Una noticia aparecida en Periferia (febrero 11, 2013) da cuenta de la asistencia de funcionarios de la administración municipal de Guachené (Cauca) a un Encuentro Internacional de Pedagogía reunido en La Habana, Cuba, y que, como resultado de tal contacto, jóvenes y maestros de escuela de esa población cursarán carreras profesionales y posgrados en universidades de la Isla.
¿Qué está pasando en los pueblos del norte del Cauca, históricamente prisioneros del atraso y el olvido y ahora invitados internacionales?
Según Alfonso Luna Geller, director del periódico Proclama y quien colaboró amablemente para elaborar esta crónica, Guachené era un corregimiento asentado en la parte plana de Caloto, de población mayoritariamente negra, muy distinta de la indígena que ocupa las tierras altas –afirma–, y desde 2006 fue elevado a la categoría de municipio. Está a 89 km. de Popayán y a 30 de Cali y “es producto de la extensión institucional del proyecto social, económico y político que los negros intentaron construir a través de los palenques, espacios de vida, lugar de encuentro, escenario de socialización cultural, de vivencias, aspiraciones, proyecciones y puesta en marcha del desarrollo de la etnicidad”.
“Por los años de 1872 a 1876, el matrimonio formado por don Antonio Haya y Felisa Feijoo de Haya, propietarios de Los Guaduales, formados por tres fincas donde está hoy Guachené, vendieron pequeñas parcelas a los negros Julián Lucumí, Dámaso Orejuela, los Abonía, los Angola, quienes fueron los primeros pobladores de Guachené”, añade Alfonso.
Allí se asientan ahora importantes empresas que se acogieron a los beneficios tributarios brindados por Ley 218 de 1995 (Ley Páez), expedida para recuperar la región de las pérdidas causadas por el sismo y la avalancha del río Páez, que dejaron miles de muertos. En su jurisdicción están Propal, el Grupo Familia, el ingenio La Cabaña y varios parques industriales, y sus extensos cañaduzales proveen materia prima a varios ingenios del sur del Valle y norte del Cauca. En cierta manera, en el norte caucano viene ocurriendo como en el Meta: la extensión de cultivos de palma aceitera por requerimientos del capital multinacional.
La Ley Páez estableció exenciones tributarias para las nuevas empresas que se instalaran en los municipios más afectados (Quilichao, Miranda, Puerto Tejada, Caloto y Villarrica), y, como resultado, empresas nacionales y multinacionales trasladaron allí parte de sus instalaciones, que recibieron nuevos beneficios cuando, en 2006, se creó la zona franca permanente.
Fernando Urrea y Diego Alejandro Rodríguez[1] explican cómo ocurrieron los cambios y de ellos tomamos la mayoría de los siguientes datos de esta crónica. “El modelo industrial bajo la Ley Páez –escriben– inaugura una etapa distinta a la anterior. Conduce la actividad productiva industrial hacia un tipo de establecimientos de mediana escala en donde los procesos productivos giran, en gran medida, alrededor de la maquila, con una alta demanda de insumos importados de algunos subsectores, como el farmacéutico, para su reprocesamiento y empaque, y que son principalmente destinados hacia el mercado internacional en los países andinos, centroamericanos y del Caribe”. Se trata de un desarrollo industrial que se deslocaliza hacia los municipios situados al sur de Cali, aunque pertenecientes administrativamente al Cauca. Por otro lado, el tipo de régimen salarial no tiene nada que ver con el precedente, cuando “Los únicos empleos asalariados en gran escala en la región […] eran el masculino de corte de caña o el trabajo en la construcción, y para las mujeres el servicio doméstico, los cuales no requerían mayores niveles educativos en la época en que comenzó a instalarse la red de empresas manufactureras”.
En las nuevas empresas no existen mercados internos de trabajo y mucho menos sindicatos, porque la estrategia de relaciones industriales se basa en la utilización de mano de obra de alta rotación, “en su mayor parte semicalificada o no calificada, requerida principalmente en abundancia para procesos de empaque, de acuerdo a la estacionalidad de la demanda según pedidos”.
¿Qué está pasando en los pueblos del norte del Cauca, históricamente prisioneros del atraso y el olvido y ahora invitados internacionales?
