Tels: (601) 7430295 – 7430294 – 7432634 info@nuevoarcoiris.org.co

Por Juanita Uribe*

Texto publicado gracias a una alianza con el portal el portal elquinto.com.co

Sé que más de uno de nosotros, si tuviéramos el financiamiento o los medios económicos y el músculo material y político para ir a Gaza, iríamos. Ahora bien, ¿a qué iríamos? ¿Sabríamos cómo combatir contra ese Goliat? ¿Tendremos ya la preparación, estrategia y entrenamiento militar necesarios para vencer en una guerra?

¿Iríamos a qué o qué? ¿Vestidos con casquitos blancos y banderitas palestinas pintadas en la frente?

El entramiento militar no es solo saber coger un fusil y ser lo más ágil posible para recargarlo y volver a disparar, que sería lo mínimo para garantizar la supervivencia en medio de un combate.

Entonces, ¿Qué significa “ir a pelear a Gaza” en términos prácticos?

En general se puede decir que hay un listado de habilidades y destrezas necesarias para ir a una guerra y tener probabilidades de sobrevivir y ganar.

Primero están el entrenamiento y disciplina colectiva. Para operar en combate hace falta disciplina, unidad, práctica conjunta, doctrina compartida, mando y control, y ejercicios continuos para coordinar movimientos bajo fuego. Un individuo bienintencionado no sustituye esto.

Se necesita, también, inteligencia y conocimiento del terreno. Hay que entender quién es quién, zonas de entrada, áreas de riesgo, rutas de evacuación, señales locales, redes logísticas enemigas y propias.

La inteligencia guía decisiones tácticas y evita carnicerías.

Logística sostenible: suministros constantes de munición, combustible, repuestos, alimentos, agua, equipamiento médico y transporte. La logística suele decidir las guerras, sin ella, una fuerza se queda inoperante. 

Apoyo médico y evacuación: las personas heridas en combate necesitan atención inmediata y medios seguros para evacuación; sin sistemas médicos la mortalidad sube dramáticamente.

Comunicación, mando y legalidad: estructuras de mando para evitar el caos, respeto El estatus legal de quien participa (combatiente o civil) tiene consecuencias reales. 

La necesidad de tener en cuenta estos cinco aspectos, demuestra que la participación o promoción de una confrontación armada, no es cuestión de buena voluntad, de buenas intenciones, de caridad, de esa emocionalidad que nos devora cuando sentimos la urgente necesidad de justicia. En mi caso, cuando veo las imágenes de bebés y de niños víctimas del monstruo del sionismo.

Se trata de replantearnos y cuestionarnos: ¿cómo poder ganarle a EEUU? Lo pregunto porque ahora Netanyahu se está viendo de algún modo debilitado, al menos en su imagen pública y cada día depende más del apoyo del gobierno estadounidense. Pero el daño ya está hecho, el genocidio no ha parado.

¿Entonces la preparación y entrenamiento son absolutamente necesarios para vencer en una guerra?

Sí. Pero el triunfo no se obtiene sólo en el campo de batalla. También se gana o se pierde en política, legitimidad internacional, economía, diplomacia, y opinión pública.

Los sionistas guerreristas siempre la han tenido clara. Son expertos en ganar batallas, porque su origen, desarrollo y consolidación siempre ha dependido de hacer una colonización organizada. Mientras tanto, algunos de nosotros seguimos pensando que el cartel de La Paz y su insignia de paloma va ayudarnos en un caso tal, y que podremos rescatar a los niños de Gaza mandándoles oraciones o buenas energías.

Nuestra rabia es legítima. Pero esa rabia no convierte a un civil en soldado, ni a una bandera pintada en estrategia. Ir “a pelear” en términos prácticos no es solo coger un rifle; implica una constelación de capacidades interdependientes: entrenamiento colectivo y disciplina.

Pero claro, no faltan los que piensan en imitar a Gandhi…y lo ponen como ejemplo para ganar la guerra en Gaza.

Ah, Gandhi… el personaje favorito de los que creen que los imperios se derrotan con estampitas y canciones de Jhon Lennon. Lo que nunca dicen es que el raj británico estaba arruinado, desangrado por la segunda guerra mundial y con su propia élite colonial hecha trizas, con crisis fiscales profundas, rebeliones internas, huelgas masivas y un contexto internacional que empujaba hacia la descolonización.

