Guantánamo: el campo de concentración del siglo XXI

Por Sofía López Mera*

Este texto es tomado de ElQuinto.com.co y se publica gracias al acuerdo entre dicho portal y la Corporación Nuevo Arcoiris.

La historia de la humanidad está marcada por episodios de horror, de esos que la memoria colectiva intenta enterrar pero que, con brutal insistencia, resurgen en nuevos escenarios, con nuevos verdugos y nuevas víctimas. El siglo XX nos dejó las huellas imborrables de Auschwitz, Dachau y Treblinka, lugares donde la humanidad se desmoronó bajo el yugo del Tercer Reich. Y, aunque la Historia suele disfrazar sus repeticiones con otros nombres, el horror sigue encontrando refugio en estructuras de metal, alambres de púa y burocracias de ultraderecha que justifican lo injustificable. Guantánamo es hoy el reflejo de esos tiempos oscuros, un campo de concentración legitimado por la maquinaria del poder global.

Desde que Estados Unidos se apropió de Guantánamo a finales del siglo XIX, tras la independencia de Cuba de España, la base naval se convirtió en una anomalía jurídica: una porción de suelo cubano ocupado ilegalmente y en un bastión del imperialismo estadounidense en el Caribe. Cuba ha rechazado una y otra vez los cheques de alquiler que Washington envía, pero el coloso del norte no tiene intenciones de marcharse. La base ha sido utilizada como punto de control militar, centro de detención de refugiados y, finalmente, como un limbo legal para aquellos a quienes el gobierno estadounidense desea desaparecer forzadamente en ultimas.

En 2001, tras los atentados del 11-S y la invasión de Afganistán, Guantánamo se transformó en un laboratorio del terror. Prisioneros, capturados sin juicio ni pruebas fehacientes, fueron enviados a un lugar donde las leyes internacionales no se aplican, menos el derecho internacional de los derechos humanos. La tortura, el aislamiento y la deshumanización se convirtieron en el pan de cada día. Con eufemismos como “técnicas mejoradas de interrogatorio”, se justificaron vejaciones inimaginables. Y todo, bajo la mirada cómplice de la comunidad internacional, que ha preferido ignorar lo que allí ocurre.

Si los detenidos de la “guerra contra el terrorismo” fueron las primeras víctimas de esta farsa jurídica, el futuro de Guantánamo parece incluso más macabro. La administración de Donald Trump emitió un memorando que propone la ampliación de la base para albergar a 30.000 inmigrantes indocumentados con antecedentes criminales. “Un lugar duro para escapar”, sentenció Trump, mientras anunciaba que el centro de detención se convertiría en la solución para los “peores extranjeros ilegales criminales”.

El secretario de Defensa, Pete Hegseth, defendió la medida con el mismo lenguaje frío y calculador que en su día utilizaron los arquitectos del Holocausto. “Es mejor que se les retenga en un lugar seguro como la Bahía de Guantánamo, construida para migrantes”, afirmó, mientras proponía habilitar el campo de golf de la base para extender su capacidad de detención.

Nada en este discurso es nuevo. Es la repetición del mismo esquema de segregación, represión y exterminio lento que ha sido utilizado contra aquellos considerados “indeseables” por regímenes autoritarios. Guantánamo es, hoy por hoy, un gueto moderno, un campo de concentración revestido de tecnocracia, con protocolos y burocracia que validan la existencia de una prisión sin condena, una cárcel sin derechos.

La existencia misma de Guantánamo es una afrenta a los principios fundamentales del derecho internacional. Pero la indiferencia global ha permitido que siga operando como un limbo, una licencia abierta para graves violaciones a los derechos humanos. El mundo ha olvidado las lecciones de Núremberg, ha dejado de lado los tratados internacionales que, en teoría, impiden las detenciones arbitrarias y la tortura. El silencio es cómplice, y la continuidad de Guantánamo demuestra que el poder no necesita justificar sus atrocidades cuando el resto del mundo elige mirar hacia otro lado.

El horror del siglo XXI no se esconde en campos de exterminio clandestinos. Se exhibe a plena luz del día, con comunicados oficiales y ruedas de prensa, con memorandos firmados por presidentes y aprobados por burócratas que han reducido la dignidad humana a una cifra en un informe de seguridad nacional. El campo de concentración de Guantánamo sigue operando, sin hornos crematorios, pero con el mismo desprecio por la vida. La historia, como siempre, se repite y la justicia no se asoma.

Mientras tanto, en Colombia, la derecha encarnada en Álvaro Uribe Vélez, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Vicky Dávila e Iván Duque (quien ahora sueña con ser Secretario General de la OEA), celebran la inhumanidad y defienden los intereses del imperio del norte con la esperanza de que este les ayude a recuperar el poder. Dios nos libre de una Colombia gobernada de nuevo por el Centro Democrático.

*Abogada, periodista y defensora de derechos humanos – Corporación Justicia y Dignidad