que sin una universidad pública modernizada (es decir humana, democrática, multicultural y competitiva) no hay una nueva Colombia. De la ministra Vergara esperemos que despierte de la modorra: la comunidad universitaria no tolera más gato por liebre.
Universidad es universidad pública, las privadas son la EPS de la educación superior en este país saqueado por todas las orillas. La continuidad en la cúpula universitaria de la rémora del uribismo (lo vemos en el vicerrector de sede de Medellín en la UNAL) no puede perpetuarse. Solo una movilización contundente, de todos los estamentos universitarios en todo el país, podría revertir este escandaloso continuismo, una tiranía académica de lxs mismxs con las mismas. El cambio no transige, el cambio es ya. Como dice un grafiti del Alma Mater, pues las paredes hablan más claro que el papel: “Peña no es nuestro rector”.