De la Para-política a la Farc-política hay mucho trecho

Foto: archivo CNAI

La discusión sobre las alianzas que establecieron diferentes estructuras políticas con grupos armados ilegales y agentes criminales ha girado en los últimos meses en la contraposición entre para-política y Farc– política. Algunos congresistas del Partido Conservador, de la U, y Cambio Radical, argumentan que mientras los procesos contra la para-política avanzan, los de la FARC-política no. Los datos son contundentes: en total se han presentado más de 100 procesos contra congresistas y excongresistas, con un poco más de 30 condenas por relaciones con grupos paramilitares, mientras que la mayoría de los casos abiertos por relaciones con las Farc han precluido.

¿Se trata de un complot de la justicia, como lo han expuestos sectores uribistas, de una debilidad en la investigación, o es que sencillamente para-política y Farc-política son fenómenos diferentes? En lo que sigue intentaremos responder estas preguntas.

En términos generales estos dos fenómenos podrían ser considerados similares, es decir, se trata de la captura de la representación política por parte de grupos armados ilegales o la utilización de estos grupos armados ilegales como capital político y armado por parte de una estructura política o un político. Sin embargo, al determinar los mecanismos de interferencia política de guerrillas y paramilitares, así como las capacidades de estos grupos para modificar el mapa político de una región, y sobre todo al determinar sus objetivos, se encuentra profundas diferencias entre ambos fenómenos.

Primera diferencia: el capital social

Una de las principales diferencias se refiere al capital social de ambos grupos armados. Los grupos paramilitares y de autodefensa tuvieron tres orígenes: por un lado, durante buena parte de la década de los 70 y 80 en Colombia fue legal crear grupos de autodefensa, que fueron entrenados principalmente por el Ejército. Patrulleros o vigilancia privada se reprodujeron en buena parte del territorio nacional y surgieron guetos territoriales como en el Magdalena Medio. Allí mismo se dio el método más conocido de captura del Estado y cooptación, a partir de ACDEGAM, del que surgió el tránsito de autodefensas a paramilitares.

El segundo origen de los grupos paramilitares, fue la llegada del narcotráfico al fortalecimiento de estos grupos de autodefensa o la creación de organizaciones armadas privadas. Básicamente algunos narcotraficantes, ante acciones de secuestro por parte de estructuras guerrilleras, así como la intención de expandir zonas de cultivos de uso ilícito en el oriente del país, optaron por la formación de estructuras como el MAS o muerte a Secuestradores, lo que permitió el fortalecimiento de estas estructuras que parecían guardias pretorianas o ejércitos privados.

Entre mediados de la década de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado se da un tercer impulso importante a los grupos paramilitares. Ante la elección popular de alcaldes y gobernadores, gran parte de la clase política tradicional acudió a grupos privados de seguridad para que eliminaran a los competidores emergentes de izquierda o derecha. Tal vez lo sucedido con la UP es el mejor ejemplo.

Así el paramilitarismo para mediados de los 90, cuando comenzó su segunda gran expansión, contaba con el apoyo de sectores de las Fuerzas Militares, élites locales y regionales económicas, como los ganaderos, élites emergentes, o nuevos ricos, como narcotraficantes, y sectores de la clase política tradicional. Es decir, con tal capital social, eran de esperarse fenómenos como la para-política.

Por otro lado, las Farc tenían un capital social bastante diferente. Su apoyo lo componen campesinos marginados, colonos cocaleros, y si bien durante sus primeros años contaron con el respaldo de sectores del Partido Comunista, esta relación desapareció para principios de la década de los 90. Además este partido siempre fue una organización política marginal. Por ejemplo, en el Cauca, a pesar de la presencia por más de 40 años de las Farc, este grupos guerrillero no ha logrado cambiar significativamente el mapa político del departamento. Los senadores son reconocidos caciques políticos y latifundistas, como Jesús Ignacio García, Aurelio Irragorri, y José Darío Salazar, todos ellos reconocidos uribistas. Situación similar, se puede decir del Catatumbo, o de Nariño y en general, solo se podrían encontrar excepciones en Arauca.

Segunda diferencia: los propósitos

Un segundo factor que marca diferencia entre estos fenómenos es el propósito político de estos grupos armados ilegales. Por un lado, los grupos guerrilleros tienen como objetivo la destrucción del Estado y por ende la instauración de un nuevo régimen político, mientras que los grupos paramilitares intentan mantener el estatus quo; no lo destruyen sino que aspiran a controlarlo o cogobernar. Así por ejemplo, mientras las Farc y el Eln atacan e intentan destruir el aparato militar del Estado, es decir competir por el monopolio de la fuerza, el paramilitarismo intenta complementar este monopolio estatal. La operatividad de la Fuerza Pública contra el paramilitarismo fue mínima comparada con aquella que realizó contra las guerrillas.

Tercera diferencia: la naturaleza de los grupos armados  

Lo anterior se suma a un tercer factor que marca diferencia; la naturaleza de los grupos armados ilegales. Mientras las guerrillas son actores contra-estatales, los paramilitares son pro estatales. De tal forma, que esta naturaleza, marca la forma como los actores armados perciben la institucionalidad y los funcionarios públicos. Así, mientras el paramilitarismo intentó cooptar a funcionarios públicos, apoyar candidaturas electorales, por medio de la financiación o el proselitismo armado, las FARC impiden las elecciones, y esperan los resultados para que, sin importar quien gané, el nuevo alcalde les rinda cuentas.

Cuarta diferencia: la movilidad

Un último factor, es la estabilidad territorial de los grupos armados ilegales, ya que el paramilitarismo logró tener una estabilidad territorial importante en cabeceras urbanas y grandes centros poblados, Jorge 40 despachaba desde Valledupar, o cerca al Batallón de la Popa. Mancuso desde Montería, Don Berna desde Medellín y el área metropolitana. Por su parte las guerrillas, son grupos móviles, mucho más rurales que urbanos, de tal forma que su capacidad para influir en el mapa político es bastante bajo comparada con lo que fue la hegemonía paramilitar.

Las Farc lograron influir en alcaldías y concejos, pero en gobernaciones y Congreso su influencia fue mínima. Por ejemplo, Wilson Borja, quien fue representante a la Cámara por Bogotá, fue acusado de Farc-política aunque nunca hubo pruebas de proselitismo armado por parte de las Farc y que de hecho sería ridículo manifestar que ese grupo pudiera influir en las elecciones de la capital. Igual situación sucede con senadores como Jorge Robledo o Piedad Córdoba, quienes lograron su votación en grandes ciudades, donde las Farc no tienen presencia, ni control, ni siquiera participación en economías ilegales.

Estas diferencias demuestran que si los procesos contra los para-políticos avanzan, mientras los de la Farc-política no lo hacen, no se debe a un sesgo de la justicia, sino a que no son comparables.

/ Por Ariel Ávila