Las tres “fallas de fábrica”
Los análisis hasta hoy publicados en el país o fuera de él, sobre el proceso electoral que se avecina, llevan tres errores de entrada, y esas ‘fallas de fábrica’ impiden a sus autores y públicos sostener una lectura adecuada de los nuevos tiempos, a la par que efectuar una interpretación concreta del momento concreto que vivimos en el Ecuador.
1. Por un lado, insisten en separar/aislar nuestra realidad, de la macro-realidad sudamericana, la que viene evidenciando no solamente la configuración de un ‘bloque de poder regional’ ya previsto desde el año 2004 hacia adelante; sino la consolidación orgánica de nuevos Estados en ciernes, que ya no son ni serán los estados nacionales neoliberales del ayer, trazando, entonces, más que enfoques de escenarios probables, secretos deseos de que el proyecto político iniciado en el 2006, y que representa Rafael Correa, sea derrotado a mediano plazo, e, inclusive, a corto plazo. Una vez más, los deseos no sirven como instrumento de análisis, y eso vale tanto para los articulistas de los medios privados de comunicación de la región, como para los analistas de los partidos políticos y movimientos sociales de oposición.
2. Pero, además de aquella reducción localista que ancla exclusivamente en “lo nacional” un fenómeno que hacía rato es regional, la mayoría de los análisis descuida, o descalifica, con diferentes sesgos según el signo ideológico de cada autor, el proceso histórico previo que vivió el país entre los años clave para entender el auge de la actual ola que lidera Rafael Correa: es decir, el período político, social y cultural que, entre 1997 a 2005, modificó al Ecuador tradicional, y que es el factor inexplicado que, para nosotros, explica el por qué del éxito avasallador de la Revolución Ciudadana y la no adhesión electoral de la mayoría de la población a los partidos políticos y movimientos sociales de oposición.
Si las elites políticas, financieras y mediáticas y las izquierdas ortodoxas no comprendieron qué pasaba bajo la epidermis popular cuando asistíamos a los procesos que condujeron a la caída de Bucaram, y luego a la de Mahuad; pero, sobre todo, si no entendieron qué sucedía con nuestra cambiante sociedad cuando emergió la rebelión forajida y se echaba del puesto a Lucio Gutiérrez, es obvio comprender que tampoco entiendan, y se partan la cabeza preguntándose por qué desde el 2006 no hay cambio de Presidente, y por qué el apoyo a Correa se mantiene incólume, a pesar del tiempo transcurrido. Ese no entender, a mi manera de ver, es lo que lleva de tumbo en tumbo a las elites, a las izquierdas y movimientos sociales ortodoxos, y a los académicos e intelectuales que no aciertan en el análisis local-nacional, porque tampoco han logrado acertar, desde hace una década, en el análisis regional-global.
Ambos elementos, el contexto regional y el antecedente histórico previo, son el telón de fondo que explica, aún siete años después, por qué ahora nos avecinamos a una nueva victoria electoral y política de Rafael Correa y de PAIS.
3. Finalmente, todos los análisis hasta hoy publicados, pecan de un tercer vacío: no dan cuenta de las nuevas formas de injerencia imperial de ‘la Alianza Transatlántica’ (EEUU y Unión Europea): minimizan o caricaturizan tales injerencias, las niegan bajo el efecto ideologizado de la errónea interpretación de lo ocurrido entre 1997 al 2005, que les llevó al craso error de apostar al golpe policial del 30 de Septiembre; o, finalmente, apuestan al éxito de esa injerencia, debido a que, casa adentro, se sienten no competentes para derrotar el proyecto político-social-cultural levantado a finales de la administración del Dr. Alfredo Palacio.
Si esos análisis se desentienden del escenario de injerencia transatlántica, empobreciendo incluso sus propias interpretaciones políticas con la muletilla, nada leninista por cierto, de que el actual proceso ecuatoriano de cambios “es servil a los intereses del imperialismo chino, del neo-imperialismo brasileño, o de las empresas transnacionales de EEUU y Europa”; es obvio advertir que también exoneran de existencia y culpa, a las nuevas formas que el poder transatlántico aplica para “deshacerse” de la Revolución Ciudadana que Rafael Correa lidera, y que, en este momento, no serán -en lo absoluto- ni democráticas, ni pacíficas, ni legales; y, por supuesto, ni éticas.
Por ello, para profundizar en los significados de ‘los tres errores de fábrica’ en los que, a la hora de interpretar insuficiente y erráticamente la coyuntura presente, parecen competir sectores tan disímiles entre sí, como Carlos Alberto Montaner y Francois Houtart, o ‘El País’ de España y ‘Prensa Obrera’ de Ecuador, empecemos por el principio: el escenario global y el contexto regional.
