Desde China con amor (segunda parte)

Foto: tomada de pulso.cl

/ Por Sylviane Bourgeteau*. En el puerto de Nápoles, Italia, están cargando un contenedor. Las puertas se abren y comienzan a caer cadáveres de chinos, con sus nombres escritos en tarjetas atadas a un cordón alrededor de sus cuellos. En menos de quince minutos, decenas de personas que parecen surgidas de la nada vuelven a cargar los cuerpos en el contenedor y la actividad portuaria continúa como si nada.

Se trata de emigrantes chinos, quienes, al morir, dejan sus documentos (con visa incluida) para otros emigrantes chinos, convirtiéndose de esta manera en sujetos que nunca mueren. A cambio, la mafia transporta sus cuerpos de  vuelta a China, donde reposarán sus restos.

Esta escena escalofriante inicia el libro Gomorra, escrito por el periodista italiano Roberto Saviano y publicado en el 2006, pero desapareció en la versión cinematográfica pese a que ésta muestra algo de la actividad de falsificación textil de los chinos en Nápoles.

Y aunque el tema central de este libro es la Camorra, mafia italiana que reina sobre Nápoles y toda la región de Campania, la que, según el autor, representa la vanguardia de la economía mondializada llevada a sus mas extremas consecuencias, narra también sus relaciones con China y el papel del puerto de Nápoles, la importancia de la industria textil en Italia y, mas allá, el trafico de armas, de drogas, las actividades de la construcción y de finca raíz, entre otras.

Muchos pensarán que esto ocurre en Italia, en Europa, del otro lado del “charco” y no tiene nada que ver con América latina. Entonces, les recordaré lo que pasó en Perú el 2 de agosto de este año. La empresaria textil peruana Jeny Mendoza Palacios fue encontrada asesinada en el kilómetro 80 de la vía Panamericana Sur con cuatro tiros en la cara (dos en la boca) poco después de haber denunciado por estafa y defraudación a una exportadora china, quien se jactaba de ser novia de un miembro de la tríada del Dragón Rojo en Perú.

Origen de la trilogía

Las triadas chinas se remontan al siglo XVII. Surgieron durante la resistencia de los súbditos de la dinastía Ming a los invasores mongoles que instauraron la dinastía Manchú. Eran sociedades secretas con rigurosas normas y códigos que se identificaban con un triángulo, símbolo de la trinidad formada por el Cielo, la Tierra y el Hombre. Sus fundadores fueron los monjes del monasterio de Shaolin, donde el Kung-fu fue inventado y enseñado.

A principio del siglo XX, al caer los emporios y al nacer el Partido Nacional Kuomintang (KMT) de Chiang Kai-Shek y de la naciente República, ya había cerca de 35 millones de chinos que pertenecían a alguna secta secreta, incluidos muchos de los nuevos gobernantes. Desde el principio, las tríadas ocuparon posiciones clave dentro de la nueva República. En 1949, cuando Mao Tse Tung tomó el poder, huyeron principalmente hacia Taiwán y Formosa, pero también a Hong-Kong, Macao y otros puertos cercanos.

Hoy en día, las triadas se transformaron en potentísimas organizaciones criminales que están presentes y actúan en todo el planeta. Aprovechan la diáspora china, compuesta de unos 60 millones de personas, la más importante del mundo. De esta cifra, se estima que alrededor de 250 mil son miembros activos de las triadas y la gran mayoría de los inmigrantes chinos viven y trabajan bajo su “protección”, dado que casi todos inmigraron utilizando las redes de tráfico de personas montadas por las triadas.

Cuando China se volvió a abrir al mundo

Como la expansión china en el mundo y la de las triadas está íntimamente ligada, cabe sobrevolar primero en qué y cómo las redes comerciales y financieras de China se extendieron por todo el planeta.

Desde la revolución comunista y después de dos décadas de relaciones internacionales y comerciales casi inexistentes, China se volvió a abrir al comercio mundial hacia el final de los años setenta, con las reformas emprendidas por el gobierno comunista de Deng Xiaoping como la reconstrucción industrial, el impulso a la creación de grupos económicos, considerándolos como los medios más apropiados para enfrentar la competencia de las grandes firmas internacionales, tanto en el mercado interno como en el mundial.

