El expresidente Álvaro Uribe Vélez tiene razón: su sucesor es un traidor a sus ideas, a su talante, al tipo de país que tiene en la cabeza, a los intereses con los que mas se identifica, así Santos, en dos años de gobierno, se caracterice más por anuncios que por procesos consolidados.
Juan Manuel Santos fue elegido contando con el capital político y el prestigio de Uribe, la imagen de un gobernante decidido a derrotar a la guerrilla, estar de madrugada al anochecer, dando la imagen de un hombre trabajador, pendiente de los detalles, regañando a ministros, descalificando opositores. Uribe consolidó una opinión enorme de buen gobernante, así los hechos, las cifras, la corrupción, los crímenes cometidos por funcionarios del más alto nivel y las serias dudas sobre su desempeño por fuera de la legalidad, como lo evidencian las docenas de escándalos, comprobados y judicializados, den otro referente para tener otro tipo de valoración sobre la calidad de sus ocho años de Gobierno.
¿Cómo han sido las relaciones del presidente Santos con el expresidente Uribe en estos dos años? ¿Por qué se siente ‘traicionado’ Uribe en su legado? Segunda entrega del balance de los dos años de gobierno de la administración Santos.
Juan Manuel Santos llegó a la Presidencia con el mensaje y la imagen de que era su continuador, pero este Santos – a diferencia de su primo Francisco- es un hombre con ideas y convicciones propias, que representa otros intereses, no los del latifundismo rural, ni los de la parapolítica, que se expresa como alianzas entre viejos y nuevos poderes -el viejo poder de los emergentes del narcotráfico que hoy están plenamente establecidos en territorios, economía y sociedad-. Santos viene de la cuna de los empresarios modernos, que quieren una Colombia haciendo grandes negocios con el mundo y sacudirse del estigma de narco-democracia que se acentuó en los ocho años del gobierno Uribe, que valoran que buena parte del campo latifundista y ganadero no solamente es violento e ilegal, sino tremendamente ineficiente e improductivo; ese es el campo que el expresidente Uribe defiende y del que es parte, y que el presidente Santos quiere reformar, sin fórmulas expropiatorias, pero sí de modernización: lo han dicho con todas las letras y el mayúsculas, la ganadería que ocupa 44 millones de hectáreas y tiene 22 millones de cabezas, se puede hacer en la mitad de este territorio y aumentando el numero de cabezas. Este es un tema de fondo que enfrenta a Uribe con Santos.
La decepción de Uribe fue temprana: sin aún posesionarse Santos, ya se evidenció el sentimiento de traición que empezó a crecer en sus entrañas, cuando fueron nombrados como Ministros Germán Vargas Lleras y Juan Camilo Restrepo, quienes habían sido sus más duros críticos de su gestión. La desilusión fue creciendo cuando en su discurso de posesión, Santos manifestó su interés de cerrar el inexistente conflicto armado mediante un proceso de concertación serio y creíble para el país. Pero el distanciamiento se profundizó y aceleró en el tercer día de su gobierno, cuando fumó la pipa de la paz con el presidente Hugo Chávez, el archienemigo de Uribe, por cuyas agrias disputas se escucharon rumores de guerra en varios momentos.
Día a día, el ex presidente Uribe, en sus trinos sistemáticos, empezó a mostrar un tono de preocupación sobre las actuaciones de quien esperaba lealtad y continuidad de su obra, pero era claro que Santos estaba en pleno ejercicio de su gobierno, con sus propias ideas e intereses y, poco a poco, fue desplegando las iniciativas que irían consolidando la brecha entre los dos: el reconocimiento del conflicto armado, lo cual alivió a las Fuerzas Armadas; la iniciativa de liderar una ley de victimas, que Uribe hundió; el discurso de restitución de tierras y sus desplazamientos a varias regiones del país, Urabá, Montes de María, Meta, entre otras, para reunirse con campesinos y animarlos a reclamar los predios robadas; restablecer una relación respetuosa y de dialogo con la Corte Suprema de Justicia, agredida durante el gobierno Uribe; destapar procesos de corrupción que comprometían a funcionarios de la anterior gestión. En fin, son varios los hechos en los cuales Santos muestra independencia y autonomía para desarrollar su propia agenda, alejada de las continuidades de quien fuera su mentor de coyuntura.
A pesar de que los trinos y las declaraciones públicas de Uribe fueron subiendo de tono, Santos se mantuvo en lo que denominó su mantra “No discutir con el expresidente Uribe” y fue fiel a esta decisión hasta cierto momento, pues Uribe llevó la situación a tal punto de pugnacidad que Santos rompió su promesa y entró al debate caracterizándolo como “una persona del pasado”, con lo cual se equivocó. Si hay alguien vigente y activo en la política colombiana es Álvaro Uribe Vélez.
Santos y Uribe claramente representan dos ideas de país, son expresiones de poderes que han convivido en los últimos cuarenta años, pero que ahora se enfrentan: uno quiere la continuidad de un orden y una forma de ejercicio del poder y el otro quiere cerrar el conflicto armado, sin descartar una concertación con las guerrillas, reformar el campo, aplicarse a unas dinámicas de legalidad y sancionar la corrupción y el crimen. Si bien Santos es más anuncios que realidades, las contradicciones en las alturas del poder, son reales y de fondo. Ya se verá en estos dos años que vienen cómo se desenvuelven.
/ Luis Eduardo Celis