Todos quieren ser el presidente

En noviembre de 1986, cuando nació la CUT colombiana, los comunistas llevaban 26 años tratando de crearla, a partir de su expulsión del seno de la CTC hecha en diciembre de 1960. Cuando al fin se hizo  el milagro, todo el mundo creyó que la izquierda se había adueñado por fin del principal ente sindical del país. Pero no ha sido así y la esperanzadora central obrera, golpeada como ninguna otra por la violencia y el exterminio de sus organismos y sus cuadros dirigentes, siempre ha estado comandada por una ideología conciliadora con el capital y sus gobiernos de turno. Y todo ello a lo largo de otros 26 años.

La fórmula ha sido simple: no permitir que los comunistas lleguen a la presidencia de la central. Se les tolera su sueño unitario, pero que no se lo crean tanto, parece traducir el truco. Vean ustedes cómo ha operado el asunto.

Jorge Carrillo, liberal a la antigua, ministro de Trabajo de Betancur y primer presidente de la CUT, fue siempre contrario a los esfuerzos unitarios que su compañero de dirección de la UTC, el conservador Tulio Cuevas, hizo a partir del paro cívico nacional de 1977, al cual Carrillo se opuso públicamente. Álvaro Oviedo, profesor de la Javeriana, acaba de publicar parte de las memorias de un hombre, Gustavo Osorio, cuya carrera pública podría resumirse así: santandereano, cabo del Ejército, trabajador raso de Cementos Diamante, creador de la Federación Nacional de Trabajadoras del Cemento y Materiales de Construcción, miembro del comité central del PCC, dirigente de la CUT, concejal, diputado, representante a la Cámara, senador de república. En ellas Osorio afirma que “Cuando se crea la central […] los aliados estuvieron prácticamente contra nosotros […] los del M19, los amigos del Moir, los m-l, A Luchar, los Elenos, todos resultan unidos con Jorge Carrillo”.[1]

Lo simpático de la historia es que en ese momento la Cstc, de orientación comunista y el único organismo que se disolvió expresamente para dar paso a la CUT, no estaba de muerte, estaba vivo y coleando, aunque su perspectiva no era el crecimiento solitario. Desde 1963 había acometido la tarea de desvertebrar el sindicalismo manejado por los dos partidos tradicionales y lo había logrado. La UTC, al contrario, estaba en plena desintegración por la corrupción de sus directivas nacionales. Los sindicatos que le quedaban no tenían otro escampadero que la nueva central.

Lo mismo ocurrió con la segunda presidencia de la central, ocupada por un oscuro personaje conservador de la fenecida UTC del cual nadie se acuerda (llamado Orlando Obregón, por si acaso) y quien renunció al cargo para tomar el de ministro de Trabajo. Igual itinerario seguiría Angelino Garzón, dirigente comunista cuando ejerció como secretario general de la CUT, luego ministro de Trabajo y hoy vicepresidente de la república. Carlos Rodríguez, liberal y dirigente del otrora destacado sindicato nacional de la electricidad (de la Cstc), llegó a la presidencia de la central en 2002 y su labor transcurrió sin mayores sobresaltos, hasta el punto de que tuvo tiempo para escribir cerca de cuarenta folletos sobre sindicalismo y otros problemas nacionales, que quizás obraron para que hoy siga su labor sindical en las esferas directivas de la Confederación Sindical Americana (CSA). No hay razón para quejarse, pues, de que la temible central sindical no haya suministrado estrellas a la burocracia oficial.

El monopolio partidista del poder confederal solo fue interrumpido por la presidencia de Luis Eduardo Garzón –la más lúcida de todas, hay que reconocer–. “Lucho” entró a ejercer su cargo prácticamente a empujones, porque un veterano “comité democrático” utecista, sostenido por la AFL-CIO norteamericana, amenazó con separarse de la central si se elegía a un presidente comunista. Desgraciadamente, su triunfo fue un disparo mojado. Las insaciables ambiciones de poder del ex líder sindical lo llevaron a abandonar la causa democrática y ponerse a órdenes del movimiento político más descompuesto y funesto de la historia contemporánea colombiana. “¡Quién lo creyera!”, decía una abuelita izquierdísima.

El 3 de mayo de 2012, por enésima vez, la mitad de la dirección ejecutiva de la CUT da una voltereta, depone a su presidente, el profesor Tarcisio Mora, y mediante la última maquiavélica pilatuna desconoce pactos unitarios hechos días atrás con igual propósito y designa en el cargo a otro maestro, Domingo Tovar. Y la crisis sigue adelante porque nadie está contento con el aparente desenlace.

A estas horas, ¿qué dicen los sindicatos de la central, que son centenares? ¿Y qué la junta directiva nacional, donde están presentes los líderes regionales, que seguramente son quienes pagarán el pato?

/ Álvaro Delgado


[1] Álvaro Oviedo Hernández. Sindicalismo y memoria, p. 67. Ediciones Izquierda Viva.