A veces la niebla es tan densa que no permite ver el camino. La densidad de los choques armados en Colombia vuelve casi imposible descubrir un gesto de racionalidad que por momentos ocurre en medio de una pausa y cuando todavía el apagallamas del fusil está al rojo vivo. A pesar de las recientes autocríticas hechas por varios periodistas por la manera espantosa como cubrieron los diálogos del Caguán, continúa la tendencia de enfatizar y exponer ante el público sólo las miserias de los combatientes.
No todo es niebla en el teatro de la guerra. En contadas ocasiones – quisiera que fueran más – tanto las Fuerzas Armadas como los rebeldes dan muestras de sensatez y respetan el honor de su adversario cuando le dispensan un trato razonable. Sin necesidad de acuerdos y solamente acatando su propia legalidad, las partes pueden conseguir regular el conflicto mientras se llega a la conclusión del mismo por la ruta del diálogo.
Hace pocos días los enfermeros de combate del ejército brindaron asistencia a dos guerrilleros del Frente 34 de las FARC que resultaron heridos durante una operación registrada en el Medio Atrato. Lo mismo sucedió con un integrante del ELN lesionado durante una acción militar en el Sur de Bolívar. Estos gestos no pueden pasar desapercibidos para la guerrilla pues todo parece indicar que cada vez son más los oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas que parecen dispuestos a combatir sin saltarse la legislación nacional e internacional que regula los conflictos de carácter interno.
Durante los ochenta recorrí y conocí a pie el enrevesado relieve del occidente del Cauca. Los cerros de Munchique y Santana – sobre la Cordillera Occidental – los veíamos como lugares defensivamente inexpugnables por su configuración topográfica y el dispositivo de aseguramiento que, en aquel entonces, conservaba el ejército. En enero pasado una unidad de las FARC asaltó al contingente policial encargado de proteger la infraestructura de comunicaciones instalada en el cerro de Santana. Durante el ataque la guerrilla capturó al patrullero Harrison Giraldo quien se encontraba disgregado y herido en un pie. Tres días después Giraldo fue entregado con vida a una comisión del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) cerca de La Romelia, un pequeño caserío de labriegos pobres que, recuerdo bastante bien, sobrevivían con la venta de lulo y algún empleo que les ofrecía una multinacional que explotaba madera en la región.
Los guerrilleros me trataron bien – dijo el joven policía en su primera declaración a los periodistas y agregó -: me limpiaron las heridas y me dieron alimentación a pesar de todo lo que pasó en el combate.
Luego de escuchar tantas voces sobre el trato a los soldados y policías capturados en combate por la guerrilla, las palabras de este chico suenan como una impronta de esperanza que viene de la nueva jefatura de las FARC.
Cuando las Fuerzas Armadas y la guerrilla muestran su dimensión humana a través de estos pequeños gestos, se puede pensar que no todo está perdido para el país y que una nueva oportunidad para terminar de una vez por todas con la guerra, no se puede soslayar. Tanto los integrantes de las Fuerzas Armadas como los de la guerrilla pertenecen a un mismo nivel de civilización y es falsa la dicotomía que pretende mostrar a unos como humanos y a otros no.
/ Yezid Arteta Dávila