/ Por Álvaro Delgado.* En los últimos años, y particularmente a partir de 2010, la opinión pública ha podido observar el inusitado despliegue de las más variadas movilizaciones del campesinado. ¿De qué se trata? ¿Quiénes son esos nuevos protagonistas de la lucha social?
Las primeras pesquisas adelantadas por el grupo de investigación “Tierras, organización social y territorio”, creado por el Centro de Memoria Histórica y a cuya cabeza está la socióloga Rocío Londoño, ofrecen información preliminar que puede contribuir a la comprensión de los cambios que vienen ocurriendo en la ubicación de la protesta social del país.
Se destacan, en su orden, organizaciones afro-campesinas, campesinas, indígenas, de mujeres y de derechos humanos, que funcionan principalmente en los departamentos de Chocó (28,7% del total), Valle del Cauca (14%) y Nariño (12,7%), seguidos de Cauca, Antioquia, Santander, Bolívar, Caquetá, Huila y Norte de Santander. Las formaciones de cubrimiento nacional –que operan las principales redes de solidaridad y comunicación, dentro y fuera del país– constituyen el 12% del total y están ubicadas en centros urbanos, bien sea por la facilidad de su acceso, la centralidad geográfica, las ventajas burocráticas o la búsqueda de la menor inseguridad posible para las personas que las representan.
“Se trata ante todo de organizaciones aparecidas después de los años 80 del siglo pasado, cuya misión se ha tornado más compleja: ahora no solamente luchan por el derecho a la tierra o por un trabajo digno, sino que a sus fundamentos, ejes centrales u objetivos añaden el derecho a la vida, al comercio justo, a la estabilidad ambiental y a la memoria, entre otras reivindicaciones”, afirma Leonardo Parra, en informe preliminar sobre la pesquisa.
La orientación política de ese vasto movimiento está en manos de sectores sociales y políticos independientes y se compone de víctimas directas de la confrontación armada, el despojo de tierras, el marginamiento social que impone el latifundio y la arremetida estratégica que últimamente ha emprendido el gran capital transnacional sobre los recursos naturales del campo. Las principales demandas de los núcleos familiares no son de carácter laboral o asistencial, sino que tienen que ver con la posesión de la tierra, la supervivencia de la familia campesina, el equilibrio del ecosistema y el goce de las libertades públicas.
Es un escenario donde tienen cabida los sindicatos, los núcleos progresistas, las iglesias, las organizaciones de solidaridad internacional, con la particularidad de que en esas labores se destaca el acompañamiento de núcleos de investigación social, grupos estudiantiles y culturales y órganos de prensa dedicados exclusivamente al tratamiento y difusión del movimiento social campesino. El resultado está a la vista: el movimiento social campesino del país ahora se orienta y trabaja en redes que traspasan los linderos nacionales.
Hay una afirmación que ilustra sobre la situación actual de las organizaciones campesinas colombianas: “No se puede negar que la Anuc y diferentes expresiones organizadas de los campesinos han sido derrotadas, como el gran movimiento de los campesinos. Pero a la vez han presentado continuidad en sus acciones bajo distintos repertorios reivindicativos. Hoy día los usuarios campesinos se han desdoblado en múltiples organizaciones locales de índole social, comunitaria, productiva y de medio ambiente. Se han insertado en nuevos espacios de diálogo, como las mesas agrarias, en las cuales se interactúa con la institucionalidad”.[1]
En referencia a los cambios producidos en el agro colombiano por mediación estatal a partir de los años 60, incluso el PNUD conceptúa que “si bien miles de campesinos en todo el territorio nacional pudieron tener tierra gracias a estas acciones, detrás de ello estaba la creación del campesinado colombiano como sujeto político y actor transformador del sector rural del país.[2]
La consideración del papel desempeñado por las organizaciones sociales del campo colombiano aparece de una a la otra punta del largo conflicto armado que ha soportado el país. Las formaciones del campo emergen, luchan y desaparecen para volver a surgir en el principio y en las etapas finales del drama. Sin ellas de por medio no podrían explicarse los acentos y los desmayos de la violencia y la guerra. “Para poder defendernos tenemos que organizarnos”, dicen hombres y mujeres del campo; para vencer y desaparecer a quienes se nos opongan es necesario ante todo destruir su organización, proclaman las fuerzas del despojo y la victimización del campesinado.
Las organizaciones sociales son importantes porque permiten conocer lo que pasa en la escena social, el sentido de la protesta y las razones del repudio de las políticas públicas asociadas a la violencia. La historia de las luchas sociales es la misma historia de las organizaciones.
/ Por Álvaro Delgado
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[1] Carlos Salgado y otro. Informe de Desarrollo Humano, Colombia, 2011. El campesinado. Reconocimiento para construir país. Bogotá: PNUD, 2012, 92.
[2] PNUD. Informe de Desarrollo Humano, 2011, p. 201.