Gandhi fue la figura simbólica que encarnó ese proceso. Pero el motor real fueron millones de cuerpos movilizados, estructuras organizativas sólidas, un desgaste material del imperio y el cálculo estratégico de la élite británica que prefirió retirarse antes que hundirse. En términos materialistas, no fue un individuo iluminado el que derrotó a un imperio, sino la correlación de fuerzas históricas que lo hicieron insostenible.

Así, pues, no fue la “fuerza moral” la que dobló a Churchill. Fue la imposibilidad material de seguir pagando la fiesta imperial. El materialismo político lo explica clarito: la historia no se mueve por buenas intenciones ni por hashtags de paz, sino por correlaciones de fuerza, recursos, fracturas internas y apoyos externos.

Entonces, sí, claro, vaya usted a plantarle cara a los sionistas con flores en la mano y banderitas en la frente, a ver cuánto dura contra drones made in usa y un blindaje diplomático de miles de millones. Creer que eso basta es como pensar que se tumba un tanque cantándole mantras. La realidad es otra: sin condiciones materiales que la sostengan, la virtud no pasa de sermón y la resistencia no pasa de epitafio.

Y aquí entra la moralidad de la guerra. La que tanto nos cuesta, la que nos resistimos a pensar, a saber, a reconocer.

Nos cuesta, porque es preferible seguir creyendo en una idea cómoda para las tertulias de salón. Esa imaginería en la que los pueblos se liberan con consignas puras, con carteles de paz, marchas y con la mística de un líder barbudo con megáfono en mano que, como por encanto, derrumba imperios. Pero la historia, la de verdad, la que huele a sangre, carbón y minas anti personas, es menos novelesca y más brutal. 

Entrar en el territorio de la guerra implica poner las manos, aunque nadie quiera salir con ellas sucias y manchadas de sangre, aunque nadie quiera perder la superioridad moral ni pasar pisoteando el coro deslumbrante de los derechos humanos.

En la guerra no entra la moral. No entra así nos duela en el alma.

La moralidad de la guerra es el bálsamo de los que nunca han olido la pólvora, las ametralladoras, los aviones y bombazos, ni han visto cómo se pudre un cuerpo en el campo.

Esa moralidad, funciona como placebo para tranquilizar conciencias. Es la moralidad de creer que con un velero ecológico y discursos de cumbre climática se puede frenar un aparato militar aceitado con dólares y uranio. Como si bastara con subirse a una embarcación ecológica, al estilo Greta Thunberg, para cruzar el atlántico y detener con discursos las bombas que caen sobre niños, mientras todos los demás dormimos tranquilos y, aun así, nos quejamos de no tener descanso. 

La guerra no se detiene con selfies desde una cubierta ni con sermones verdes. Se decide en arsenales, alianzas, logística y sangre derramada. Todo lo demás es estética para europeos culpables y burgueses satisfechos disfrazados con corbata…

Los discursos, las fotos, los gestos, son un teatro para la conciencia occidental. Mientras algunos sueñan con salvar al mundo desde un velero, la historia sigue su curso implacable: sigue siendo hecha de acero.

La guerra no es un accidente moral ni una desviación de la paz, sino una categoría política fundamental inscrita en la dialéctica de imperios y estados. Pretender juzgarla desde la moralidad abstracta es puro idealismo: la paz no existe como estado natural al que se regresa, sino como resultado siempre precario de correlaciones materiales de fuerza.

Creer que se puede frenar un Goliat con buenos sentimientos o con gestos mediáticos, es no haber entendido que la historia se hace desde estructuras de poder, no desde la conciencia subjetiva. Por eso, los juicios morales acerca de las guerras no explican nada.

Intentar entenderlas, explicarlas, incidir en su curso, implica estudiar las condiciones materiales, los recursos, las alianzas y la capacidad de imponer orden que tienen las fuerzas contendientes. Todo lo demás es literatura y películas Hollywoodenses limpiando el genocidio al que siempre están procurando acostumbrarnos.

Toda la guerra es tan horrorosa que, precisamente por eso nos cuesta admitir la realidad y preferimos vivir en el idealismo, mientras se nos mueren a diario los niños de Palestina en Gaza. No se salvarán de la muerte ni de la desnutrición y el desamparo porque llegue a ellos la energía del universo y los rescate.

*Estudió psicología, es escritora y columnista. Ha publicado textos literarios y de opinión en medios digitales e impresos, y ha sido premiada en concursos de escritura creativa. Su trabajo combina divulgación científica e histórica con crítica social y política.