En 1994, en Afganistán, un grupo minoritario creció como espuma en medio de la confrontación entre los “Señores de la Guerra”, que dejó la invasión y la posterior retirada de los soviéticos. Eran los talibán, los estudiantes del Corán y practicantes furibundos de su propia forma de entender la religión. En un par de años tomaron Kabul.
En 2006, hubo un grupo que logró poner orden a buena parte del sur de Somalia, la Unión de Cortes Islámicas. No eran organizaciones radicales, y fueron ampliamente aceptadas porque escucharon a la gente. Pero como se llamaban “Islámicas”, fueron percibidas como radicales y por esto combatidas por los Estados Unidos y Etiopía. Arrinconadas y desmanteladas a finales de 2006, pasaron a la historia como los responsables del único período “de paz” que han vivido algunas regiones de Somalia en años.
Ahora en Mali, unos rebeldes que no son religiosos en sus propuestas políticas (aunque sí creyentes del Islam) lograron controlar el norte del país y declarar un Estado propio: la que sería la patria de los tuareg. Su capacidad militar fue superior a la del ejército de Mali pero inferior a la creciente red de Al Qaeda del Magreb Islámico o Al Qaeda del norte del África Islámica (AQMI). Hoy, la histórica ciudad de Tombuctú pasó de ser la base de los rebeldes tuareg, a ser base de los terroristas de Al-Qaeda.
Por supuesto que hay diferencias entre Afganistán, Somalia y Mali, pero hay algunos elementos comunes importantes. Son regiones del mundo a las que las potencias prestaron atención cuando eran torres o peones del ajedrez internacional de la Guerra Fría. Pero, cuando se retiran los soviéticos de Afganistán en 1989 y cae el gobierno de Siad Barre en Somalia en 1991, ya el choque entre las dos superpotencias tocaba a su fin, y los feudos importantes de tal confrontación dejaron de ser relevantes. La respuesta a la crisis afgana no existió hasta cuando tuvo una consecuencia directa en la seguridad de los Estados Unidos: el ataque del 11 de septiembre de 2001.
En el caso de Somalia, en los años noventa, se intentaron una serie de misiones tanto de los Estados Unidos como de las Naciones Unidas que fracasaron, por la misma razón que hoy fracasan en Afganistán: están basadas casi exclusivamente en lo militar, asociadas además con un grave impacto en los derechos humanos de la población civil, lo que aumenta su rechazo.
La economía local, seriamente afectada por la guerra, sufre además de la lógica del mercado neoliberal que impide que pastores afganos y somalíes puedan participar y mucho menos competir en el mercado. Recientemente, en la mayoría de los medios de comunicación, se presenta el problema somalí como un asunto de piratería que afecta el comercio del Golfo de Adén, es decir: el paso de barcos mercantes y turísticos; sin embargo, no se menciona a los barcos europeos de pesca que se roban el atún somalí.
En el caso de Mali, es relevante que los tuareg lograron avanzar en la reivindicación de autodeterminación que han reclamado desde antes de la creación del Estado de Mali, pero el colonizador francés nunca los tuvo en cuenta. Luego de varias revueltas armadas y procesos de paz traicionados por el gobierno de Mali, lograron controlar parte del territorio para alegría de su pueblo. Pero, ni el colonizador francés en el pasado, ni los anteriores gobiernos malienses, midieron los resultados finales de su abandono a las minorías: crear un espacio para Al-Qaeda.
La torpeza de no entender a tiempo las señales tempranas del daño que le representaría a la sociedad afgana la llegada al poder de los talibán, y la incapacidad para entender que las Cortes Islámicas sí eran una oportunidad política válida para reconstruir Somalia, han cobrado su precio. Un ejemplo de que las Cortes no eran una amenaza es que varios de sus antiguos dirigentes son parte del gobierno de transición y hasta el actual presidente somalí era un antiguo líder de las Cortes.
Lo que Al-Qaeda no ha podido hacer en otros contextos para consolidar un territorio, estaría a punto de conseguirlo en Mali. No lo ha logrado en toda Somalia, de hecho los miembros de Al-Qaeda en Somalia, Al-Shabab, han perdido el control de varias ciudades; en Yemen ha perdido hombres y espacios; y en las revueltas árabes no ha ganado adeptos. En otras regiones, Al-Qaeda ha sido rechazada (en algunos casos incluso por las armas), como en los casos de Palestina, Líbano, Irak, Siria, Etiopía, y Darfur.
Así, la guerra contra el terror no hace sino sumar fracasos precisamente por errores como creer que todas las violencias políticas son iguales, que la solución a la violencia política viene siempre de acciones militares, y que las sociedades no necesitan sino seguridad para ser felices.
/ Víctor de Currea-Lugo, PhD
Profesor Universidad Javeriana @DeCurreaLugo