Por Juan Guillermo Gómez (Docente universitario)
La crisis actual de la Universidad de Antioquia desatada por la insolvencia financiera que se evidenció por el retraso de la nómina de profesores, en meses pasados, ha desatado una larga y enconada cadena de sucesos e incidencias múltiples. La crisis de iliquidez ha captado la atención de los grandes medios nacionales y regionales, Caracol, “Semana” y “El Colombiano”, condicionada al interés turbio que los suele caracterizar, es decir, en su función meridiana de desinformar “con lujo de detalles” e informar al modo usual de hacer de una serie de fragmentos verdaderos un relato perfectamente mendaz. El resultado más visible es el paro estudiantil actual.
La crisis ha dado de todo. Una declaración del exrector y actual secretario de Educación del Departamento de Antioquia, Mauricio Alviar, que vio en la venta del sofá, es decir, del despido del bien mostrenco de la mitad de los profesores de cátedra la solución ideal.
También ha generado declaraciones más suspicaces y entreveradas, como las de Jorge Enrique Vélez publicada en “Semana”. Ella tiene la doble peculiaridad de titular su columna “La crisis de la Universidad de Antioquia”, con el antepecho: “Es importante realizar una reingeniería completa de la institución…”, lo que es una obviedad más salpicada del veneno de una denuncia de las prácticas clientelares de uno de los derrotados aspirantes a la rectoría.
Como es propio de estos actos de contrición de cerebro frío y corazón torcido nos propone el columnista un modelo de una universidad digitalizada, una especie de sucursal de IA para el
Silicon Valley de Aburrá, para lo cual solo basta contraargumentar que el modelo no vale porque la IA comprada a precios exorbitantes carece de la experiencia vital, casi común en nuestras clases sociales menos favorecidas, es decir, del abandono de uno de sus padres, violencia intrafamiliar, acosamiento de los combos de barrio, disparos en el ojo autorizados a la fuerza públicas de gobernantes y celebrados por Iván Duque, Diego Molano y Claudia López, deudas con el Icetex y, sobre todo, carece la IA foránea de conciencia política
derivada de la lucha y rebeldía juvenil de nuestro estudiantado, etc.
Lo más notable de esta crisis es, justamente, la actual modalidad estudiantil de la protesta, su novedad, que no ha consistido solo en la toma de la SUI, el exógeno edificio de investigaciones, construido expresamente fuera del Campus universitario en los noventa,
para no verse “contaminado” del ambiento turbulento de la Plaza Barrientos, sino lo que es más notable, el cambio de lenguaje, de metodología, de consignas de las últimas asambleas.
Ellas expresan ingenio, rabia, alegría, innovación no dictada por agentes externos, ni por la IA que nos desea revender Jorge Enrique Vélez. La consigna, para ser coreada en el Edificio Administrativo, “John Jairo, care’chimba”, es una muestra de ingenio estudiantil, una
novedad creativa del lenguaje de protesta. Las iniciativas y propuestas de la asamblea estudiantil de ayer, como las anteriores, están teñidas de comparativo espíritu de agravio moral. Nada delata en ellas manipulación de una mano negra. Rezar una Novena
“alternativa”, figura entre esas expresiones creativas, afín a la misa negra de san Macario. Nada más propio de la universidad pública colombiana y, de la latinoamericana, que la protesta estudiantil. Por traumática que pueda juzgarse por pérdida de tiempo o trastornos del
calendario oficial, ella nos identifica con el espíritu de la Reforma de Córdoba de 1918, que nos dotó de autonomía universitaria, libertad de cátedra, extensión universitaria, y otros valores distintivos de México, a la Argentina, Perú y Chile, espíritu continental que nos
recuerda el destino bolivariano: “Para Nosotros la patria en América”.
Nada mejor ocasión que este paro para recordar y conmemorar este próximo 9 de diciembre los doscientos años de la Batalla de Ayacucho, que comandó José María Córdoba, un oficial bolivariano, y en virtud de la que nos liberó de la opresión política de la España de Fernando VII. De “gringos go home” a las actuales formas de protesta median seis décadas, nos une la misma razón profunda de ser universitarios.