El impensable escenario global: favorable al Ecuador
Ciertas fracciones de las elites aún consideran que el mundo puede retornar a su cauce (nada) original y nostálgico del neoliberalismo a ultranza. Por ello, hace algunos días escribe uno de sus voceros en “El Comercio” que a la ‘desaparición’ de Chávez debería privatizarse PDVSA. Es que para las elites lo que sucede en el Ecuador y una buena parte del continente, es una pesadilla. Por eso, sin disimulo alguno, celebraron que los golpes de Estado en Honduras y Paraguay ‘despertaran por fin’ una grieta en la pesadilla ‘populista’.
Empero, la realidad global se detecta con otros sismógrafos. En diciembre del 2008, previne que había concluido la borrachera celebrada por el Pensamiento Único que -contra el Sur y su propio Sur- el Norte decretara, junto al fin de la historia y la muerte de las ideologías un 31 de diciembre de 1990.
La fase neoliberal del capitalismo, empezó a crujir hace una década atrás, y esa ruptura se inició en Latinoamérica que no solo cuestionó sino que empezó a superar la fase neoliberal extrema. Los selectos invitados al ágape del Capitalismo del siglo XXI ni se imaginaban siquiera que el neoliberalismo procrearía su propia destrucción y le nacerían vigorosos monstruos que se desarrollarían en la propia nariz de la Globalización: los procesos de nuevo signo que América Latina aportase al mundo entero, como contravía concreta a la fase de barbarie en que entró el Capitalismo.
La Globalización apenas hace diez años no permitía la duda ni el disenso: la herejía estaba prohibida. Por eso, precisamente, la obligó a nacer y multiplicarse en su propia cara. Parió no solo su propia crisis interna, sino la resistencia planetaria al neoliberalismo y su actual caída en picada.
La diversidad, antigua como el planeta y contraria a la Globalización, fue su negación. Por eso el dogma neoliberal estuvo condenado a fracasar, porque fue condenado a gestar, en los márgenes del Bienestar, hijos desobedientes que le nacieron tanto en las metrópolis cuanto en los suburbios del mundo. La hora de los túneles pasó y muchos de los disidentes ahora gobiernan, por lo menos en el Sur del Sur: en América Latina.
Los escenarios críticos a la Globalización, pudimos mirarlos en apenas pocos años y a través de 7 derrotas en América: la del ALCA; de la arquitectura imperial o ‘Seguridad Hemisférica’; del Consenso de Washington; del neoliberalismo salvaje; del Plan Colombia; de las privatizaciones; y de las democracias piramidales.
Es más, América Latina fue no solo la porción del mundo donde primero se superó al neoliberalismo, sino la primera en germinar alternativas que se han dado en llamar socialismo del buen vivir, socialismo del siglo 21, sociedad post-neoliberal, etc.
Esbozado, a grandes rasgos, el macro panorama-marco de la ubicación del Ecuador en el planeta azul, seguramente surgirá una pregunta: ¿Y qué tiene que ver todo eso con el proceso electoral en ciernes? No hay realidad de la aldea que no empate con la realidad de la aldea global.
El contexto continental: Ecuador no es una isla, sino parte de la nueva Latinoamérica
En noviembre de 2004, dos años antes de que Ecuador se incorporara al entonces incipiente ‘Bloque de Poder Regional’, en un trabajo titulado “La simultaneidad y regionalidad, rasgos del proceso de cambios que vive América Latina”, deduje que los nuevos y sonados triunfos de las nuevas izquierdas y de los nacionalismos progresistas del continente, que no eran ‘bien vistos’ por las elites mundiales y nativas, jalonaban tanto voto popular de apoyo al unísono en América Latina, que se abonaba una perspectiva regional de triunfos inusitados, ex-profesamente minimizados, o no asumidos como tales, por las viejas izquierdas y los monopolios privados de comunicación. Y apuntaba: “Quizás se deba a que, todavía, ni siquiera caen en cuenta de lo que pasa en la nueva realidad del continente”.
Y es que en aquel entonces, apenas habían triunfado el Uruguay de Tabaré Vásquez; la Venezuela Bolivariana que arrasó en 20 de los 22 estados; el Brasil del PT que mantuvo la mayoría del apoyo popular en elecciones regionales; y Nicaragua donde el FSLN barrió a los viejos partidos de la era pos-sandinista en las elecciones departamentales.
