Petro y su problema con las drogas

/ Por Kyle Johnson* Gustavo Petro es un político que polariza: muchas veces por su historia, pero algunas veces por sus ideas. En una entrevista con El Tiempo volvió a hacerlo, esta vez con una propuesta que se podría describir como europea en cuanto a qué hacer con los adictos de la droga.

La propuesta que desató tanta polémica fue la de establecer en Bogotá “casas de consumo” de droga para adictos, manejadas por el Estado, en las que les den a los adictos sus dosis para controlar los problemas relacionados con su consumo. Para su funcionamiento se requiere la autorización del presidente Juan Manuel Santos. La propuesta generó diversas reacciones: desde que era inconstitucional hasta la ironía de que Petro “se la había fumado verde”, pasando por la idea de que el Estado iba a regalar drogas ilegales a la gente para que fuera a pasarla intoxicada.

Pero la propuesta de Petro no es nada nueva, y se puede argumentar que hace parte de un plan no oficial del Alcalde de buscar los éxitos de Europa y traerlos a Colombia – como el Metro de Paris, del cual dijo que era perfecto de Bogotá por ejemplo – y no es imposible que funcione en Colombia, pero hay mucho por aclarar, porque problemática sí es. Hay que tener en cuenta el diseño de los diferentes sistemas en los distintos países del mundo que hace que funcione; el tema de la ilegalidad que el Estado tendrá que abordarse; y sus posibilidades de funcionamiento en el largo plazo.

Programas semejantes en otros países no existen en un vacío de la política, hacen parte de programas más amplios de rehabilitación dirigidos a los adictos. En Estados Unidos, por ejemplo, existen clínicas donde personas registradas dentro de un programa de rehabilitación pueden ir a recibir una heroína sintética de manera controlada con el fin de hacerles menos adictos a la droga. Cada vez que el adicto va, recibe una dosis cada vez menos fuerte para que el proceso de “desadicción” sea más suave para su salud. Lo clave es el fuerte registro de personas y la coordinación entre la clínica y el programa de rehabilitación para asegurar el éxito de la persona.

En Holanda, las “casas de consumo” son hasta móviles, pero igual, son sólo una pieza en un enfoque mucho más integral, las cuales han sido exitosas en términos de número de adictos y consumidores. En este país las exigencias para entrar en los programas más básicos de rehabilitación son pocas, para que una mayor cantidad de personas ingrese a ellos, pero, para progresar, los adictos tienen que hacerse parte de otros programas más exigentes. Esa es clave del éxito holandés. Las clínicas de metadona son el primer paso de muchos otros que se dan posteriormente. Por ello, “las casas de consumo” propuestas por Petro tendrán que ir de la mano con otros programas más fuertes, de lo contrario, el éxito sólo sería marginal.

La propuesta de Petro no es nada nueva. Programas semejantes en otros países no existen en un vacío de la política, hacen parte de estrategias más amplias de rehabilitación dirigidas a los adictos. ¿Qué consecuencias puede traer?

El otro tema que hay que abordar desde el Estado es el de la ilegalidad. Las “casas de consumo” en otros países en su casi totalidad son de metadona, una forma sintética de la heroína. Como los Estados no pueden administrarles a los drogadictos sustancias ilegales, tienen que buscar algo semejante a la droga sin que lo sea, lo cual es supremamente difícil para el caso bogotano porque las dos drogas más consumidas en la capital son la cocaína y el bazuco – el segundo no tiene forma sintética y la primera tampoco, aunque autoridades en países como Inglaterra y Estados Unidos consideran que las sales de baño, que son legales y deben ser usadas solamente para bañarse, cuando consumidas actúan como un tipo de éxtasis a pesar de que los consumidores las ven como un sustituto de la cocaína.

El reto grande es resolver ese problema de la falta de sustitutos legales, aunque argumentar que se puede administrar cantidades pequeñas de cocaína bajo el rubro de la dosis personal podría ser una opción para la Alcaldía, dependiendo de su legalidad.

El otro tema a tener en cuenta es la ilegalidad. Los mercados negros tan grandes como los de Bogotá no existen en las mismas dimensiones en las ciudades europeas que han tenido éxitos con ese tipo de programas. Pero, de hecho, no deben preocupar tanto. Si el consumo se supervisa dentro de la clínica donde se administra la droga, hay poca probabilidad que el consumidor la saque para venderla en ese mercado negro; no obstante, no es cien por ciento seguro, lo cual implica que la seguridad en las “casas” tendrá que ser rigurosa, pero no tanto como para que intimide a los adictos y eviten que acuda a ese tipo de servicios de rehabilitación.

Finalmente, las “casas de consumo” deben funcionar a largo plazo para un mayor bienestar de los adictos que acudan a ellas. Una salida rápida de un adicto sin lograr sus objetivos puede ser abrumadora e, incluso, poner en riesgo su vida; es muy probable que consuma drogas no controladas sin saber qué tan fuerte son, lo cual sería fatal si el cuerpo se ha acostumbrado a dosis menos fuertes. Además, todo el progreso que se haya logrado – si se logra – en términos de los afectos sobre la sociedad se perderá.

Por ahora, el próximo paso es conseguir la autorización del Presidente de la República, lo cual está por definir. Si se obtiene, la pregunta será: ¿cómo se puede legalmente distribuir drogas ilegales o cuáles sustitutos se podrían utilizar? Si la primera “casa de consumo” propuesta para la calle Bronx está lista en un mes como se ha dicho, pronto habrá que hacer un diagnóstico fuerte, objetivo y crítico de los éxitos y fracasos de esa “casa” para poder asegurar algún tipo de éxito en el largo plazo, teniendo en cuenta que la solución de pronto no será cerrarla sino complementarla, fortalecerla y mejorarla.

* Kyle Johnson es politólogo de la University of Connecticut, Magister de la Universidad de los Andes e investigador de la Corporación Nuevo Arco Iris.

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