Es así que China ha llegado hoy día a su tercera década sin  recesión, con un crecimiento del PIB del 10% por año desde hace 20 años, un desempleo que retrocede y reservas de cambio que sobrepasan los 3.000 millardos de dólares. Este país, que lleva tiempo rescatando la deuda norteamericana, estima que hoy día le sobran los dólares en efectivo y, por lo tanto, cambiaron su estrategia de inversiones alrededor de dos ejes: primero salirse del dólar y tomar la deuda en euro si es necesario, como acaban de proponerlo a Italia; después, se orientan hacia los activos tangibles (materias primas y stocks, mobiliario, maquinarias y terrenos, entre otros); y luego, adquieren propiedades o acciones de sociedades. De este modo, las empresas chinas se apoderan de sus rivales occidentales.

Compra de materias primas de todo tipo, construcción de grandes obras de infraestructura y sociedades funcionales a sus intereses económicos son algunas de las estratégicas del gigante de Asia para acaparar poder.

Hasta hace seis años, la tendencia era la instalación de empresas europeas en China, tendencia hoy invertida dado que el país asiático eligió, estratégicamente, adquirir las compañías europeas, adueñándose de sus infraestructuras esenciales y accediendo a tecnologías de punta. Un ejemplo que preocupa en Francia: este año, la ciudad de Chateauroux firmó con China (no se ha filtrado el nombre del real comprador) la venta de una antigua base militar de la Otan de 13 hectáreas que incluye una pista de aterrizaje de 3.500 metros. Ahí se establecerán entre 30 y 50 empresas chinas (tampoco se sabe el numero con exactitud) que instalarán cadenas de montaje de piezas fabricadas en China que llegarán directamente por aviones cargo. Pese a que se acordó que 80% del personal será francés (una ganga en una región con alta taza de desempleo), lo que se supone es que de esta forma las empresas chinas podrán colocarles legalmente al producto final el sello de exportación “Made in France”. Esto justo cuando va creciendo la inconformidad hasta el rechazo francés y europeo hacia los productos chinos por su pésima y, hay veces, peligrosa calidad.

En cuanto a sus empresas de transporte, compran o administran puertos como el de Nápoles (concesión por 50 años), Barcelona (concesión por 30 años), El Pireo, en Atenas, (concesión por 35 años), Balboa y Cristóbal (Panamá, concesión por 25 años); así como numerosos aeropuertos (China compro 10% del aeropuerto ingles de Heathrow). Esta lista es una pequeña muestra y está lejos de ser exhaustiva. Desde el año 2000, las inversiones chinas en el extranjero se duplicaron por veinte.

Esta misma estrategia se está aplicando en África y en América Latina, cuyos países en desarrollo están muy necesitados de nuevas infraestructuras para poder competir en el mercado mundial.  Ahí China construye o aporta a la construcción de puertos marítimos, aeropuertos, autopistas y ferrocarriles. En contraparte, su exigencia siempre es de tener acceso a sus mercados y a sus materias primas.

Y esta estrategia no es solo el reflejo del dinamismo comercial de las empresas, como es el caso en la mayoría de los países donde rige la iniciativa privada, sino que China tiene la particularidad que detrás de toda compra de una sociedad, hasta la compra aparentemente más banal, se adivina la mano tentacular del Estado. Las estructuras de gestión de empresas chinas tienen la característica de no ser muy transparentes; a menudo se critica que existe una pirámide de mando oculto, en particular la del poder del Partido Comunista, que dispondría de un comité en cada empresa importante.

Ahora cabe preguntarse: ¿cuál fue el canje de Colombia con China para que -entre otros-  empresas de ese país construyeran el nuevo terminal portuario de Buenaventura? Recuérdense que la nueva fase de su estrategia se llama ¡activos tangibles!

Colombia, El Dorado de los chinos en materias primas

China se autoabastece por más del 80% en sus necesidades energéticas. Esta cifra dejaría pensar que esta nación no es dependiente del resto del mundo en cuanto a su consumo en materias primas. Sin embargo, para alimentar su excepcional crecimiento (pese a que éste bajó su promedio de 10% a alrededor de 7% para este año) necesita acceder a energías, metales ferrosos, no ferrosos y preciosos, materias primas agrícolas, papeles de desecho y caucho, por nombrar algunos.

