El pasado 26 de mayo, a los 84 años, se apagó en Bogotá la vida itinerante e invencible de Chucho Flórez. Había nacido en Neiva en enero de 1928, once meses antes de la masacre de la Zona Bananera. Su familia fabricaba alpargates y su papá era una especie de filósofo rural de apellido Puyo, que no lo reconoció y por eso tomó el de su madre, Flórez. Era el segundo de cuatro varones de una familia de seis totales –él, que se especializó en traer niñas rubias al mundo– y terminó por volarse de la casa cuando no soportó más la preferencia que su madre tenía por Carlos, el mayor.
Es más. Los hermanos de Chucho (se llamaba Jesús pero nunca escuché que lo llamaran así) fueron músicos aficionados y profesionales (el favorito de la mamá, en primer lugar). Sus tíos eran respetables guitarristas y compositores de bambucos y las malas lenguas afirman que Heriberto Flórez, primo de Chucho, es el verdadero compositor de “El barcino”. Vaya a saberse…
El problema es que Chucho, como casi todos los grandes hombres, nunca se interesó por la propaganda personal. En los últimos cuatro años traté de entrevistarlo para que me contara secretos políticos de su vida de dirigente barrial y comunista y nunca fue posible. Las razones alegadas por su hija mayor nunca me convencieron.
A la fría Bogotá llegó, pues, solo y discriminado a comienzos de los cuarenta y con ropa de calentano. Un hombre compasivo le dio posada en un local de zapatería, para que se lo cuidara. Luego consiguió trabajo como reparchador de llantas en San Victorino. En las noches, sin embargo, hizo un curso en una escuela Italiana de obra de pecho y se convirtió en sastre.
Ahí comenzó a darse los tres golpes diarios y aparecieron sus simpatías por Gaitán, el caudillo liberal. Vino el bogotazo y entonces encontró al partido comunista, del cual nunca se apartaría. En Fusagasugá empezó su periplo como organizador trashumante y su retorno progresivo a su Neiva, que fue apenas asiento temporal para emprender nuevas correrías por el país, pueblo tras pueblo, siempre organizando a la gente en la idea de la revolución social. Su estrategia en el país de la intolerancia política era tomar en alquiler algún local y montar su sastrería, que llamaba El Gran Taylor. Era el epicentro de su trabajo organizativo. Chucho abrigaba en su ser una buena dosis de locura ecuménica. Admiraba a Martín Camargo, un fanático de verdad a quien conocí a finales de los años cincuenta en posesión de sus facultades mentales y ya estaba loco. El verdadero dirigente popular Chucho, en cambio, era idealista y se reía todo el tiempo, a toda hora de la vida, así nunca tuviera para el almuerzo.
En Bogotá estuvo entre los destechados que se tomaron un lote de la Hortúa y crearon a palo limpio con la policía el barrio Policarpa Salavarrieta, donde nació la Central Nacional Provivienda, que todavía funciona, y casi en seguida en la movilización de indígenas y campesinos del Alto Sinú, a finales de los años sesenta. En Manizales la primera invasión ocurrió en noviembre de 1958 en cercanías de la Cárcel local. Ese barrio fue trasladado a terrenos que el Municipio poseía al oriente de la ciudad y actualmente tiene el nombre de Pío XII. Solo en la capital caldense Provivienda llegó a tener más de diez barrios populares organizados en la década de los setenta. En Montería Chucho organizó la invasión y luego la lucha por la legalización del barrio Santafé, hoy día bien conocido. Allí lo capturó la inteligencia militar y lo llevaron preso a Neiva, donde en 1968 concentraron a decenas de dirigentes campesinos sometidos a consejo de guerra como colaboradores de la guerrilla de Marquetalia. Lo defendió Humberto Oviedo Hernández, no le probaron nada y salió libre, lo mismo que su compañero opita más cercano, Ramón Tovar Andrade.
En los años setenta componía, con el abogado tolimense Hugo Parga Pantoja y Miguel Ángel Rueda, futuro concejal y diputado, la dirección comunista del Huila y Caquetá y entonces lo conocí. En ese retorno llegó hasta Baraya y allí se topó con María del Carmen Gutiérrez, la rubia que le dio las seis o siete rubias que tuvo (aunque no sé si mantuvo). Todo lo demás es su trabajo interminable por la organización popular en las más disímiles zonas agrarias y urbanas del país, entre Caquetá al sur y Córdoba al norte.
¿Qué cosas no vio y conoció Chucho en materia de acto popular físico, material, cercano a la respiración y la rabia de los que luchan por una sociedad menos injusta? No lo sabemos. Algo sucedió y no pudimos entrevistarlo para esta crónica. La prensa del que fue su partido no ha dicho una palabra, ni buena ni mala. Mala noticia para quienes creen que van a contar con el reconocimiento de sus compañeros una vez muertos, cuando ya no les importa.
/ Álvaro Delgado