Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez*
Este texto es tomado de ElQuinto.com.co y se publica gracias al acuerdo entre dicho portal y la Corporación Nuevo Arcoiris.
Venezuela, su gobierno, la democracia que allí existe, los modos de acción del poder y las grandes movilizaciones a favor y en contra del régimen actual, son fiel reflejo de cómo y quién gobierna el mundo hoy.
Cualquier lugar del planeta, hoy, en un parpadeo, puede pasar de ser un lugar tranquilo a un lugar de muerte. Cualquier campo, ciudad o país puede pasar del esplendor a la ruina.
La polarización ideológica se tomó todas las variables del poder y del vivir. En todas partes, como en Venezuela, la sociedad es empujada a dividirse físicamente: así lo hicieron, también, con los muros de la infamia en México o Palestina.
Sépalo o no, cada ser humano es encajado en la cuadricula. O bien está del lado de la izquierda que gobierna en Venezuela y que los seguidores del viejo régimen llaman dictadura o bien está del lado de la ultraderecha incubada en el antiguo régimen que ejercía el poder con la formula hereditaria de cambiar el nombre de uno que otro gobernante, pero no las políticas hegemónicas; un ceteris paribus llevado de la economía a la política (todo lo demás permanece constante).
La sociedad está conminada a dividirse, tomar posición ideológica entre dos únicas posibilidades. Sin opciones ni matices. Como ocurrió en la guerra fría, pero esta vez con mayores apuestas económicas de fondo, que complejizan más el panorama, lo tornan confuso y difícil de explicar en su totalidad por la cantidad de variables que pasan de lo colectivo a lo particular.
Las tradicionales hegemonías de poder, o se mantienen en él o han derivado en llamarse oposición, cuando los gobiernos no responden a sus programas y amenazan con arrebatarles privilegios.
Estas oposiciones no son una legítima representación popular. En otros momentos han sido contrarias a derechos y modos de acción de los poderes populares no centrados en el interés privado. Sus formas de asociación anterior les permitieron controlarlo todo, abominar lo popular y tener a su plena disposición el Estado, sus rentas, ejercito y diplomacia.
El Derecho Internacional consagra el derecho de autonomía de los pueblos y mientras no haya un conflicto armado degenerado en barbarie, ni las condiciones determinen la indefensión total de un pueblo inerme, lo recomendable, en democracia, es permitir que los divididos habitantes del lugar decidan con pactos y acuerdos la forma de convivir.
Lo que ocurre allí en Venezuela no es único ni novedoso.
El mundo ve en directo cómo y cuándo ocurre el genocidio sionista contra el pueblo palestino, que no tiene estado, ni un ejército disponible para defenderse. También se pudo ver la reciente destrucción de Siria, que inició con falsas noticias y acusaciones sin explicaciones creíbles que legitimaron el camino a la invasión y la secuencia imparable de bombardeos, asaltos, agresión y asedio ya probados en la destrucción de Iraq, Líbano, Afganistán.
De la guerra fría entre oriente y occidente, se pasó a la lógica de norte-sur, que implantó al capital donde había política y puso barbarie donde había reglas.
De ahí emana el nuevo gobierno del mundo, que en la actualidad está caracterizado por un sistema descentralizado, pero interconectado, donde las grandes potencias, corporaciones multinacionales, organizaciones internacionales y movimientos sociales interactúan en un complejo tablero de ajedrez global.
Las prácticas de neoliberalismo, tecnología avanzada y geopolítica de recursos continúan jugando un papel central en la definición de las relaciones de poder. Pero también hay crecientes llamados a reformar y reorientar estas dinámicas hacia una gobernanza más equitativa y sostenible.
En este contexto, el control global se mantiene bajo la influencia de unas pocas élites, pero los movimientos por la justicia social y la transformación económica están generando nuevos desafíos y oportunidades para cambiar el rumbo del poder mundial.
El gobierno global en el siglo XXI no se puede entender como un sistema de liderazgo centralizado o uniforme, pues está sujeto a las relaciones de poder que hay entre dos grandes fracciones, que configuran un complejo entramado de actores, instituciones, prácticas de poder y paradigmas ideológicos interactuando e influyéndose mutuamente.
Si bien las estructuras políticas internacionales, como las Naciones Unidas o el Banco Mundial, desempeñan un papel importante en el orden mundial, el poder global está distribuido entre actores -gobiernos nacionales, corporaciones multinacionales, organizaciones internacionales, movimientos sociales, y otras entidades- que colaboran, compiten o luchan por ser hegemonía en diferentes esferas.
Los actores clave en el poder hegemónico global son Estados Unidos y China y, muy cerca, Rusia. Ninguno de esos países, solo y aislado, puede controlar totalmente el escenario internacional.
Estados Unidos sigue siendo la potencia decisiva en términos militares, económicos, tecnológicos y culturales. A través de instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Esa superpotencia mantiene una influencia decisiva en las normas económicas, la seguridad global, la política internacional y la desfiguración de las actuaciones autónomas que se le habían señalado a la ONU y a las cortes internacionales de justicia. El papel del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial también le otorga un control significativo sobre el sistema financiero global.
China, por su parte, ha emergido como un rival estratégico de Estados Unidos. Con una economía en rápida expansión jugando con las reglas del capitalismo, pero con un sistema político centralizado bajo el liderazgo del Partido Comunista. A través de la iniciativa de la franja y la ruta (OBOR), China ha ampliado su influencia económica y política en África, Asia y Europa, estableciendo nuevos mecanismos de intercambio comercial y promoviendo sus propios modelos de gobernanza.
Rusia ha utilizado la invasión a Ucrania para resignificar su lugar, mostrando, sobre todo, su capacidad de adaptación al mercado y su poderío militar. Sin abandonar su posición de avanzada científica, caracterizada por una formación académica rigurosa, especialmente en campos estratégicos de poder global.
* Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Mesa de gobernabilidad y paz del SUE, Integrante del consejo de paz Boyacá, Columnista, Ph.D en DDHH, Ps.D en DDHH y Economía.