China importa de todo para poder sostener su industria y su demanda interna. Y para satisfacer sus necesidades en energía y producción de acero, abrió nuevos mercados para importar petróleo y, sobre todo, carbón, tanto térmico como metalúrgico.

Colombia posee las mayores reservas de carbón en Latinoamérica, reconocidas mundialmente por tener bajo contenido de cenizas y azufre, y ser alto en volátiles y en valor calorífico. Como Colombia es también el quinto exportador de carbón térmico del mundo y China el segundo importador mundial después de Japón, como novios predestinados, no tardaron en encontrarse.

Para ello, China encontró las puertas abiertas desde 2005, cuando el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez concibió a Colombia, en su plan Visión 2019, como  un  país  minero.

Gobiernos y empresarios acordaron que Colombia podría entregar grandes cantidades de esos minerales al gigante asiático a precios competitivos y de manera sostenida. Justamente este año, por el puerto de Buenaventura, la empresa colombiana Trenaco hizo la primera exportación de 42.200 toneladas de carbón metalúrgico colombiano con destino a China. Y como para exportar esos productos se requiere la construcción de un gigantesco oleoducto y una red ferroviaria, los chinos se mostraron dispuestos a ser “socios” (voluntariamente entre comillas) de Colombia y a financiar estas infraestructuras.

Pero mayor ganga encontró China con el “cambio en la continuidad” de la política minera colombiana, cuando el presidente Juan Manuel Santos lanzó en 2012 la repentina declaración de guerra “la minería ilegal: un cáncer que debemos extirpar”. Y enseguida se diabolizaron y se cerraron decenas de minas ilegales en los departamentos de Boyacá, Cundinamarca y los Santanderes. ¡Departamentos donde precisamente entre el 70% y 80% de la extracción de carbón proviene de la minería ilegal y donde a la vez se produce alrededor de 58% de la producción total de carbón metalúrgico… tan preciado por los “socios” chinos.

Entonces, a la luz de lo anterior, no tiene nada de extraño que el presidente Juan Manuel Santos haya ordenado a la Policía Nacional y a las Fuerzas Armadas convertir la minería ilegal en «un objetivo de alto valor», detrás de la cual, según él, se encuentran la guerrilla de las Farc y las llamadas bandas criminales emergentes. Pese a que en algo es cierto, así  también se sale con peteneras y le da legitimidad a su política.  A los “socios” hay que atenderlos como se debe…

Y para rematar la diabolización de la minería ilegal, ¡Santos hizo énfasis en una súbita preocupación por el daño ecológico que esta ocasiona! Me pregunto yo ingenuamente: ¿una actividad ilegal engendra un daño ecológico inaceptable, pero los daños ecológicos de una actividad -gubernamentalmente legalizada bajo concesión- de una multinacional como Anglo Gold Ashanti en La Colosa le suena mas aceptable?.

En cuanto a las multinacionales chinas, si de eso se trata, son mundialmente conocidas por no respetar las leyes internacionales medioambientales. «No debemos trabajar como chinos sino forzar a China a seguir nuestras reglas», titulaba recientemente el diario español La Vanguardia en una entrevista realizada a Arnaud Montebourg, ministro francés de la Reconstrucción Productiva. Las reglas a las cuales se refería son los derechos políticos,  laborales y las políticas medioambientales.

¡Pero quizá estoy pecando por malpensada, porque -hasta ahora- China importa el carbón, no lo extrae! Pero extrae otras cosas en Colombia…

Carbón y petróleo no son las únicas materias primas que interesan a la bulímica asiática. Tierras agrícolas, “tierras raras”, bosques, nacimientos de agua, lagos…. Desde Europa, pasando por África y América Latina, China trata de adueñárselas donde y como pueda. Y si tiene que vender legalmente o ilegalmente las armas de su fabricación para influir en la victoria de ciertos bandos en conflictos regionales apostando sobre los contratos que podrá o seguirá firmando a favor de sus importaciones de materias primas, no lo duda ni un instante. El ejemplo del Darfur, en Sudan, lo demuestra. Lo veremos en la próxima entrega.

* Sylviane Bourgeteau es periodista francesa

Ver primera entrega ‘Desde China con amor’