Así fue que, desde entonces, teníamos por vez primera en América Latina un poderoso ‘bloque regional de poder’ que, para esa época, aún era emergente y pugnaba por nacer, y que -sin duda alguna-, fue -y es- de nuevo tipo.
Para esa época, ni los análisis de la derrotada elite neoliberal en el continente, ni los rituales estudios de la izquierda ortodoxa, ni los díscolos enfoques de la socialdemocracia europea, admitían que se configuraba un bloque regional de poder. Hoy todos ellos: el partido mediático del siglo XX, el partido obrero del siglo XIX y el partido europeo del siglo XVIII, con una que otra diferencia, admiten que, en efecto, existe en América Latina un bloque geopolítico de poder que disputa a los EEUU la identidad hemisférica.
Gobiernos progresistas simultáneos, disímiles pero concordantes entre sí, se ejercían desde hace una década en Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay y Cuba. Cuatro años después, ya se habían sumado a ese núcleo geoestratégico de independencia y soberanía, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo, el Perú de Ollanta, El Salvador del FMLN, la Nicaragua del FSLN, el Paraguay de Lugo y la Honduras de Zelaya (éstas últimas dos experiencias de cambio geopolítico, abortadas salvajemente gracias a la injerencia transatlántica).
Experiencias así, en solitario, eran impensables en la década del 60 (la era de las invasiones y tiranías tropicales), en los años 70 (el inicio de las dictaduras sangrientas), los 80 (la era Reagan) y los 90 (el fin de la historia a escala planetaria).
Tal incipiente bloque regional emergía en medio de dos crisis: la apabullante crisis del modelo neoliberal que no conseguía estabilizarse en casi ningún país de la región, y que ya no tuvo retorno posible, con la excepción de Colombia y México desde entonces; y la ruptura estratégica de su expresión política tradicional: la democracia formal.
Esa nueva simultaneidad regional apareció en escena y ya dura una década, pero no es un tema de tiempo, sino de contenido. En la primera década del siglo XXI en América Latina se empezó a alterar el mapa político y social del neoliberalismo y sus democracias de baja intensidad.
Es esa simultaneidad regional, y no otra experiencia concreta aislada, el mayor problema para la alianza transatlántica en el hemisferio. El análisis del Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, fue válido: “Latinoamérica es el continente a la vanguardia de la reflexión y movilización planetaria, y es el que hoy hace las grandes preguntas: ‘¿Cómo salimos del neoliberalismo? y ¿Qué viene después del neoliberalismo?’.
El escenario nacional: El pasado fue el prólogo, el futuro está en el presente
En abril del 2005, las elites se entramparon en cambios cosméticos, medias tintas, cortes de justicia, tribunales o cuarteles. Por eso no tenían porvenir. De cambiar todo se trataba. De sepultar la vieja república que habíamos padecido. Y como no entendieron en el ayer las claves del poderoso mensaje popular lanzado en subterránea advertencia en los años 1997, 1999, 2000 y 2005; el 2006 les tomó, si no desprevenidos, sin alternativa concreta alguna de poder. Habían perdido diez años estratégicos ganando en la inmediatez. Y ya no tenían, para cuando apareció PAIS en el escenario, un proyecto holístico que vertebrara la nación que despedazaron.
En cuanto a las izquierdas ortodoxas, si ya en 1997 inculpaban al imperio y la burguesía de la caída del PRE (para siempre), cuando gritamos ¡Bucaram fuera!, en el 2005 redujeron la profunda rebelión forajida de Quito a “una conspiración de la CIA” y una “revuelta de la racista clase media quiteña”. Si no entendieron la etapa preparatoria vivida entre 1997 al 2005, jamás entenderían el surgimiento de Rafael Correa y PAIS en ese mismo período, y todo el profundo proceso de mutaciones idiosincráticas de nuestro pueblo transcurrido desde el 2006 hasta el 2013. Pero a la elite le fue peor: apaleada conceptualmente por una rebelión cuya dimensión no entendieron, optó por darle pronta sepultura (“Se acabaron los forajidos” dijeron en el 2006), sin saber que dicha rebelión tomaba otra forma: el fin de la partidocracia, la recuperación de la Patria, tierra sagrada.
* Alexis Ponce es activista de los derechos humanos. Fue dirigente de la APDH del Ecuador, Director de DDHH de la Defensoría del Pueblo y del TGC; Asesor en la Asamblea Constituyente; Subsecretario Social del Agua; Asesor de DDHH del Canciller, Asesor social del Ministro de Electricidad y actual Asesor del Secretario Nacional del Agua. Militante de PAIS y funcionario del Gobierno de la Revolución Ciudadana.