/ Por Hernando Castro Prieto*. En la última década de nuestra historia, el país ha empezado a implementar mecanismos de justicia transicional con el ánimo de resolver los estragos de la guerra y reparar a las víctimas. La justicia transicional adquiere su denominación por cuanto refiere a los arquetipos normativos que se establecen cuando un estado o nación se encuentra ante una situación de transición de un conflicto o dictadura, a la paz y la democracia.
Sudáfrica, Ruanda y Centro América, con sus tribunales y comisiones de la verdad, son los más conocidos ejemplos en Colombia. Del mismo modo, la discusión en torno a los elementos esenciales que convencionalmente han venido configurando la justicia transicional en el escenario de la comunidad internacional, como lo son la verdad, la justicia y la reparación, se han convertido en elementos esenciales del debate en torno a la paz y la superación del conflicto armado en Colombia.
La gran limitación que ha encontrado en el país la implementación de mecanismos de justicia transicional, como bien señalan sensatos académicos de la talla de Rodrigo Uprinmy, es el hecho de que Colombia no vive una situación de transición del conflicto a la paz. Por tal motivo, las instituciones de justicia transicional implementadas en el país difícilmente pueden cumplir su función esencial de recomponer el tejido social y reparar integralmente a las víctimas, en tanto que, las agresiones, las violaciones a los derechos humanos, la victimización y los daños continúan y se acentúan con el recrudecimiento del conflicto.
Hoy las FARC y el Gobierno se sientan a la mesa y nos llenan de esperanza en torno a la configuración de una verdadera situación de transición del conflicto hacia una “paz estable y duradera”. Sin embargo, en sus primeros encuentros y en particular en el de Oslo, ninguna de las partes se mostró arrepentida o pidió perdón a las víctimas del conflicto, lo que manifiesta que ninguna de ellas se ha hecho por ahora consciente del daño que le han causado a la humanidad y a los colombianos y, de su culpabilidad en ello.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos aún investiga crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Estado colombiano, como el caso infame de un campesino que en Remedios, Antioquia, fue amarrado por el ejército con alambre de púas a un helicóptero y así izado, fue paseado por las veredas de éste municipio. Del mismo modo, el país aún recuerda la “acción revolucionaria” de las FARC de impactar con cilindros bomba una iglesia llena de civiles, de mujeres y de niños en Bojayá, Chocó. Pero no, las partes en la mesa parecieran creer que eso es lo de menos en el conflicto y, por el contrario, esperan que los colombianos les tratemos como héroes.
En los primeros encuentros entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc ninguna de las partes se mostró arrepentida o pidió perdón a las víctimas del conflicto, lo que manifiesta que ninguna de ellas se ha hecho por ahora consciente del daño que le han causado a la humanidad y a los colombianos.
Cuando uno tiene la posibilidad de acercarse a las víctimas, por lo general no se percibe en éstas un anhelo mezquino de venganza, ni sentimientos de odio. Uno no ve en personas como Fernando Pardo o Nohra Puyana el anhelo de vengar a sus padres, ni en Marisol Garzón o Enrique Gómez el de vengar a sus hermanos, sin embargo, la mezquindad fundamentalistas de unos pocos se abroga el “derecho” de vengar los muertos de izquierda y de derecha, de convertirlos en justificación para a la larga, producir más males que los que pretenden vengar.
La verdad, es que hoy las maquinarias de guerra no producen nada distinto a más males que los que pretendían solucionar, produciendo cada vez más y más víctimas, y esto, sin embargo de que se pretendan voceros de víctimas que no los han delegado para hablar por ellos. La crisis humanitaria generada por la guerra ha acorralado a más de cuatro millones de personas a los principales centros urbanos del país, las victimas no son solo de las FARC y del Gobierno, también lo son del ELN y los paramilitares y, el pretender generar mecanismos de reparación distintos por cada actor y desprendidos de procesos de negociación inconexos no generará otra cosa que estratificar a las víctimas, ya que si soy víctima de un actor fuerte militarmente como las FARC seguro me atiendan mejor y me atiendan primero, mientras que si lo soy de uno débil militarmente como el ELN tal vez me reparen de menor manera y poniéndome de últimas en la cola. Los criterios de la reparación para las víctimas no pueden desprenderse de lo que consigan sus victimarios en la meza, esto es a todas luces absurdo e injusto.
Para llegar a una paz estable y duradera como la que señalan las FARC y el Gobierno en su comunicado conjunto, se requiere de un cese al fuego y a las hostilidades no sólo de las partes sentadas en la mesa, sino de todos los actores involucrados en el conflicto, este verdadero cese al conflicto armado, es la antesala sine qua non, para poder construir, como se debe, la verdadera paz estable y duradera que el país necesita y merece. Sólo a partir de este cese del conflicto armado por parte de todos los actores nos encontraríamos ente una auténtica situación de transición, con base en la cual se hará indispensable la construcción de una verdadera justicia transicional que priorice la solución de los problemas de las víctimas sobre las demandas de los victimarios y, establezca mecanismos de reparación y recomposición del tejido social que no discrimen a las víctimas en razón de su victimario.
Porque en Colombia los héroes si existen, pero no están en el ejército, ni en la guerrilla, ni en el paramilitarismo, son los desplazados que milagrosamente mantienen viva a su familia con menos de un sueldo mínimo, son las víctimas que han domado al odio y no dan cabida a la mezquindad en sus corazones a pesar del sufrimiento injustificado que les han causado. En un segundo plano, son héroes también las personas que como Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Rodolfo Llinas y tantos otros más, que a pesar de las dificultades, hacen aportes invaluables a la humanidad. Porque un héroe es un ejemplo, y hoy, Colombia necesita más que nunca héroes de la paz y no de la guerra.
* Hernando Castro Prieto, abogado Investigador UNIJUS- GISDE, Universidad Nacional de Colombia