La empresa Papelcol, instalada en Caloto en el decenio de los 80, mantiene el modelo de enganche de personal de las dos grandes papeleras de Yumbo, pero, en vez de la tradición más o menos urbana y asalariada de esta población, “en el caso del norte del Cauca se trata de de una población negra ampliamente mayoritaria, con reducida experiencia asalariada y antecedentes campesinos relativamente recientes (a través de sus padres, “muchos de los cuales conservan todavía una pequeña parcela rural en donde residen”). Todo viene siendo una continuación progresiva de cultivos hacia el sur de Cali. El otro ingrediente novedoso es el requerimiento particularmente intenso de mano de obra femenina. Con la instalación de las empresas manufactureras en el norte del Cauca, la ampliación del área metropolitana con epicentro en Cali y extensiones hacia el sur “se consolida definitivamente y la población negra nortecaucana, especialmente la femenina, entra en una fuerte dinámica de proletarización industrial”.
El segundo sector que ofrece empleo es el azucarero, que demanda corteros, operarios y empleados para la fabricación de azúcar y etanol. Santander de Quilichao y Guachené concentran casi el 80% de las empresas y casi el 70% del empleo creado al amparo de la Ley Páez. La mayor parte de los parques industriales también está en Guachené. En los 19 años corridos entre 1990 y 2009 el comercio y la actividad agropecuaria presentan descenso sistemático y son superados por la manufacturera, y lo mismo ocurre con los servicios. Todo ello bajo dominio del outsourcing, más que todo en mantenimiento, vigilancia, alimentación, transportes y logística.
Lo que ocasionó el cambio en el norte caucano fueron los incentivos económicos dados a la inversión en manufactura, sectores agropecuario y agroindustrial y servicios especializados. En ese territorio Teófilo Vásquez[2] destaca la creación de nuevas áreas de la industria azucarera tradicional que se corren hacia las estribaciones de la Cordillera Occidental, zona de candentes acciones bélicas y sociales, en cercanías de puntos estratégicos de la comunicación contemporánea como el aeropuerto Bonilla Aragón y el puerto de Buenaventura.
Cada fábrica emplea entre 100 y 150 trabajadores, no alcanzan a ser mediana empresa pero son plantas de elevado desarrollo tecnológico, o unidades agropecuarias o de servicios especializados que hacen parte de procesos de cadenas productivas, algunas anexas al capital multinacional. Abastecen mercados regionales o son maquiladoras de otras firmas destinadas a la exportación o a surtir almacenes de cadena. Es una especie de “distrito industrial ensanchado territorialmente y multidiverso en sus productos”. El atrasado norte caucano, cuna de la civilización nasa que nos ha enseñado a trabajar y pelear por nuestros derechos, pone hoy su cuota industrial en productos como papel, galletas, tortas, frigoríficos, baterías de autos, Sal de Frutas Lua, Yodora, cremas, papel higiénico, pañales desechables, medicamentos…
Ocupa a “una mano de obra sin tradición […] en provecho de los empresarios, con una gran docilidad, sin fuertes resistencias para ser convertida en asalariada industrial, con una mínima disciplina laboral”. Y con un gran riesgo de supervivencia: en los municipios no favorecidos por las exenciones tributarias no hay mayores posibilidades de que las poblaciones afrocolombianas lleguen a obtener un empleo de calidad.
Allí, si se exceptúa el sector azucarero, hasta los años 80 del siglo pasado no había organizaciones sindicales. El soporte material de este proceso de proletarización y de régimen de contratación de la fuerza de trabajo es una industria de ensamblaje o maquila. No estamos, pues, ante el mismo patrón de proletarización conocido bajo el modelo de sustitución de importaciones: mano de obra masculina con salarios promedio altos y beneficios salariales indirectos para la familia, mientras la esposa del obrero se desempeñada como ama de casa. “Aquí tenemos a la mujer y al hombre operarios con salarios bajos y empleos inestables”.
“Los supuestos beneficios de la Ley Páez se han distribuido en forma inequitativa, reflejando las adversas condiciones de desigualdad que experimentan las poblaciones afrocolombianas, especialmente las mujeres respecto de las blancas-mestizas de la sociedad actual”. El patrón histórico de la desigualdad social se refuerza. Y el juego de estas circunstancias obra en sentido contrario a las probabilidades de ascenso y mejoramiento de las condiciones laborales y de las posibilidades reales de desarrollo de la región nortecaucana.
Este es un espacio de opinión del portal ArcoIris.com.co destinado a columnistas y blogueros. Los puntos de vista y juicios aquí expresados pertenecen exclusivamente a sus autores y no reflejan ni comprometen institucionalmente a la Corporación Nuevo Arco Iris.
[1] Fernando Urrea y Diego Alejandro Rodríguez, en: Juan Carlos Celis, coordinador. La subcontratación laboral en América Latina: miradas multidimensionales, Clacso, ENS, 2012.
[2] Teófilo Vásquez y otros. Una vieja guerra en un nuevo contexto. Universidad Javeriana, Odecofi- Cerac, 2011.