Para saber cómo es la soledad

Nadie se atreve a comprometerse con una opinión mesurada. Nadie se atreve a declarar en voz alta, que el fallo reciente del litigio entre Colombia y Nicaragua hay que cumplirlo. Los que si se comprometen, son los que se resisten a aceptarlo, a pesar de la razón que ordena el sentido común, que es la más eficiente regla de derecho.

Ni siquiera el gobierno colombiano, que con elusivas respuestas va  llevando a la opinión publica, poco a poco, a la conclusión dramática. Que va a estudiar el fallo;  que va a apelar;  que va a pedir aclaración; que Colombia se va  retirar del Pacto de Bogotá; que se puede retirar de la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia, que los ciudadanos de las islas opinen.

El fallo sobre la delimitación de zonas limítrofes que recientemente profirió la Corte internacional en La Haya, podrá ser un despojo para Colombia, no  cabe la menor duda, pero hay que cumplirlo. El derecho internacional público se basa sobre el principio imperativo de “pacta sunt servanda” que puede traducirse al español como que los pactos se deben cumplir.

Es una consecuencia, no de la falta de presteza de unos abogados, que  seguramente obraron con suma diligencia y cuidado como se los exigía su delicada misión. Lo que pasa es que hasta los mejores abogados pierden pleitos, y este era uno de tantos juicios en los que se puede ganar o perder, así se tenga la razón. Tampoco es una consecuencia de una declaración de la canciller Holguín, quien ya avizoraba el sentido del fallo, y con prudencia quiso hacerlo notar  a la ciudadanía de Colombia, en su momento.

Hoy ninguno de los que durante el transcurso del tiempo han sido responsables de la integridad de la soberanía nacional da la cara, ninguno asume la responsabilidad, entre otras cosas, por que ningún  político  va a  asumir responsabilidad en un asunto tan grave y costoso en términos de votos.

El único que presenta una opinión y muestra su cara es el ex presidente Uribe, pero no asume responsabilidad y propone el desacato al fallo de la corte internacional de La Haya.

Esa es una posición que consigue votos y suma adeptos de un sector de colombianos que le apuestan al conflicto y a la guerra.  Si bien en forma unánime los colombianos estamos  en desacuerdo con los lesivos efectos del fallo y lo rechazamos, no todos podemos estar de acuerdo en que se debe desacatar.

Hoy el ex presidente opina lo contrario al mensaje conciliador  que como Jefe del Estado Colombiano expresó ante la cumbre de Río, celebrada en Republica Dominicana en el año 2008.

Allí, en medio de la emoción que produjo entre los asistentes la superación en ese instante de el conflicto diplomático entre Venezuela Colombia y Ecuador, por la acertada mediación de algunos de los presidentes de los  países del Grupo de Río, y al ser increpado por el presidente de Nicaragua para obtener una distensión de una crisis diplomática con ruptura de relaciones con Colombia, que se vivía en ese momento, el presidente Uribe expresó, buscando y abrazando muy amistosamente al presidente Ortega:

“Esté tranquilo que conversamos usted y yo  y tenga toda  la seguridad que lo único que estamos haciendo  es esperando lo que defina la corte de La Haya y lo respetamos totalmente,…… esperemos tranquilamente que venga la sentencia de la corte……”

No fue un error. Fue una salida inteligente.  Esa era la respuesta que debió dar, como efectivamente lo hizo como director de diplomacia, enviando un mensaje de confianza, respaldo y acatamiento a los instrumentos de solución de conflictos  internacionales suscritos por Colombia.

Si bien en forma unánime los colombianos estamos  en desacuerdo con los lesivos efectos del fallo sobre San Andrés Islas,  y lo rechazamos, no todos podemos estar de acuerdo en que se debe desacatar.

Ahora su voz, y muchas otras proponen el desacato. Y claro que es posible, pero no sin hacer el ridículo a nivel internacional, donde por la observancia casi sumisa de las directrices de ciertas diplomacias de ciertos estados poderosos, Colombia se ha ganado un nivel de confianza tal que le ha permitido llegar  como estado a entidades tan decisivas como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y a colombianos a la cabeza de la OEA y del BID, para nombrar algunos casos.  La confianza de la comunidad internacional sobre Colombia es clara, y solo se ve enturbiada en el aspecto del respeto a los derechos humanos.

Ya perdió el país. Hay que cumplir pues a eso se expuso al suscribir   instrumentos internacionales de justicia  con una diplomacia endeble. No hay que esperar ninguna modificación sustancial de los recursos interpuestos, y el retiro del pacto de Bogotá, no exime al país de ejecutar  lo dictado por la Corte Internacional de Justicia, puesto que sigue el tratado, ya que esta es el instrumento de resolución de conflictos de la ONU, que permanece incólume.

La responsabilidad efectiva sobre este problema jurídico internacional la tiene que asumir directamente el Estado Colombiano, no por suscribir pactos y acuerdos, convenios y tratados internacionales sino por el vergonzoso centralismo del que adolece.

Nada más abandonado y olvidado  por el centro bogotano, que cualquiera de las fronteras. Entre mas alejado de Bogotá, mayor  la desidia y el desgreño por parte de la administración central. Basta mirar el Chocó, toda la frontera con Panamá,  la Guajira, toda la frontera con Brasil,  el Guainía,  Vaupés, Leticia y toda la frontera con Perú,  Tumaco y la frontera con ecuador,  y por su puesto,  San Andrés y Providencia, la  frontera mas remota,  para   evidenciar el grado máximo de abandono estatal. Las fronteras son el mayor cinturón de  pobreza y miseria de Colombia.

Al desacatar el fallo, pasando del derecho a los hechos, Colombia se expone a la perdida de confianza internacional, y también a un conflicto no solo con Nicaragua, sino también con Venezuela y Cuba, quienes necesariamente se alinearán al lado de esta. Por supuesto que detrás de estos estará toda la comunidad internacional, que no tendrá más salida que hacer prevalecer la dignidad del máximo órgano universal de justicia.

La soledad, la ausencia de estado y el abandono que viven los colombianos habitantes de las alejadas fronteras, “a todo lo ancho y a todo lo hondo, en el medio, en la periferia y en el sub – fondo” como diría el poeta, se sigue sintiendo en la desarticulación de zonas que alguna vez fueron fronteras de Colombia mucho mas alejadas que las que hoy  lamentamos su perdida en el fallo.

Por el centralismo y el abandono estatal se separó Panamá, se cedió un territorio quizás mayor al perdido en este fallo, que hoy es el norte del Perú, y se lamenta el diferendo limítrofe que ya ganó Venezuela y el que está consolidando Nicaragua.

Colombia por múltiples razones ha estado aislándose en el escenario latinoamericano. Es un bicho raro, mirado con cierta desconfianza por los gobiernos de países vecinos.  Ahora se le  ocurre desconocer el fallo, que ya es un hecho cumplido lo que expondría inmediatamente a Colombia a la soledad en el universo, a todas las sanciones internacionales posibles, a la perdida de la confianza internacional y finalmente al último recurso del derecho internacional que es la guerra.

/ Por Antonio J. García Fernández

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