Patrón es patrón, y no se hace alguien a una posición de esas porque no tenga características que, aisladas de las consecuencias de las acciones, puedan producir admiración. Inteligencia, valentía, liderazgo, carisma, son elementos que se pueden encontrar en personajes como Escobar o en Castaño, por lo que reconocerlos es un riesgo fácil. Investigue cualquiera la infancia de los asesinos más grandes de la historia, los momentos de dolor y los sentimientos de miedo que les han envuelto, y será difícil que no digan, como el investigador ficticio de la vida del asesino de Trotski en la novela “El hombre que amaba a los Perros”, que sienten asco de sí mismos. Peor aun cuando eso les pasa a los jóvenes que compran “Mi Lucha” y terminan en el absurdo ignorante de reclamarse neonazis tropicales.
Pero es que resulta que ver a los personajes como Pablo Escobar como seres humanos es una necesidad. Sacarles de la idea de monstruos es lo único que permite preguntarse por las circunstancias que los marcaron y lo que debemos transformar para impedir la continuidad o la recurrencia de sus acciones. Eso es parte de hacer memoria. Pero el ejercicio está incompleto, y ciertamente es riesgoso, si uno no pone al personaje en el contexto y los contrastes necesarios que permiten balancear los valores que por humano y patrón encarna.
Las críticas a la Serie “El Patrón del Mal” suelen concentrarse en el riesgo que implica que los niños y jóvenes, sobre todo, se identifiquen o admiren a Pablo Escobar. Sin embargo, aunque válidas, me parecen mal enfocadas.
Allí es donde está, a mi juicio, el error de la serie. Yo estoy seguro, en eso confían los realizadores, de que viene una parte en la que se verán las bombas y la sangre, y hablarán víctimas, y se verá llanto, como la manera de contrarrestar el sentimiento compasivo que ahora temen muchos. Incluso, ya comienzan a aparecer los personajes de Galán, Lara Bonilla y Guillermo Cano para ponerse por encima en valor y demostrar quiénes representan a los patrones del bien. Pero eso no será coherente ni suficiente.
El error de la serie es el personalismo y la manera de su elaboración. Si no se han fijado, los únicos que llevan nombre propio son unos cuantos personajes patrones todos en su lugar, mientras que los asuntos del contexto se dejan con nombres y características genéricas, de ficción, con representaciones realmente opuestas al ser de los patrones; vacíos de valor, como mandan los manuales que tenemos que representar públicamente a los subversivos, o vacíos de poder como nos manda entender a los pobrecitos capos que un día se hacen matones porque alguien vino y les robó su caballo favorito. Y eso pasa particularmente, qué casualidad, con los que podríamos vincular al presente inmediato de juicios en curso. Por esa vía, en vez de una mirada crítica del presente, se está promoviendo una afirmación de los lugares comunes sobre el pasado: Que la guerrilla es la génesis de la violencia, no importa si se llama M-20 o J-50 y que el problema con los paramilitares es que sean ilegales, porque su violencia es una reacción legítima ante el secuestro.
La cuestión, entonces, es qué tanto se puede cuestionar a los patrones del presente en una serie de TV, por la vía de una memoria amplia que nos quite de encima el paradigma de que la historia de Colombia es una sucesión de personajes, más malos o más buenos, mientras el desvelamiento de la máquina de despojo y exterminio se nos sigue escapando de las manos.
/ José Antequera Guzmán